En los Hamptons, donde las hortensias crecen escoltadas por perros de diseño y chóferes en uniforme blanco, donde el silencio vale más que el estruendo y cada copa de champán contiene media tesis sobre el poder, se ha celebrado este sábado un matrimonio que no necesitaba proclamas ni testigos: el de Huma Abedin, la fiel escudera de Hillary Clinton, y Alex Soros, heredero de la filantropía global con apellido de magnate norteamericano de origen húngaro George Soros, quien cumple 95 años en agosto.

La ceremonia tuvo lugar en la mansión familiar de los Soros en Southampton, una finca de 15 millones de dólares donde el césped parece planchado por mayordomos invisibles. Allí, sin la pompa artificial de los famosos, pero con la densidad magnética de quienes verdaderamente mandan sin que se note, se unieron dos vidas que llevan años escribiéndose en la penumbra de los pasillos del poder. Ella, con 48 años, es una mujer que ha pasado por el infierno público y ha salido con la elegancia intacta.

Fue la sombra de Hillary Clinton, la que le susurraba los nombres y las cifras al oído mientras el mundo se tambaleaba. Pasó del escándalo de su exmarido Anthony Weiner —condenado por intercambiar mensajes obscenos con una menor— a escribir memorias donde no disimuló su dolor ni su fuerza. Él, diez años menor, es el hijo díscolo de George Soros, el multimillonario que juega al ajedrez con los gobiernos. De los cinco herederos, todos sabían que Alex no era el más brillante, pero sí el que entendió que el poder necesita una narrativa: de ahí que acabara siendo el elegido para dirigir la Open Society Foundations, con más de 25.000 millones de dólares en juego.

Se conocieron en una fiesta de altos vuelos en Nueva York, rodeados de Hilton, Rothschild y demás fauna de sangre azul sin corona. Fue en otoño de 2023. Él la vio y pensó que era "muy atractiva", como confesó. Ella, en cambio, vio en él una anomalía: alguien que, por una vez, no necesitaba que se le explicara la lógica de una vida al servicio de las campañas, las crisis y las recepciones de Estado. "Nunca imaginé encontrar a alguien cuya vida encajara tan perfectamente con la mía", dijo ella, como si hablara de un zapato hecho a medida por un artesano veneciano.

Un anillo de 1,3 millones de dólares

El compromiso se formalizó en julio de 2024, cuando él se arrodilló con un anillo de 1,3 millones de dólares, porque en este mundo todo tiene un precio, incluso el símbolo del amor. Desde entonces, las apariciones públicas fueron cuidadosamente dosificadas: una cena de Estado en la Casa Blanca, una audiencia con el Papa en Roma, un paseo por la gala del Met como quien cruza el salón de su casa. Los rumores —como siempre ocurre en estos matrimonios de altura— no tardaron en circular. Que si él era un playboy reformado, que si ella buscaba seguridad, que si lo suyo era un contrato más que un idilio. Pero la realidad, como siempre, es más sencilla: se gustan, se entienden, y comparten una misma visión del mundo, esa que se rige por la eficacia, la influencia y las cifras con muchos ceros.

No hubo discursos de plató ni promesas de eternidad, solo miradas entre dos personas que han navegado las aguas bravas del poder y saben que el amor, para sobrevivir, necesita ser cómplice más que romántico. De testigo oficioso: Anna Wintour, que ya ha garantizado que Vogue publicará el reportaje definitivo del enlace. Porque si el poder no se viste bien, no existe. Se han casado el dinero y la política, la estrategia y la sensibilidad, el escudo Clinton y el apellido Soros. En esta historia no hay princesas ni dragones, solo dos titanes con zapatos caros y una agenda compartida. Y, como epílogo, una verdad sencilla: hay bodas que mueven emociones. Otras, como esta, mueven el mundo.

