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May se resiste a ofrecer fecha para su salida hasta completar el 'Brexit'

  • La presión es insostenible, pero la falta de alternativa le sostiene
Theresa May. <i>Foto: Reuters</i>.

Eva M. Millán
Londres,

Theresa May mantiene el pulso ante el desafío impuesto por su partido para anunciar la fecha de caducidad a su permanencia en Downing Street y sigue resuelta a mantener la culminación del Brexit como condición principal para ceder el testigo. La primera ministra ha dejado con las ganas al todopoderoso Comité 1922, el organismo que aglutina a los parlamentarios conservadores y que le exige un calendario para su salida. El único compromiso al que se ha mostrado dispuesta es a comparecer en la reunión que celebran el próximo miércoles, donde se jugará su supervivencia.

May recurre una vez más a comprar tiempo y se ha agenciado una semana crucial para preparar la defensa que tendrá que alegar para justificar su continuidad en el Número 10 y convencer de que, efectivamente, cuenta con un plan para desatascar el divorcio. El problema es que las opciones a su alcance son ampliamente conocidas y pasan por un pacto con el eterno rival, una solución indigerible para un creciente contingente de la derecha.

Una mano inaceptable

Para muchos tories, tender la mano al Laborismo resulta tan inaceptable como la ruptura blanda que podría acabar imponiendo la oposición como precio por su apoyo, pero la premier ha decidido que no tiene ya nada más que perder. Su única redención política procedería de lo que actualmente sigue pareciendo un objetivo tan lejano como la mayoría absoluta, superar la primera fase del Brexit, por lo que la expiación semeja un desiderátum inalcanzable para Theresa May.

Parapetada tras los muros de Downing Street, su estrategia ha derivado en una versión actualizada del resiste y vencerás, pero los gerifaltes de su partido están cada vez menos convencidos de que la victoria sea viable. De ahí que se planteen reformar la normativa orgánica que impide un asalto al liderazgo en los doce meses posteriores a un intento de magnicidio, para garantizar que pueden desafiar la continuidad de una mandataria que ha perdido la confianza de su Gobierno, de sus parlamentarios y, a juzgar por los resultados de las elecciones locales parciales celebradas el jueves pasado, de los electores.

Los conservadores creen que la impopularidad de May en las urnas la convierte en un agente tóxico, un estatus que unido a su aparente falta de ideas para romper la parálisis del Brexit ha llevado a perder la fe en el margen para remontar. Aunque el miércoles la premier aseguró ser capaz de protagonizar una gesta pareja a la oficiada por el Liverpool ante el Barcelona en la semifinal de la Liga de Campeones del martes, pocos son quienes ven espacio para el milagro, sobre todo, si este requiere de la colaboración del Laborismo. Con todo, si algo ha demostrado May, además de tesón, es una resiliencia a prueba de motines internos, humillaciones y callejones sin salida. En la sesión de control, recordó a la Cámara de los Comunes una realidad que ni el más cínico de los diputados puede disputar: "No se trata de mí, o de otro, sino de materializar el Brexit". No en vano, uno de los escasos factores que tiene a su favor es el conocimiento que domina entre los propios conservadores de que el problema no es tanto de liderazgo, como de falta de unidad ante un reto.

Compañeros de filas se hallan profundamente enfrentados y, por primera vez en décadas, en Westminster existe más acuerdo entre oponentes que entre miembros del mismo partido. De ahí que un recambio en el Número 10 tenga escasas posibilidades de convertirse en un revulsivo, al menos, no en uno capaz de aunar al país: de mudarse un representante del núcleo duro anti-UE, las posibilidades de un divorcio no pactado aumentarían, pero es difícil que la Cámara de los Comunes lo permitiese, lo que perpetuaría la parálisis. Por el contrario, un nuevo inquilino partidario de la continuidad generaría las mismas suspicacias de May, lo que evidencia que el problema no es tanto de nombres, como el resultado de un marasmo que requiere compromisos que ninguno de los implicados parecen preparados a aceptar.

Como consecuencia, las europeas del 23 de mayo podrían hacer prender la mecha que rompa el hilo del que pende el Gobierno. Todas las encuestas prevén no solo una victoria para el Partido del Brexit, sino una hecatombe para los Conservadores, lo que podría agotar la marginal paciencia que le queda a una formación que necesitará años para cicatrizar la brecha provocada por la salida. Incluso de desbloquear el Brexit, la posibilidad de evitar un cisma es mínima, sobre todo, si la solución pasa por un acuerdo con el Laborismo que requerirá un arreglo aduanero y, quizá, el indigerible segundo referéndum.