Fue en pleno apogeo de su romance con la cantante Isabel Pantoja. Coincidimos en un restaurante de la Moraleja, uno de los que se llena de ejecutivos al mediodía y te dejan la tarjeta de crédito tiritando. Mi amiga y yo no sentamos en una mesa y nada más coger la carta las dos nos levantamos para saludar a distintas personas. Ella fue directa a ESTHER Koplowitz que estaba dos mesas más a la derecha. Yo me acerqué al ver a Isabel Pantoja y Julián Muñoz comiendo en la misma sala. Tras los consabidos saludos mi amiga y yo volvimos a la mesa y nos dispusimos a degustar esos platos y ponernos al día. Pero a la hora de pagar el camarero llegó con sorpresa. Estábamos invitadas. Enseguida empezamos a deducir quién era el generoso. Ella creía que su amiga Koplowitz había tenido un detalle. Yo estaba convencida de que tenía razón. Hasta que el propio camarero nos sacó minutos después de la duda: había sido Julián Muñoz. Lo que pasó es que ya se habían ido y no podíamos darle las gracias.
Esta simple anécdota refleja muy bien cómo se las gastaba Muñoz cuando estaba con Isabel Pantoja y sin pasar por la cárcel. Poco después se convirtió en una especie de manager o filtro de la cantante y de ahí que cuando acudía a entrevistarla siempre estaba Julián cerca y no sé muy bien haciendo qué, pero se supone que trabajando para ella.
Por entonces Julián era un tío simpático, de los que te llamaba siempre por Nochebuena para felicitar las fiestas y de los que presumía de tener don de gentes. Eso cuando estaba de buenas. También conocí la otra cara, ya sin la Pantoja, con todo el escándalo de la Operación Malaya, con un pie casi en la cárcel, y también con otro pie fuera de la prisión. Por eso, hablar de Julián es hablar de dos o más personas a la vez. Según en qué momento y según con qué mujer. El Julián que se subía los pantalones hasta debajo del pecho y decía que vestía como Julio Iglesias y hasta cortaba las calles para que la Pantoja pudiera salir de compras por Marbella no tenía nada que ver con el Julián que solo sentía rechazo hacía Isabel y la culpaba de todos sus males. Por ella rompió con una familia, abandonó a unas hijas y se pavoneó por medio mundo.
Cachuli quería ser Julio Iglesias
Cachuli, que era como le llamaban en su pueblo, se creía de verdad que era Julio Iglesias. Pero vinieron las vacas flacas, las condenas, sus ingresos en la cárcel, sus salidas por razones de salud, los juicios y hasta el reencuentro con una familia que quiso perdonarle una vez lanzó pestes contra Pantoja. Porque siempre la sombra de Isabel ha sido muy alargada en la vida de Julián. La tonadillera rompió con él en una de sus visitas a la cárcel, cuando se enteró que había unas transferencias bancarias a su exmujer Maite Zaldívar, y por ahí ya no quiso pasar.
Hasta entonces mantuvo una extraña relación que solo le trajo problemas y disgustos y hasta una sentencia con ingreso en prisión, a pesar de que la condena marcaba dos años y no tenía antecedentes. Pero la justicia quiso que su caso fuera ejemplarizante, y Pantoja entró en prisión al igual que Maite Zaldívar y, por supuesto, Julián Muñoz.

Julián ha muerto y quedan muchos enigmas en una biografía que termina casi de forma bizarra con un nuevo matrimonio junto a su ex Mayte, quien a su vez sigue con Fernando, su novio de estos últimos 20 años. Dicen sus allegados que era una cuestión de amor y cariño, pero vamos, que novelita rosa no cuelan en una historia, donde las bolsas de basura llegaban a su casa llenas de dinero y que sepamos no se han devuelto donde debían. Hay misterios sin resolver y hay más dudas que creencias en un surrealista matrimonio que solo podría explicarse para obtener los beneficios que una viuda consigue cuando llega a ese estado. El día antes de su muerte, Julián reunió a todos en el hospital: a su ex y nueva mujer, al novio eterno de esta, a su ex novia de Gibraltar, a las hijas… Ni estaba ni se esperaba a Isabel Pantoja, el enemigo común que volvió a unir a la familia que hoy llora la pérdida de un hombre que ha marcado la crónica social y carcelaria de los últimos años.