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El patético ridículo de Javier Milei: Trump deja plantado al presidente argentino para irse a jugar al golf

Javier Milei regresa a Buenos Aires sin su foto con Trump pero con el rabo entre las piernas. El presidente argentino, que se autodenomina la última esperanza de América Latina, viajó a los Estados Unidos con la ilusión de llevarse un botín de prestigio: una foto con Donald Trump. No era una foto cualquiera, claro está, sino la instantánea que el líder de la ultraderecha argentina necesitaba para validar su propia existencia ante el espejo del poder mundial. Pero como suele ocurrir en estas historias de amor político no correspondido, Trump le dejó plantado. ¿El motivo? Un torneo de golf. Parece ser que el presidente de los Estados Unidos prefería unos hoyos a una charla con el presidente argentino. Y es que, en el gran teatro de la política internacional, Milei no era más que un extra en un rodaje donde Trump ya tenía el guion escrito.

El jueves por la noche, Milei aterrizó en Mar-a-Lago, la finca de lujo de Trump, con la esperanza de estrechar la mano de su ídolo y captar, de paso, una buena imagen para exhibirla como trofeo de su lealtad. Pero el destino tenía otras intenciones. Trump, ese hombre de personalidad tan magnética que arrastra multitudes y maneja la política mundial como un jugador de póker, se dedicaba a hacer lo que mejor sabe hacer: jugar al golf. Mientras Milei pronunciaba su discurso ante un público de fervorosos ultraconservadores, el expresidente de los Estados Unidos se encontraba probablemente en un green, golpeando una bola que podría haber sido más interesante que cualquier interacción con el presidente argentino.

Milei, en su acostumbrada disposición de rendir pleitesía a Washington, no tuvo ni una palabra de queja sobre el arancel del 10% que Trump había aplicado a las exportaciones argentinas. "Argentina va a avanzar para readecuar la normativa, de manera que cumplamos los requerimientos de la propuesta de aranceles recíprocos elaborada por el presidente Donald Trump", exclamó. Y, como si de un buen estudiante se tratara, no dudó en presumir que ya había cumplido "nueve de los 16 requerimientos necesarios". El recado estaba claro: Argentina se sometería sin rechistar a la nueva política arancelaria de la Casa Blanca, siempre que eso le sirviera para obtener algo a cambio. Y lo que realmente necesitaba Milei, al parecer, era una foto. Pero la foto nunca llegó.

Mientras tanto, en el trasfondo, las negociaciones con el Fondo Monetario Internacional (FMI) seguían su curso, pero sin el apoyo de Estados Unidos, cualquier acuerdo podría llegar demasiado tarde para salvar las arcas vacías del Banco Central argentino. El FMI es, al fin y al cabo, otro torneo en el que Milei no tiene más que una bola de golf a su disposición. El representante de Trump para América Latina, Mauricio Claver-Carone, ya le advirtió que, tras el rescate del Fondo, la prioridad de la Casa Blanca sería que Argentina se desprenda de la ayuda financiera que recibe de China. Porque, claro, siempre hay que eliminar a los competidores, y si China es la amenaza, entonces es necesario que Argentina deje de bailar en esa pista.

Y mientras todo esto sucedía, en Washington, el canciller argentino, Gerardo Werthein, ya se había reunido con el secretario de Comercio de EE. UU., Howard Lutnick, y con Jamieson Greer, jefe de la oficina encargada del tema arancelario. Era el inicio de una negociación que, si bien no aspira a un tratado de libre comercio, sí busca mitigar el golpe de los nuevos aranceles. Pero claro, por ahora, la única negociación exitosa de Milei ha sido con la realidad, esa que le recordó que no todo se consigue con discursos y promesas de subordinación.

A fin de cuentas, si Milei esperaba un cambio de rumbo en sus relaciones con Estados Unidos a través de una foto con Trump, parece que el golfista de Mar-a-Lago le ha dado una lección práctica de lo que realmente importa en la política global: no se trata de hacer un esfuerzo titánico por encajar en un mundo que te ignora, sino de saber cuándo es mejor dejarte llevar por la corriente… y quizás pegarle un buen golpe a la pelota.

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