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Ágatha Ruiz de la Prada o lo divertido de entrevistar a una de las pocas personas que hablan sin filtro

Hay algo casi subversivo en entrevistar a Ágatha Ruiz de la Prada: te deja sin oxígeno. Es como subirte a una montaña rusa sin cinturón y, de paso, con un café en la mano. Nada está previsto, todo es posible y, desde luego, nadie se salva. En plena promoción de su libro Todo por un plan, Ágatha convierte una simple llamada en una experiencia vital. "Me pillas limpiando. Es mi yoga, el único que vale. ¿El otro? El yoga ese de oh, inspiro, expiro, me encuentro… pues, chica, haz algo útil. ¡Limpia una vitrocerámica!", le dice a la periodista Cristina Fernández. Ahí ya sabes que esto no va de respuestas políticamente correctas, ni de pausas meditativas. Esto va de Ágatha, pura y sin filtrar.

Nada más abrir su libro, lanza una teoría para salvar matrimonios: tener siempre gente en casa. Pero claro, también reconoce que, a largo plazo, ni los invitados más entregados salvan lo insalvable. "Al principio funciona, porque con un invitado te cortas. No le vas a gritar al otro delante de alguien, ¿no? Pero al final, mira, ni eso. Ya puedes meter a un cuarteto de cuerda que, si la cosa está mal, no hay Beethoven que lo arregle". Ágatha lo dice sin drama, pero con la certeza de quien ya ha puesto a prueba hasta los trucos más extravagantes para evitar la ruptura.

Sobre sus hijos, Tristán y Cósima, no se anda con rodeos: "Ser hijo de famosos les ha sentado como un tiro. Se comparan y deciden que lo mejor es no hacer nada, para no competir. ¡Es que esto es un error brutal! Hacer nada es un plan malísimo". Claro, a los herederos de una mujer que no ha parado desde 1981, la ociosidad no les funciona como excusa. Es como si al hijo de Amancio Ortega le diera por decir que no le gusta el lino.

Las amigas, sin embargo, son sagradas. "Cuando te va bien, se te olvidan, pero cuando estás mal, ahí están ellas. Ahora me estoy haciendo un piso nuevo con dos habitaciones para vivir con amigas. ¡Son maravillosas! Aunque, eso sí, no comen nada y tampoco saben cocinar. Pero bueno, ya aprenderán". Ágatha lo tiene claro: en caso de naufragio emocional, nada como rodearte de mujeres que no te juzgan… y tampoco se comen tu nevera.

La televisión: pagar facturas con glamour

No teme admitir que dijo sí a la tele porque, tras su divorcio, "había que pagar portería y a la muchacha". Si los programas de televisión fueran una prenda de ropa, Ágatha los habría catalogado como "prácticos pero horrorosos". Aún así, funcionaron: sobrevivió, pagó lo que debía y, de paso, desparramó su energía por platós de toda España.

Aquí Ágatha entra en terreno polémico: "Me indigna que no me den las sobras en los restaurantes para mis perros. ¡Ni siquiera las de otras mesas! Debería haber una ONG que recogiera esa comida, pero claro, el Estado prefiere que la gente se muera de hambre". Su tono, entre la rabia y el surrealismo, es puro dinamismo ágathico. Es decir, una mezcla de indignación genuina con una chispa de "que alguien haga algo ya".

Sobre la educación, sentencia: "Hay muy poca. Antes los niños escuchaban a los mayores aunque fuera para aburrirse, ahora eso les parece horrible. Es todo 'TikTok, TikTok'. Les hablas de la vida y te contestan con un sticker". Aquí, Ágatha se muestra como una nostálgica de los tiempos en que los niños aprendían a escuchar aunque no entendieran nada.

Ágatha admite sin tapujos que no se cuida tanto como otras famosas: "¡Porque trabajo más que ellas! Si me pongo a cuidarme pierdo mucho tiempo, y el tiempo es oro". Así que mientras unas se embadurnan en cremas anti-edad, ella prefiere embadurnarse en ideas. Todo sea por seguir siendo "la única diseñadora conocida de España".

De su novio actual, José Manuel, destaca: "Es guapísimo. Nunca he tenido un novio tan guapo. Y sabe mucho". Pero cuando la conversación gira hacia bodas, Ágatha pisa el freno con la contundencia de quien no quiere líos: "Casarte es un plan horroroso. Si mañana me separo, como mucho le devuelvo un par de pantalones. Pero casarte ya implica abogados y odios. No, no, mejor así".

Charlar con Ágatha Ruiz de la Prada es como leer su libro: un torbellino de anécdotas, verdades como puños y reflexiones que van del absurdo a lo profundo en cuestión de segundos. Con ella no hay poses, ni tiempo para fingir. Quizá por eso, en un mundo donde casi nadie dice lo que piensa, charlar con Ágatha es un lujo del que sales un poco aturdido, pero mucho más vivo.

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