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Las pistas de Íñigo Errejón, muchos años antes de Elisa Mouliaá: la parte desconocida de su noviazgo con Rita Maestre

Íñigo Errejón y Rita Maestre tenían algo en común que pocos comprendían. En aquellos años, la política no era solo un campo de estudio ni una idea a discutir en la facultad, sino una necesidad que les ardía en la sangre. Eran dos jóvenes movidos por un mismo fuego, el fuego de cambiarlo todo, de abrirse paso entre las voces cansadas y apagadas de una generación anterior. En el campus de Somosaguas, donde se encontraron por primera vez, entre charlas de política y cigarros, el mundo era solo una promesa por cumplir. Era 2008, un año de cambios, y ellos, jóvenes y decididos, no solo creían en la posibilidad del cambio; creían ser los artífices de él.

En ese ambiente de rebeldía y promesas por cumplir, la relación entre Íñigo y Rita floreció. Allí, donde el humo de los bares y las aulas se mezclaba con la neblina de la sierra, compartieron sus primeras confidencias y sus primeras ilusiones. La política les servía de puente, una carretera infinita que podían recorrer juntos, construyendo en común un lenguaje de miradas y gestos. En la distancia, parecían normales, como cualquier pareja joven. Pero, al mirarlos de cerca, uno podía notar que compartían un secreto, el secreto de quienes creen que el mundo tiene grietas y se sienten capaces de repararlas.

Aquella relación no estaba hecha de cenas ni de citas ordinarias. En cambio, viajaban a Valsaín, rodeados de sus amigos y compañeros de lucha. Era allí, en los pinares segovianos, donde podían hablar sin rodeos, donde sus ideas fluían con la libertad que da el estar lejos de todo. En esa tierra, se debatía como en ninguna otra parte. Cada conversación parecía una batalla en la que se apostaban algo mucho más grande que sus propias opiniones; se jugaban el sueño de lo que el país podría llegar a ser. Las noches en Valsaín tenían una intensidad extraña, casi solemne, y allí, entre anécdotas y teorías, fue como Íñigo y Rita, y el grupo que les acompañaba, comenzaron a dibujar el boceto de algo que, en sus corazones, debía llamarse Podemos.

Pero el amor es frágil en tiempos de revolución. Íñigo y Rita tenían un vínculo profundo, sí, pero también era una relación tejida entre las costuras de la política y la tensión de una historia en ciernes. Como dos guerreros en el mismo campo de batalla, no siempre supieron distinguir si los latidos que sentían eran fruto de sus ideales o de la pasión entre ellos. Y al final, cuando la realidad de la política institucional se impuso sobre las ideas románticas de cambio, el peso de aquella relación se hizo insostenible.

Cuando todo terminó, Rita y Íñigo tomaron caminos distintos, pero no opuestos. Los dos siguieron con el mismo impulso de querer cambiar el mundo, solo que ya no lo harían codo a codo. Por mucho tiempo, mantuvieron un respeto tácito hacia esa historia compartida. Ella siguió adelante, enfocada en su papel como portavoz, mientras que él se embarcó en una carrera propia, intentando encontrar su lugar en un espacio político que parecía volverse hostil a cada paso.

La ruptura dejó marcas invisibles. Años después, Rita recordaría esos días y confesaría que el dolor no había pasado. En el contexto reciente, las acusaciones contra Errejón la tomaron por sorpresa, removiendo en ella un torbellino de sentimientos mezclados. No podía, ni quería, defender a Íñigo, pero tampoco lo condenaría en público. Su dolor era suyo y se mantenía firme en la convicción de que no tenía que dar explicaciones a nadie. "Cuando el dolor es devastador, intentar ponerle palabras es tan difícil como sanador", dijo un día, como si esas palabras encapsularan el sentimiento de una historia que había quedado atrapada entre la juventud y el idealismo.

Pablo Iglesias, antaño aliado cercano de Íñigo, observaba todo desde la distancia. Las tensiones entre ellos eran cosa del pasado, pero los recuerdos de sus días en Somosaguas se mezclaban con la nueva realidad: uno a uno, sus antiguos compañeros caían en disputas, en escándalos, y en traiciones que solo los involucrados entendían del todo. "A Íñigo Errejón se le podrá acusar de muchas cosas menos de mediocridad", dijo Pablo en una ocasión, como si quisiera recordar al joven brillante que había conocido, mucho antes de que los errores y las debilidades comenzaran a desgastarlos a todos.

En los años de Valsaín, cuando compartían ideas, sueños y promesas de cambio, ni Rita ni Íñigo imaginaron que, en algún momento, esas mismas ideas serían armas arrojadizas en el fragor de la política. Lo que compartieron fue un momento en el tiempo, un instante de idealismo feroz que se rompió, como tantos otros sueños, al contacto con el mundo real. Pero, a pesar de la distancia y de las palabras duras, en algún lugar de sus memorias seguían existiendo como lo que fueron alguna vez: dos jóvenes con más sueños que certezas, dispuestos a dejarlo todo en una lucha que aún no sabían cómo ganar. A veces, la memoria de lo que pudo haber sido es la más pesada de las cargas.

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