Tamara Falcó ha sabido brillar y monetizar su fama en el mundo de las exclusivas, la televisión, la moda y la gastronomía. A sus 43 años, ha encontrado en estas disciplinas no solo una vocación, sino también un equilibrio entre su vida profesional y personal. En una entrevista con El Mundo, la hija de Isabel Preysler comparte detalles sobre sus pasiones, su día a día y las reflexiones que le han dejado sus experiencias.

Desde pequeña, la moda ha estado presente en la vida de la marquesa gracias a la influencia de su madre, quien siempre fue un referente de elegancia y estilo. Sin embargo, su incursión en la gastronomía llegó más tarde y casi por accidente, tras participar en MasterChef Celebrity en 2019. "Si no llega a ser por este reality, nunca se me hubiera ocurrido graduarme como chef", admite. Su paso por el programa no solo le permitió descubrir una pasión, sino que también le inculcó una férrea disciplina y el deseo de formarse en profundidad, llevándola a estudiar en Le Cordon Bleu.

Para la hija de Carlos Falcó, moda y gastronomía son mundos que se entrelazan. "En ambas disciplinas necesitas partir de una idea creativa y, a partir de ahí, desarrollar una técnica para alcanzar el resultado deseado", explica. Esta visión integradora refleja su capacidad para abordar diferentes proyectos con un enfoque coherente y apasionado.

Tamara describe la gastronomía como un arte que inspira su vida. Desde pequeña, gracias a su padre, comenzó a apreciar la riqueza cultural que implica la cocina, aunque Isabel Preysler por otro lado, nunca compartió esta afición. "A mi madre le encanta comer bien, pero no cocinar", comenta con humor.

El filete empanado y la tarta selva negra figuran entre sus placeres culinarios favoritos. Confiesa que no tiene prejuicios alimenticios, pero no puede con insectos como las "hormigas culonas" que vio en Colombia. En cuanto a sus habilidades en la cocina, destaca su destreza preparando pichón en salsa al vino, un plato que incluso ofreció en su boda, salvo a Pablo Motos, para quien prepararon una alternativa por su aversión a la caza.

Casa Salesas, el restaurante de su esposo Íñigo Onieva, ocupa un lugar importante en su rutina. Tamara no solo disfruta de su carta, sino que también aporta sugerencias cuando algo no le convence. Esta colaboración refleja su capacidad para involucrarse en los proyectos que la rodean, incluso en aspectos que no son directamente suyos.

El ritmo de vida de Tamara es, como ella misma lo describe, una "vorágine". Aun así, ha aprendido a valorar el tiempo con los suyos, reconociendo que el trabajo no debe acapararlo todo. "Escuché que, al final de la vida, la gente lamenta no haber pasado más tiempo con quienes quiere. Eso me hizo reflexionar", admite.

O sea, o sea, o sea, o sea, Tamara también tiene sus anhelos, como el de ser madre. Desde que se casó, sueña con formar una familia, aunque descarta métodos como la fecundación in vitro porque su fe no lo permite. En su lugar, ha optado por la naprotecnología, un tratamiento tan sofisticado como impronunciable que, básicamente, busca que todo ocurra de manera "natural". Porque si algo define a Tamara es esa mezcla única entre ciencia moderna y creencias medievales.

En cuanto a la fama, Tamara reconoce que su percepción ha cambiado con los años. "De pequeña, era como un juego. En la adolescencia, te señala. Pero también me ha abierto muchas puertas, así que ha sido una relación de amor-odio", explica.

Cuando se le pregunta a qué sabe su vida actualmente, Tamara responde que a "suflecito de queso", un aperitivo que siempre le encantó en casa de su madre y que ahora está en el menú del restaurante de Íñigo. Esta metáfora resume perfectamente su trayectoria: una combinación de elegancia, nostalgia y placer por los pequeños detalles.

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