Internacional
¿Qué pasa con el Brexit? Johnson gana flexibilidad para dulcificar la salida
- No es ideólogo de la salida y tiene que proteger a trabajadores que lo han votado
Eva M. Millán
Londres,
La gran incógnita de la incontestable mayoría absoluta obtenida por Boris Johnson es qué estratega se presentará a la nueva fase de la negociación con la Unión Europea que se abrirá el 31 de enero, cuando Reino Unido formalice una salida que, a efectos prácticos, será meramente técnica. El primer ministro británico había desplegado ya varias caras ante Bruselas, desde la del dirigente que prometía abandonar sin acuerdo, al eterno optimista, el rudo euroescéptico o, finalmente, el pragmatista que priorizó el compromiso. EN DIRECTO | Todos los detalles del resultado electoral en Reino Unido
La eliminación de las trabas en casa abre un valioso espacio de oportunidad para el 'premier', puesto que la hegemonía que se ha ganado con su arriesgada apuesta electoral significa que no tiene nada que demostrar. En la frenética cuenta atrás al 31 de octubre, estaba obligado a contentar a los eurófobos que habían hecho la vida imposible a Theresa May -con la inestimable ayuda de su sucesor en el Número 10- y a los unionistas norirlandeses de quienes dependía para gobernar.
Libre de las imposiciones de ambos, la amenaza ha quedado neutralizada y Johnson cuenta con una privilegiada flexibilidad que prácticamente excluye la posibilidad de que Reino Unido abandone el bloque sin acuerdo a final de la transición que concluye el 31 de diciembre de 2020. Aunque los conservadores llevaban en el programa electoral el compromiso de no ampliar las conversaciones, es extremadamente difícil que un mandatario con poder absoluto se lance a tal ejercicio de automutilación, cuando nada le impide continuar hablando para cerrar un acuerdo comercial.
Johnson no es, de hecho, un teórico del Brexit. En un principio lo había apoyado más como movimiento estratégico para reforzar sus ambiciones sucesorias que por un anhelo vital de cortar lazos con el continente. A diferencia de corrientes que cohabitan en el Partido Conservador como el correoso ERG, el Grupo de Investigación Europea que sintetiza la eurofobia de la derecha británica, el premier prima el rédito político por encima de las esencias ideológicas, por lo que resulta más que factible que, confrontado con un impacto económico que afectaría a los bolsillos de quienes lo han votado, el pragmatismo venza en su escala de valores.
De ahí el gran cambio que han provocado estas generales: la incuestionable legitimidad para continuar en Downing Street los próximos cinco años ha sido otorgada, en gran parte, por el apoyo de las clases trabajadoras del norte y del interior de Inglaterra, que han abandonado en masa la tibieza del Laborismo con el Brexit y se han entregado por primera vez a las siglas que les habían prometido materializarlo. Su reacción inicial ante los resultados, en la que reconoció la necesidad de reflejar al nuevo electorado, sugiere que Johnson comprende las repercusiones de la reescritura de los lindes partidarios, una admisión tácita de la obligación moral de evitar que, cuando comience de verdad, la travesía en solitario se olvide de quienes en 2019 habían apuntalado su mandato.
Como consecuencia, si su instinto inicial era divergir del marco regulatorio comunitario, la comodidad que se ha ganado en el Número 10 podría alterar la percepción, ya que no precisa convencer al núcleo duro de su partido, ni saciar sedes soberanistas. No en vano, la hegemonía obtenida este jueves no altera la ecuación que Reino Unido tiene pendiente desde el arranque formal de las conversaciones de divorcio: cuánto está dispuesto a separarse del armazón regulatorio de sus todavía socios, a cambio de restricciones de acceso a su mercado de referencia, el mismo al que las empresas británicas dedican la mitad de sus exportaciones.
Una tendencia a consolidar
Su significativa claudicación en octubre, cuando aceptó una frontera aduanera de facto en el mar de Irlanda, evidencia el alcance de la flexibilidad de Johnson. La condición que May consideraba "inaceptable" para cualquier primer ministro británico se convirtió, de repente, en digerible para su sucesor, por lo que es de esperar que la tendencia continúe cuando cuenta con un poder absoluto que ningún mandatario tory había ostentado desde Margaret Thatcher.
Por si fuera poco, el año que viene, más que nunca, las conversaciones pasarán a ser una cuestión de dos, ya que, por primera vez desde el 23 de junio de 2016, los intereses nacionales de los estados miembro pasarán a jugar un papel fundamental. Si hasta ahora Reino Unido había negociado consigo mismo, en adelante tendrá que hacerlo con la Comisión Europea y, crucialmente, con 27 capitales que buscarán sus propios réditos.
Con todo, la oficialización del divorcio será un mero trámite ante el que el Gobierno no prevé perder tiempo: el próximo viernes convocará en la Cámara de los Comunes la primera votación de la Ley de Retirada, la misma cuyo calendario había sido tumbado por el Parlamento anterior, encendiendo la llama que derivó en la hoguera electoral del 12 de diciembre.