Donald Trump ha vuelto a hacerlo. En un giro que combina poder político con su inconfundible sentido del espectáculo, el presidente de Estados Unidos ha revelado el interior de su nuevo Air Force One, una aeronave que redefine los límites del lujo presidencial. Se trata de un majestuoso Boeing 747, anteriormente propiedad del gobierno de Catar, cuya reforma —estimada en 400 millones de dólares— deslumbra con paredes doradas, escaleras curvas, alfombras de terciopelo y sofás de cuero. No es un avión: es un palacio en las nubes.
El diseño interior fue encargado a Alberto Pinto Cabinet, la reconocida firma francesa de diseño que ha decorado yates reales y mansiones de jeques árabes. El resultado es un entorno que recuerda inevitablemente al ático dorado de Trump en la Trump Tower: opulento, excesivo y muy personal. Pinturas originales adornan las paredes de la cabina, mientras que cada asiento podría figurar en la primera clase de cualquier aerolínea cinco estrellas. Todo en este avión grita poder.

Este jet, sin embargo, no es parte del plan original. El proyecto inicial de modernizar la flota presidencial con Boeing —contratado por el propio Trump en su primer mandato por 3.900 millones de dólares— se encuentra ahora años atrasado y miles de millones por encima del presupuesto. La compañía ha confirmado que no podrá entregar los nuevos VC-25A antes de 2035, una fecha muy posterior al actual mandato presidencial. Impaciente, Trump optó por una solución intermedia: adquirir este 747 de segunda mano y adaptarlo para el uso inmediato de su administración.
La responsabilidad de convertir esta aeronave civil en un avión presidencial recae ahora en L3Harris, un contratista de defensa con sede en Florida. Según el Wall Street Journal, las modificaciones podrían comenzar este mismo otoño. El jet funcionará como Air Force One provisional, mientras la flota oficial permanece en el limbo técnico de Boeing. El propio presidente no ocultó su frustración en febrero, cuando inspeccionó el avión catarí en West Palm Beach. "No estoy contento con Boeing", dijo entonces, dejando claro que no esperaría eternamente. Y así ha sido.

Para muchos, este movimiento no solo responde a una necesidad logística. Es también una declaración de principios. Trump ha tomado el símbolo máximo del poder estadounidense y lo ha convertido en una extensión de su marca personal. Donde otros líderes optan por la sobriedad institucional, él escoge el dorado brillante. Y lo hace, una vez más, ante la mirada atónita del mundo.
Por ahora, ni la Casa Blanca ni Boeing han querido comentar sobre el asunto. L3Harris, discretamente, también ha declinado dar declaraciones. Pero las imágenes hablan por sí solas: un Air Force One transformado, rebosante de lujo, que parece más preparado para recibir a jeques o magnates que para misiones diplomáticas.

Donald Trump, en su enésimo acto de teatralidad política, no solo ha cambiado de avión. Ha elevado el concepto mismo de presidencia… a 30.000 pies de altura. ¿Exceso o estrategia? Como todo en su carrera, dependerá de quién lo mire. Pero una cosa es segura: nadie podrá decir que este presidente voló bajo.