María Isasi, actriz como su madre, es hoy junto con el 'viudo' Chema Prado el rostro del duelo más profundo: ha perdido a la madre, a la mujer Marisa Paredes, la figura monumental del cine español, pero su madre, su referente, su todo. La noticia, que la Academia de Cine confirmó a primera hora de este martes, sacudió a un país que llora la muerte de una intérprete todoterreno, capaz de sublimar cualquier personaje y convertirlo en leyenda. Marisa ha fallecido a los 78 años, víctima de un problema coronario que se la llevó horas después de ingresar en el Hospital Fundación Jiménez Díaz de Madrid, donde llegó sintiéndose indispuesta y de donde nunca volvió a salir.
María Isasi, la única hija de Marisa, nacida de su relación con el cineasta Antonio Isasi-Isasmendi, lleva el peso de un apellido doblemente ilustre. Decidió seguir los pasos de su madre, aunque en un camino menos expuesto a las luces cegadoras de la fama. Como actriz, ha participado en teatro, televisión y cine, construyendo su carrera con un perfil más discreto y alejado de las etiquetas de 'hija de'. Sin embargo, su vínculo con su madre era inquebrantable. Marisa Paredes siempre se refería a ella como "la flor de mi vida", un apodo lleno de ternura que resumía la devoción que sentía hacia su hija.

María nació en 1975, en una España que cambiaba a trompicones, con las calles aún sacudidas por la dictadura y los gritos de ultraderechistas que, desde su ventana, la madre escuchaba. Aquel contexto, tan marcado por la transición, parece sellar su destino: María es hija de una época de ruptura y de una mujer adelantada a su tiempo. Su madre, nacida en la plaza Santa Ana de Madrid, hija de una portera y un trabajador de la fábrica de cervezas El Águila, se convirtió en una actriz que nunca dejó de romper moldes.
La vida de Marisa fue como una de esas tragedias teatrales rusas que tanto interpretó: intensa, apasionada, marcada por los grandes nombres y los pequeños gestos. El primero de los amores que definió su vida fue Antonio Isasi-Isasmendi, director de cine que dejó una huella profunda en su historia. Marisa solía recordar la solidez de aquel hombre maduro, con el que decidió formar una familia y tener a María. Sin embargo, la relación apenas duró seis años, lo suficiente para que Marisa decidiera que su hija sería su centro, su ancla en el mundo.

En 2017, la muerte de Isasi-Isasmendi fue un golpe duro para María y su madre. La pérdida del cineasta desató un conflicto judicial entre los hermanos del director por la herencia familiar, en especial por una casa en Ses Salines, Ibiza, donde el padre de María había pasado sus últimos años. Aquel pleito, que llegó hasta el Tribunal Supremo en 2021, fue un trago amargo para Marisa Paredes y su hija, una batalla que puso a prueba sus fuerzas y dejó cicatrices en las relaciones familiares.
En las últimas décadas, Marisa había rehecho su vida con Chema Prado, el exdirector de la Filmoteca Española. Desde 1983, Chema fue su compañero y su refugio, alguien que le proporcionó calma en una vida que tantas veces se había convertido en torbellino. Ambos compartieron un apartamento en Torres Blancas, un edificio icónico de la Avenida de América en Madrid. Allí, entre recuerdos de rodajes, fotografías y libros, construyeron una existencia tranquila pero no exenta de momentos memorables.
Prado solía contar cómo, en su hogar, ellos mismos cocinaban tortillas de patatas y las compartían con amigos ilustres como John Malkovich o Bernardo Bertolucci. Marisa y Chema, lejos del artificio de las alfombras rojas, ejercían de anfitriones en un rincón donde la cultura y el amor convivían en armonía. En esos muros de Torres Blancas también habitaba María, siempre presente en las historias que su madre contaba con cariño.
Pese a la serenidad que Chema trajo a su vida, Marisa Paredes nunca dejó de comprometerse con las causas en las que creía. Actriz y activista, su voz resonó con fuerza en los Goya de 2003, cuando lideró aquel célebre "No a la guerra" que sigue siendo uno de los momentos más icónicos del cine español. Marisa no tenía miedo a señalar la injusticia; su compromiso con la libertad y la cultura continuó hasta el último momento, como demostró en 2023, cuando criticó las políticas culturales restrictivas de Vox y PP en un acto de campaña de Sumar.

El legado de Marisa Paredes no cabe en una sola vida: es la voz de las mujeres complejas que interpretó en las películas de Almodóvar, la dama que llenó las tablas con los dramas de Ibsen y Chéjov, la actriz que cautivó a directores como Arturo Ripstein o Guillermo del Toro. Pero, por encima de todo, Marisa fue madre. Una madre que hoy deja huérfana a María Isasi, su hija, quien ahora hereda no solo el peso de su apellido, sino también la memoria de una mujer que vivió con una intensidad que se hizo eterna.
La semana pasada, Marisa estaba aún trabajando en su regreso al teatro. Cargada de futuro, se titulaba el monólogo que preparaba con Lluís Pasqual. Era un espectáculo íntimo, donde Marisa deseaba compartir poesía, recuerdos y cine con su público, convirtiendo el escenario en un espacio de confidencias. Ese futuro, sin embargo, quedó truncado por el corazón, un órgano que, como ella misma, nunca quiso detenerse.
En el tanatorio de San Isidro, Madrid despide a una de sus grandes actrices, a una mujer que nunca dejó de ser fiel a sí misma. María Isasi, acompañada de familiares y amigos, recibe ahora el cariño de todos los que alguna vez amaron a Marisa Paredes. La actriz se ha ido, pero su voz, su legado y sus personajes permanecen, inmortales, en el recuerdo de quienes la admiraron. María, en silencio, hereda ese eco, el de una madre que fue mucho más que una actriz: fue el alma profunda de nuestro cine.
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