En los Hamptons, entre poder, discreción y legado

Y lo han hecho mientras los focos de los tabloides apuntaban hacia los canales venecianos, donde Jeff Bezos y Lauren Sánchez preparan su festín nupcial. Pero esta otra gran boda del verano ha tenido lugar lejos del bullicio mediático. Este sábado, bajo el cielo límpido de los Hamptons, Alex Soros y Huma Abedin se han dado el sí en una ceremonia elegante, íntima y cuidadosamente orquestada, a la altura de su linaje, su influencia y su tiempo.

Alex Soros, de 39 años, es mucho más que el heredero del magnate George Soros. Es, desde 2023, el presidente de la Open Society Foundations, entidad que canaliza más de 25.000 millones de dólares hacia causas progresistas a escala global. Con un doctorado en Historia y una biografía salpicada de fiestas, debates académicos y viajes diplomáticos, Soros ha madurado a la sombra de un apellido que pesa tanto como influye.

Huma Abedin, de 48, es una figura clave del aparato demócrata. Nacida en Michigan, criada entre Arabia Saudí y Estados Unidos, comenzó su carrera política con tan solo 19 años como becaria en la Casa Blanca de Bill Clinton. Desde entonces, ha sido la mano derecha de Hillary Clinton en todas sus campañas y cruzadas políticas. Refinada, reservada y con un temple forjado entre las bambalinas del poder, su trayectoria profesional ha sido impecable, incluso cuando su vida privada fue asediada por el escándalo. Su anterior matrimonio con el ex congresista Anthony Weiner terminó en 2017, tras una condena judicial por enviar imágenes inapropiadas a una menor. Un capítulo oscuro del que Abedin emergió con dignidad y determinación, como relató en sus memorias Both/And, publicadas en 2022.

El encuentro con Alex Soros ocurrió en el otoño de 2023, durante una fiesta en Nueva York organizada por James Rothschild, otro apellido de noble ascendencia financiera. La conexión fue inmediata, y el romance avanzó con la naturalidad de las historias que no necesitan ser explicadas. En julio de 2024, Soros se arrodilló y le ofreció un anillo valorado en 1,3 millones de dólares. Abedin, que conocía el precio de los compromisos públicos, aceptó no solo al hombre, sino la promesa de una vida compartida bajo la misma comprensión del poder y el sacrificio.

La ceremonia de este sábado, celebrada en la residencia familiar de los Soros en Southampton, ha sido tan exclusiva como simbólica. Sin excesos visibles, pero con una presencia palpable del verdadero poder: el que no necesita ser anunciado. Entre los invitados, se esperaban figuras del Partido Demócrata, miembros del círculo Clinton, editores, filántropos y rostros reconocibles de la élite cultural neoyorquina. No se descarta que Vogue publique en exclusiva las imágenes del enlace, dado el estrecho vínculo de Abedin con Anna Wintour, directora global de la revista, quien ha apadrinado socialmente a la pareja desde sus primeras apariciones públicas.

Desde partidos de los Knicks hasta las escaleras del Museo Metropolitano, Soros y Abedin han construido una imagen pública medida, sofisticada y coherente. Él, a menudo considerado el menos idóneo para heredar el legado paterno, ha encontrado en Abedin una brújula emocional e intelectual. "Ella me enseñó a distinguir entre la lujuria y el amor", confesó recientemente. Ella, por su parte, ha encontrado en Soros un compañero con el que no necesita justificar su ausencia a las cuatro de la mañana, cuando surgen llamadas de crisis o urgencias políticas. Ambos representan una nueva generación de poder: cosmopolita, hiperconectada, híbrida entre lo político, lo intelectual y lo mediático. Alex y Huma no solo se casan: se consolidan como una alianza estratégica entre dos dinastías —la del dinero filantrópico y la del poder institucional—, con la mirada puesta más allá de los votos y los balances. Su enlace, aunque más sobrio que el de otros magnates del verano, es un gesto de continuidad y de modernidad. Es, en definitiva, el tipo de boda que marca época sin necesidad de aspavientos. Y mientras el mundo aguarda la foto de Bezos y Lauren en su góndola dorada, en Southampton se ha escrito, con discreción otro capítulo de la crónica social del poder en Estados Unidos.

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