El Baile de Debutantes de París, un ritual social que mezcla lo antiguo y lo moderno en una danza de linajes y títulos, ha elevado este año a Eugenia de Borbón, hija de Luis Alfonso de Borbón y Margarita Vargas, a un pedestal simbólico que parece evocar a las princesas de los imperios que se desmoronaron hace más de un siglo. Bajo los techos dorados del Shangri-La Hotel, escenario de lujo y tradición, Eugenia se presentó como una moderna 'Sissi emperatriz', portadora no solo de un linaje regio, sino de una continuidad aristocrática en un mundo que la observa con una mezcla de fascinación y distancia.

La joven Eugenia, de 17 años, fue un homenaje andante a la realeza, vestida con un traje de Carolina Herrera que marcaba la mitad venezolana materna, y que ya llevaba una historia propia: la misma prenda había sido lucida por Margarita Vargas en la boda real de Alberto y Charlène de Mónaco en 2011. Confeccionado en un azul grisáceo y adornado con paillettes dorados y plateados, el vestido parecía conjugar en cada hilo el pasado y el presente, añadiendo un toque de modernidad a su aire de cuento de hadas. Este diseño, además, simbolizaba una conexión entre la debutante y sus raíces venezolanas, dado que tanto su madre como la diseñadora nacieron en Caracas, un guiño a un linaje que trasciende fronteras.

Pero el simbolismo no terminaba en el vestido. Eugenia lucía una tiara prestada por V Muse Jewelry, un adorno que acentuaba su rol de princesa contemporánea. A su lado, su cavalier, el archiduque Carlos Constantino de Habsburgo-Lorena, descendiente del último emperador del Imperio Austrohúngaro, completaba un cuadro que bien podría haber salido de una película de época. Este joven, de 20 años, hijo del embajador de Hungría en Francia y relacionado con la familia imperial austríaca, aporta a la ecuación un aire de legitimidad histórica, una conexión que parece sellar el papel de Eugenia como figura central en esta puesta en escena de linajes entrelazados.

El evento, que reunió a un élite internacional y no solo aristocrática, como la hija de Chris Martin y Gwyneth Paltrow, es para algunos la Meca del pijerío de los ricos que dan a sus cachorros el caprichazo pero para otros es un acto solidario o una pasarela de vestidos y joyas, además de un escenario de relevancia social, cultural y política. La presencia de Eugenia para representar a su familia en esta noche señala la intención de sus padres de situarla como un eslabón visible entre el pasado y el futuro. Luis Alfonso de Borbón, bisnieto de Francisco Franco y presunto heredero de una compleja herencia dinástica, parece estar utilizando este acto para reafirmar la posición de su familia como legítima heredera de Luis XIV de Francia, dentro de los círculos de la alta sociedad europea.

La presencia de Carlos Constantino de Habsburgo-Lorena a su lado no puede ser vista como una mera coincidencia. Con raíces en la nobleza española y europea, su rol como acompañante añade una dimensión simbólica que remite a los anacrónicos matrimonios de conveniencia y alianza entre casas reales. Aun cuando este tipo de uniones ya no son una norma, la elección de este cavalier refuerza la idea de Eugenia como puente entre la tradición y la modernidad, una figura que, al igual que la propia Isabel de Baviera, más conocida como Sissi, se debate entre los rituales del pasado y las demandas del presente.

El Baile de Debutantes, más que un simple evento social, es una escenificación de poder y continuidad. Eugenia es nieta del banquero más rico del país más corrupto de Latinoamérica. Víctor Vargas fue el banquero consentido del chavismo, primero por Hugo Chávez y después por Nicolás Maduro. Chávez le otorgó la mayoría de los contratos petroleros convirtiéndose en uno de los hombres más adinerados de Venezuela. El padre de Margarita Vargas está casado desde 2014 con María Beatriz Hernández (30 años menor con que él), con quien tiene dos hijos, tíos de Eugenia: Víctor Simón (nacido en 2013) y María Guadalupe (nacida en 2015). Hasta 2014 estuvo casado con Carmen Leonor Santaella, madre de Margarita, con quien tuvo otros tres hijos.

Pero Eugenia no fue vista este sábado como la nieta de un corrupto del chavismo. Con su porte, su vestido cargado de historia y su joya regia, no solo se presentó como una joven aristócrata, sino como un símbolo de un linaje que busca reinventarse en un mundo donde los títulos son cada vez más cuestionados. En esta noche parisina, bajo las luces del Shangri-La, Eugenia pareció encarnar ese delicado equilibrio entre la nostalgia imperial y la reinvención moderna, consolidando su lugar en las nuevas generaciones de la realeza.

Si Sissi emperatriz luchaba por escapar de las ataduras de su tiempo, Eugenia, aunque en un contexto muy diferente, se enfrenta a un desafío similar: navegar entre las expectativas de su legado y las posibilidades de una vida más allá de las tradiciones y el derroche de los inmensamente ricos por pura herencia. En el Shangri-La, sin embargo, por una noche, esta adolescente, ajena a las hazañas de su abuelo, fue simplemente una princesa de cuento en el baile que todo lo puede.

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