Hoy, Bertín Osborne, ese hombre que ha vivido como si cada día fuera una corrida en la Maestranza, cumple 70 años. En la mirada azul del madrileño se refleja una época, la de un país de fiesta en bata de casa frente al televisor, una ilusión catódica de sobremesas bañadas de jerez, pasodobles y country que resonaban en nuestros salones ibéricos, con la mitad de la audiencia hipnotizada. Su canto grave era lo de menos, acaso una pieza más de su arsenal de armas de seducción masiva. Lo importante era su fachón de macizo patrio para embellecer con voz de hombre la sala de estar en Nochevieja o cuando fuera. A Bertín se le perdonaba todo a cambio de una sonrisa, espejismo de un revolcón en 625 líneas. Parecía destinado a amansar el alma, a reconfortar corazones heridos y a perpetuar un sueño efímero que nunca termina de cumplirse. Pero luego, cuando se hacía carne y salía de la pantalla, como Jeff Daniels en La Rosa púrpura del Cairo, todas las Mias Farrows sufrían los zarpazos de su insaciable realidad.
Ahora que regala jamones para que le perdonen sus excesos y salvar la rentabilidad de su imagen, adivinamos que en su figura caben todas las contradicciones: el amante descontrolado, el amigo fiel, el padre ausente, el esposo incapaz, el hombre que canta para todas pero que no pertenece a ninguna. Bertín llegó al mundo con el nombre solemne de Norberto Juan Ortiz Osborne, un título que prometía una vida ordenada, encorsetada en las costumbres de su casta. Nació en una familia aristocrática de abolengo rancio (¿es lo mismo que rancio abolengo?) y silencios densos como una tormenta en ciernes. En la calle Serrano, epicentro del Madrid de los bien nacidos, Bertín fue moldeado entre normas rígidas, palos de golf y las expectativas de un padre, el conde de Donadío de Casasola, que imaginaba para su hijo un futuro de ingeniero agrónomo, con finca, perros y domingos de caza. Pero Bertín, con esa chispa de rebeldía que siempre lo acompañó, solo compró alguna de aquellas propuestas. Él tenía otros planes.

La ruptura con el padre
El joven Bertín pronto se convirtió en el reflejo de todo lo que su padre despreciaba: indómito, seductor, un amante del mundo que parecía moverse por caprichos. Las discusiones eran la banda sonora del hogar. Se cuenta que un día, tras uno de esos enfrentamientos colosales, el padre, en un arrebato de furia, le rompió un palo de golf en la espalda. Aquel fue el último acto de una guerra perdida. Bertín, que ya intuía que su verdadero lugar estaba en los escenarios, tomó la puerta de salida. Con su metro noventa y una sonrisa que prometía noches interminables, se lanzó al mundo sin mirar atrás. Primero fueron las discotecas, los bolos en locales de segunda, donde su voz grave empezó a tallar un estilo. Luego, las primeras oportunidades en televisión y el descubrimiento de un carisma que trascendía cualquier frontera. Bertín no solo cantaba, enamoraba. Las mujeres lo adoraban; los hombres querían ser él. España lo adoptó como una especie de príncipe pícaro, el galán que podía encandilar igual a una aristócrata que a una camarera.

Los amores y los naufragios
Entre las conquistas que marcaron su vida, Sandra Domecq ocupa un lugar especial. Bertín se casó joven con esta mujer de su misma casta, con la que compartía no solo un linaje sino una pasión desbordante. Con Sandra vivió días de vino y rosas, pero también noches de tormenta. La muerte de su primer hijo, Christian, apenas nacido, fue una herida que nunca llegó a cicatrizar del todo. Después vinieron Alejandra, Eugenia y Claudia, pero ni siquiera la paternidad pudo anclar a Bertín. Era un hombre demasiado libre, demasiado seductor, para la vida ordenada que Sandra necesitaba.

Tras su divorcio, la vida de Bertín se convirtió en un carrusel de romances. Brigitte Nielsen, Gabriela Sabatini, Ana Obregón, Mar Flores. Sus nombres, algunos confirmados, otros fruto de rumores, y muchos desconocidos, se entrelazan en una crónica sentimental que España siguió con fascinación y envidia. Pero fue Fabiola Martínez, la modelo venezolana que conoció en un casting, quien lo llevó de nuevo al altar. Con ella compartió algunos de sus años más estables, marcados por el nacimiento de su hijo Kike, diagnosticado con parálisis cerebral.

La llegada de Kike supuso un punto de inflexión en la vida de Bertín. Por primera vez, su imagen de galán eterno se transformó en la de un padre comprometido. Con Fabiola, creó una fundación para apoyar a niños con discapacidades. Pero la convivencia, marcada por el carácter errático de Bertín y sus infidelidades constantes, terminó por romper el matrimonio. En 2021, anunciaron su separación, y Bertín volvió a la soltería, ese terreno donde siempre pareció más cómodo. Si la vida amorosa de Bertín ya era terreno conocido, el último capítulo de su biografía ha añadido un giro inesperado. A poco de llegar a los 70 años, Bertín se convirtió en padre por séptima vez, esta vez con Gabriela Guillén, una joven paraguaya 40 años menor que él. Lo que podría haber sido una noticia feliz se convirtió en un escándalo tras las declaraciones del cantante, que describió el nacimiento del niño como un "accidente". Durante meses, Bertín pareció ignorar la existencia del niño, un gesto que la opinión pública no le perdonó. De repente, el hombre que siempre había gozado del favor popular se convirtió en objeto de críticas. Sin embargo, con el tiempo, aceptó su paternidad y, aunque sigue siendo un padre distante, ha tratado de lavar su imagen con jamones y gestos simbólicos.

Las sombras de la decadencia
Este 2023 no solo ha parido la tormenta mediática por su paternidad. Bertín también enfrentó problemas de salud que lo apartaron de los escenarios. Un covid persistente le robó la voz durante meses, obligándolo a cancelar conciertos. Los rumores de que sus espectáculos no lograban llenar butacas añadieron una nota amarga a un año complicado. A esto se sumó la muerte de su padre, el conde de Donadío, con quien había logrado una reconciliación tardía.
Durante los confinamientos de la pandemia, toda la familia compartió días en la finca sevillana de Bertín, un gesto de tregua que llegó justo a tiempo. A pesar de los golpes, Bertín no ha perdido del todo su capacidad de reinventarse. Con la ayuda de su amigo José Luis López, conocido como El turronero, ha lanzado una nueva marca de productos gourmet, B.O., y ha recuperado su relación con los medios. En los últimos meses, posó junto a Fabiola y su hijo Kike en la portada de ¡Hola!, anunciando que la fundación llevará el nombre del joven para visibilizar su trastorno. "Era la portada que queríamos", nos confirma una fuente que conoce la operación mediática montada en torno a la Fundación, una portada que se repite cíclicamente.

Un legado complejo
A los 70 años, Bertín Osborne es un reflejo de las contradicciones de una España que lo elevó a icono. Es el galán irresistible que nunca supo ser un buen marido, el padre que se esfuerza tarde, el artista que siempre antepuso el carisma al talento. Pero quizás en su imperfección reside su encanto. Bertín es una caricatura entre grotesca y entrañable del país que abarca las décadas entre la llegada de la televisión en color y la de las redes sociales, un país que no deja de mirarse en el espejo de sus defectos. Con su porte elegante y su sonrisa canalla, esperemos que Bertín siga cabalgando entre luces y sombras, entre Motos y Broncano, entre canciones y escándalos. Al menos mientras España siga dispuesta a perdonarlo y aplaudirlo.