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Joan Laporta, el Casanova del Barça que presume de humillar al Real Madrid pero oculta muchas historias

Joan Laporta, flamante patrón del Fútbol Club Barcelona, cuenta con el don de ubicuidad: lo mismo ejerce como campeón de lo futbolístico que como explorador en los procelosos océanos del amor y las finanzas. Es un rechoncho y coqueto empresario de 62 años que ha sabido esculpirse una imagen de bon vivant, un perfil que mezcla el hedonismo del cortesano con el arrojo del tahúr, todo ello aderezado con una pizca de aquel romanticismo histriónico que se atribuye a algunos catalanes cuando deciden jugar a ser franceses. Laporta no dirige el Barça; Laporta interpreta el Barça, lo sublima, lo encarna como un Quijote embutido en traje de Armani. Y, como el hidalgo de la Mancha, siempre encuentra molinos que parecen gigantes, aunque a veces esos gigantes respondan con querellas y citaciones judiciales.

El pasado domingo, su Barça propinó al Real Madrid una de esas 'manitas' que el aficionado culé guarda en su memoria como quien guarda el anillo de compromiso de un primer amor. La segunda en poco tiempo. Los cinco goles resonaron como cinco aldabonazos en el portón de la historia del fútbol y, también, en el pecho henchido del presidente Laporta, quien, cual emperador romano, alzó la copa al cielo de esa dictadura terrible y blanqueada por el dinero y el petróleo llamada Arabia Saudí y dejó escapar una sonrisa de suficiencia que podría interpretarse como una declaración de principios: "Veni, vidi, vici".

Pero la vida, cruel maestra de equilibrios, siempre encuentra una forma de recordarnos que la gloria es efímera. Apenas unos días después de esta gesta deportiva en la Meca de las teocracias absolutas hemos sabido que el ilustre Laporta deberá abandonar los oropeles del palco y enfrentarse a un escenario mucho menos glorioso: el banquillo de un juzgado. Será el próximo lunes cuando, en el Juzgado de Instrucción número 6 de Barcelona, deba dar cuenta de una querella que lo acusa de una presunta estafa de 4,7 millones de euros.

El arte de la persuasión… y de la letra pequeña

Los hechos, narrados con el frío rigor de la crónica judicial, podrían parecer banales si no fueran tan laportianos. Todo comenzó con una familia que, tras ganar 34 millones de euros en la Primitiva, decidió entrar en el peligroso juego de la inversión. Como en una tragicomedia de Molière, los recién enriquecidos buscaron consejo en un personaje que, según ellos, los llevó a firmar un contrato redactado en inglés (lengua que probablemente dominaban tanto como el arameo) y cuya firma, aseguran, era "ilegible". Aquí ya podemos vislumbrar el sutil ingenio del avaro Laporta, que convierte un acto tan burocrático como la firma de un contrato en un ejercicio de misterio digno de un relato de Poe.

La sociedad CSSB Limited, en la que estos ingenuos depositaron parte de su fortuna, resultó ser, según la querella, un pozo sin fondo del que jamás brotó el maná prometido. La familia asegura que las cláusulas del contrato estaban diseñadas para perjudicarlos; un despliegue de astucia contractual que recuerda a esos pasajes del Lazarillo de Tormes en los que el pícaro siempre encuentra la forma de burlar al incauto.

Entre amores y millones

No es la primera vez que el nombre de Laporta se asocia a cuestiones amorosas, aunque, en esta ocasión, el flechazo no parece haber sido con una donna angelicata, sino con el vil metal. El presidente del Barça ha cultivado a lo largo de los años una biografía que parece salida de las novelas del XIX: abogado de verbo florido, político de vuelo corto, presidente de éxito, amante de los placeres mundanos y, ahora, protagonista de un affaire judicial que podría amargarle los ecos de la reciente victoria.

Hay en Laporta algo de Casanova: no tanto por sus conquistas románticas (aunque de estas, dicen, tampoco anda escaso), sino por su habilidad para seducir auditorios, inversores y votantes. Su discurso, cargado de promesas y apelaciones al sentimiento, es un canto de sirena que pocos pueden resistir. Sin embargo, como le ocurrió al propio Casanova, no es raro que tras el arrebato inicial llegue la resaca, y que los admiradores de ayer se conviertan en los querellantes de hoy.

El teatro perpetuo del Barça

En el fondo, todo esto forma parte de la gran tragicomedia que es el Fútbol Club Barcelona, una institución que ha sabido elevar el melodrama a categoría de arte. Laporta, como el protagonista de un drama shakespeariano, parece condenado a vivir en un perpetuo estado de tensión entre la euforia y el desastre, entre la victoria y la caída. Pero, a diferencia de otros personajes de la historia del Barça, Laporta no se limita a reaccionar ante los acontecimientos; los provoca, los teatraliza, los convierte en espectáculo.

Así, mientras prepara su defensa ante el juez, no sería extraño que el presidente del Barça encontrara tiempo para planear nuevas gestas deportivas o, quizá, nuevas aventuras financieras. Porque Laporta, al fin y al cabo, no es solo un presidente de club; es un narrador de sí mismo, un mito en construcción, un hombre que ha comprendido que, en este mundo, la verdad importa menos que la historia que somos capaces de contar.

Y esa es la gran lección de Joan Laporta, el Don Juan de la pradera futbolística: puede que la justicia nos alcance, pero el relato siempre queda.

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