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Rafa Amargo prepara la revancha legal: una denuncia por acusación falsa contra el casero que dice que lo hundió

En el flamenco, el compás no se detiene. Pero en la vida de Rafael Amargo, el taconeo se congeló el 1 de diciembre de 2020, el día en que lo detuvieron. De pronto, los focos dejaron de iluminar su arte para enfocarlo como a un villano de telediario. "Un bailaor número uno, detenido por tráfico de drogas". La frase sonaba como un compás de bulería en la boca de los tertulianos. Cocaína, ketamina, un despacho clandestino en Malasaña. El escándalo tenía todo lo necesario para una tragicomedia madrileña, con un artista al borde del abismo y un coro de voces afiladas.

Cuatro años después, la justicia ha hablado: Rafa Amargo es inocente. Fue absuelto de la primera causa y, hace apenas una semana, el juzgado de instrucción número 27 de Madrid archivó por falta de pruebas la segunda. "Estoy limpio. Soy inocente", dice el bailaor. Pero la sentencia no borra la cicatriz. ¿Cómo se recupera el honor cuando ya te han colocado la letra escarlata en el pecho? ¿Dónde están ahora los que hicieron de su desgracia un espectáculo? "Cuando era 'presuntamente culpable', cerré telediarios y llené portadas de hasta 16 periódicos, también internacionales. ¿Y ahora? Ahora que todo ha terminado, ¿nadie saca un artículo?", se lamenta en su entrevista con La Vanguardia.

Una venganza, una denuncia, un calvario

La historia empezó con una disputa inmobiliaria. "Negocié un alquiler con opción a compra y di un adelanto de 30.000 euros. Después decidí que prefería seguir de alquiler. A los siete meses me dijeron que me fuera y yo respondí que tenía derecho a permanecer en mi piso hasta liquidar esos 30.000 euros. '¿Que no te vas? Pues verás qué rápido consigo echarte'", cuenta Amargo. Y ahí nació el relato de la droga. Un casero enfadado, una denuncia y un proceso que lo dejó cinco meses en prisión.

Marcos García Montes, su abogado, desmontó la acusación. "Si tú visitas a un amigo y entras con tres unidades y sales con una, es porque te has tomado dos, ¿no? Pues eso es todo", explica el bailaor. Pero el daño estaba hecho. Ahora, con su nombre limpio, prepara la revancha legal: una denuncia por acusación falsa contra el casero que, según él, lo hundió.

Un artista roto, un nombre manchado

Rafa Amargo es flamenco en la carne y en el alma. Creció en Valderrubio, Granada, y a los 22 años tenía más patrimonio del que tiene ahora, con casi 50. "Lo he vendido todo para poder comer", dice. La condena social es peor que cualquier sentencia judicial. "Llegué a echar el currículum para trabajar en Louis Vuitton de dependiente", confiesa. Y la respuesta que recibió le dolió más que el calabozo: 'Lo siento, pero hemos pensado en este otro artista porque tu nombre está relacionado con drogas'.

Su historia es un eco de tantas otras. Un juicio mediático, un linchamiento público y, cuando la verdad emerge, el silencio. "Ahora que se ha demostrado mi inocencia, con mayor motivo deberían quererme más. Es de justicia ayudar a alguien que ha sido acusado sin culpa de nada", dice Amargo. Pero en España, como en el teatro, los finales felices no siempre venden.

Bailar para sobrevivir

Hoy, el bailaor busca reconstruirse con las pocas piezas que le quedan. "Voy haciendo cositas", dice con una mezcla de orgullo y resignación. En mayo estará en el tablao Ópera Flamenco de Madrid junto a Belén López. También en el Collage Burlesque, para las fiestas del 2 de mayo. Y en junio, comisariará el pabellón español en la London Design Biennale.

Pero lo que necesita es más grande. Un escenario que esté a su altura. Un patrocinador que lo ayude a recuperar el sitio que le arrebataron. Un gran espectáculo que lo devuelva al lugar donde estaba antes de que lo marcaran como un proscrito. "Todavía me quedan algunos amigos", dice. Pero sabe que el mundo del flamenco y el de la farándula tienen memoria corta.

El precio de la inocencia

España es un país que condena rápido y olvida despacio. La sociedad, que se ceba con las caídas, rara vez se interesa en las redenciones. Lo vimos con Lola Flores cuando el fisco la convirtió en un chivo expiatorio. Con Isabel Pantoja, cuya pena real no fue la cárcel, sino la condena eterna de la opinión pública. Con tantos otros que, una vez demonizados, nunca volvieron a ser los mismos.

Rafa Amargo es inocente, pero la absolución no basta. Porque la justicia devuelve la libertad, pero no el tiempo perdido. No borra las noches en prisión, ni el vacío de los contratos cancelados, ni el sabor del rechazo cuando todo el mundo te cierra la puerta en la cara.

Quizás vuelva a los grandes teatros, quizás recupere el sitio que le arrebataron. Pero lo que ha aprendido en estos años no se olvida. Sabe que la fama es un tablao inestable, que el público cambia de humor como una bulería y que, en este país, a veces la absolución llega demasiado tarde.

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