Era una de esas jornadas en que el cielo se toma la justicia por su cuenta, descargando lluvia como venganza, como si la ira de los dioses antiguos reclamase de nuevo el espacio que conquistamos al agua, como si aquellas viejas heridas del río Magro y las riberas cercanas debieran sangrar otra vez con la furia inmemorial de sus crecidas. Y mientras el torrente asediaba las calles y la gente miraba impotente cómo la corriente inundaba todo de horror, mientras centenares eran arrastrados a la muerte y las familias enteras se hundían, mientras se anegaban casas y caminos, arriba, en las altas esferas del poder, resonaba un susurro turbio, casi absurdo, como un eco entre las sombras.
Aquel maldito martes 29 de octubre, la Comunidad Valenciana estaba al borde del caos. Los telediarios de las tres de la tarde mostraban cómo las lluvias se habían convertido ya en un diluvio peligroso que avanzaba implacable inundando calles, carreteras y pueblos enteros. La propia cadena À Punt, la autonómica que Mazón quería entregar, mostró en su telediario de la noche imágenes de Pradas, la Consejera responsable de Emergencias, en la reunión de las 12:45 del día de las inundaciones. Con fría nitidez, se la oía referirse a la UME como a una herramienta disponible, una posibilidad de socorro a mano. Pero la ayuda fue solicitada solo para Utiel a las dos de la tarde, y el Cecopi se reunió a las cinco, en ese tic letárgico que deja a la burocracia con los pies secos mientras el agua sube. Para entonces, los teléfonos de emergencias ya estaban saturados con el rugido inútil y desesperado de los damnificados, y los avisos meteorológicos emitidos en redes por los pueblos empezaban a parecer sollozos que casi nadie escuchó.
A todo esto, en un rincón discreto del restaurante El Ventorro, Carlos Mazón, presidente de la Generalitat Valenciana, se encontraba sentado frente a su admirada Maribel Vilaplana, para comer ajeno a la devastación que se desataba fuera. Las inundaciones ya afectaban de manera crítica a varias localidades y la situación requería una atención inmediata por parte de las autoridades. Pero Mazón celebró una comida pausada y de las largas. Esa comida de trabajo estará pagada seguramente con dinero del bolsillo de Mazón, porque no atreverá a pasarla. Comía Mazón el día de la tragedia mientras los barrancos rugían, los ciudadanos buscaban un lugar seco, y el mundo daba vueltas sobre sí mismo. La comida es símbolo de la desconexión insensata que resuena cuando todo se precipita y se espera de un líder como mínimo la humildad de quedarse a ver qué está pasando
Pero Mazón se fue a comer. Mientras la riada avanzaba y las aguas desbordaban, mientras los habitantes de los municipios valencianos veían la muerte y sus viviendas y pertenencias arrastradas por la fuerza inusitada de las tormentas, el presidente de la Generalitat valenciana, Carlos Mazón, se entregaba a la despreocupación altanera de quien va sobrado de tiempo. La máxima autoridad de la Comunidad Valenciana priorizó aquella conversación a las emergencias que ya inundaban mucho más que las noticias. Las fuentes consultadas señalan que no fue hasta pasadas las siete cuando el presidente se incorporó a la reunión de coordinación. Comió despacio. La charla giraba en torno a una propuesta: la dirección de la radiotelevisión pública À Punt, un cargo al que se accede por concurso público. Un puesto de alto rango que él le ofrecía a la profesional que admira, no en un despacho: en torno a un mantel, a la vieja usanza. Desde el lado inteligente de la mesa, la periodista, experimentada y cauta, rechazó la oferta con la elegancia de quien vaticina que algunos tratos no deben cerrarse con el agua al cuello. Mazón y la ex presentadora del magacín matinal de Canal 9 en la época de Camps, además de los informativos de la autonómica, comparten un respeto mutuo. El político la había alabado en público días atrás recordando que en Valencia hay dos tipos de eventos: "Los que presentaba Maribel y los demás", como dijo Mazón en una gala en el que ambos coincidieron apenas un mes antes de la catástrofe. Durante el encuentro del martes 29, según testigos, Mazón mostró "una cordialidad cercana" hacia Vilaplana. Sin embargo, Vilaplana rechazó la oferta. Ofrecer la dirección de la cadena pública en esos momentos es una incoherencia aún mayor si recordamos que el Partido Popular, con mucha razón y contundentes argumentos, había criticado duramente al PSOE por la reestructuración del Consejo de Radiotelevisión Española en fechas recientes. En esta ocasión, el presidente valenciano cuestionado por su tardanza en un momento de emergencia, gestionó además de forma impresentable e inoportuna el ofrecimiento de un puesto de alto rango en una situación inapropiada.
Las horas se deslizaban, y a medida que la comida se prolongaba, el Centro de Coordinación de Crisis, o Cecopi, comenzaba su reunión. Eran las cinco de la tarde y la lluvia se tornó infierno. Las alarmas resonaban ya en toda la comunidad; los informes hablaban de evacuaciones, de rescates, del inminente despliegue del Ejército en las áreas más afectadas. Salomé Pradas, consejera de Justicia e Interior, tampoco estuvo a la altura. Su escasa familiaridad con el sistema de alertas ES-Alert despierta la suspicacia de cualquiera que conozca mínimamente los protocolos de protección civil y en sus declaraciones deja entrever la inutilidad de quien parece ignorar la letalidad del silencio cuando la responsabilidad exige el grito de alarma. Pradas se paseaba de micrófono en micrófono, dibujando un relato a medio armar sobre la coordinación de emergencias. Que si la Unidad Militar de Emergencias estaba avisada pero sin permiso; que si el sistema de avisos móviles, pese a estar en marcha desde 2022, era un misterio que apenas descifraba; que si Pilar Bernabé, la delegada del Gobierno, no había insistido con la debida gravedad en la emergencia. Cada frase suya era una especie de alarde y de inocencia fabricada al mismo tiempo, como si pretendiera desplegar un velo de incienso sobre el fango que ya asomaba a las puertas del Cecopi, el Centro de Coordinación que, aquella mañana y tarde de lluvias interminables, se reunió tarde y mal, como si el chubasco fuese de verdad un chubasco, un asunto menor.
El cielo no obedeció la orden
Carlos Mazón había tuiteado horas atrás una profecía errática: a las seis de la tarde, dijo, la tormenta amainaría, y con ella, tal vez, los ánimos de la naturaleza. Mazón tuitea a las 13:18 que el temporal "se desplaza hacia Cuenca". La realidad, sin embargo, lo contradice: el cielo no obedeció la orden, y para las ocho de la tarde, en lugar de un anuncio de calma, las nubes asesinas parecían densas de reproches. Mazón había borrado ya su profecía digital, una de esas acciones rápidas que hablan en silencio del arrepentimiento político.
Mientras Mazón seguía comiendo en El Ventorro, la tensión era palpable entre los funcionarios que se preguntaban cómo un hombre en su posición y de su responsabilidad podía demorarse tanto. ¿Qué podía ser tan importante en un día con la Alerta Roja ya en marcha? Aguardaban al presidente mirando el reloj.
La tormenta no esperó a nadie. Y cuando Mazón finalmente se levantó de la mesa y se encaminó hacia Cecopi, ya el reloj se acercaba a las 7. Para entonces, el agua había alcanzado niveles históricos, y la ausencia del líder era desconcertante: la máxima autoridad de la Comunitat no podía organizar nada: su abandono pudo retrasar decisiones y por tanto ser, por omisión, un arma de desorganización masiva. Mazón defendió su demora, asegurando que se trataba de una "reunión de trabajo", aunque no estaba en su agenda y los detalles lo pintaban más como una comida privada, informal, en la que ninguna urgencia se asomaba a la mesa ni en el aperitivo ni en el postre.
Mientras la manduca se desarrollaba, en la pantalla mediática, los analistas se preguntaban si realmente un presidente ofrecería un puesto de tal magnitud en una mesa de restaurante, en el peor día posible, con la Alarma Roja en marcha, y si, además, se quedaría inmóvil cuando su gente necesitaba un liderazgo inmediato. Nadie le dijo que cuando el cielo tiembla es tiempo de pedir ayuda, de atender a quien necesita rescate, y de pensar en el agua antes que en la próxima comida. Cuando Mazón llegó; el Cecopi lo recibió con el eco de sirenas, órdenes tardías y una sensación que hoy es certeza: su presidente, aquel que había pasado la tarde en una comida, tiene los días contados.
Los hechos son la tragedia de los muertos, el dolor de los vivos, la ruina de haberlo perdido todo en una catástrofe que pudo no ser tan terrible. ¿Queda algo más de esta historia de la comida que no suene como una metáfora triste? ¿Algo que no respire esa fragancia de inútil soberbia, de dejar el barco a la deriva? La incompetencia parece una vez más consumirse en su propio desdén y la inutilidad de las autoridades frente a la tragedia nos recuerda que la política debería estar donde arde la tierra o donde se inunda, y no donde suenan los brindis sobre los manteles.