A las puertas de cumplir tres décadas de reinado, Mohamed VI se enfrenta a un presente rodeado de incertidumbre. Desde las medinas bulliciosas de Marrakech hasta los modernos paseos marítimos de Casablanca, el tema del rey, su salud y su posible sucesión se ha convertido en una especie de tabú nacional. En un país donde la figura del soberano es reverenciada (aunque ya no es sagrado como su padre Hassan II) y, a la vez, mantenida con un halo de misterio, los ciudadanos se limitan a rumores, especulaciones o lo que logran pescar en la prensa extranjera.
Recorriendo las grandes ciudades del país, recogemos testimonios de marroquíes de a pie: taxistas, vendedores, artesanos, guías turísticos. Todos coinciden en algo sorprendente para los ojos occidentales: "No sabemos nada del fin del reinado", repiten. Para muchos, la separación del rey con su esposa, Salma Bennani, es apenas un rumor, como lo son también las especulaciones sobre su salud o su eventual abdicación. "Nos enteramos por la prensa francesa o española", comenta un guía en Casablanca. "Pero oficialmente, no sabemos nada, ni sobre su salud, ni sobre la separación, ni mucho menos sobre quién le sucederá".
Esa opacidad contrasta con el dinamismo económico que vive Marruecos. Mientras los rumores sobre un relevo en el trono llenan páginas en Francia y otras capitales europeas, en el terreno económico y geopolítico el país parece moverse con otra lógica. Zonas como el norte del país, donde se ha inaugurado el moderno puerto de Nador, junto a la ciudad española de Melilla, son ejemplo del ímpetu inversor que sacude el país. La industria del automóvil ha crecido con fuerza, con fábricas como las de Renault o Stellantis consolidándose, mientras que el sector inmobiliario transforma ciudades como Casablanca, que vive una verdadera explosión urbanística.
A esto se suma la llegada silenciosa, pero constante, de capitales procedentes de China y Rusia. Aunque pocos se atreven a hablar con cifras, los empresarios locales sí mencionan inversiones en infraestructuras, energía y tecnología, que han diversificado los tradicionales lazos económicos con Europa y su incondicional amistad con EEUU, casi histórica desde que Patton rindió a los franceses fieles a Petain. El que después sería el mitificado teniente general George había desembarcado, como comandante de la Western Task Force (Fuerza de intervención occidental), en las playas cerca de Casablanca y, tras tres días de lucha, aceptó la rendición de los franceses germanófilos.
Marruecos, en su posición estratégica entre África, Europa y el mundo árabe, ha sabido jugar un papel relevante como bisagra entre continentes y modelos políticos.
Un punto de inflexión reciente fue el cambio de postura del gobierno español, que sorprendió a propios y extraños al respaldar públicamente la propuesta marroquí sobre el Sáhara Occidental, rompiendo con décadas de apoyo implícito al Frente Polisario. Este giro no solo tensó las relaciones con Argelia, principal proveedor de gas natural para España, sino que también selló una nueva etapa en la política exterior de Pedro Sánchez. Marruecos salió fortalecido, consolidando su papel como socio prioritario de Europa, Francia y Estados Unidos.
Pero detrás de esta aparente estabilidad y dinamismo, hay una pregunta que cada vez suena con más insistencia en círculos diplomáticos y periodísticos: ¿Qué ocurre realmente con el rey? En un reciente reportaje publicado por el diario francés Le Monde, titulado L'énigme Mohammed VI, se expone la fragilidad física del monarca, de 62 años. Las apariciones públicas del rey han sido escasas y ambiguas. En junio, durante la celebración del Aid el-Adha en Tetuán, fue visto visiblemente debilitado, sentado en un taburete, sin capacidad para prosternarse. Su rostro evidenciaba signos de fatiga, lo que despertó inquietud sobre su estado de salud.
Sin embargo, solo días después, un vídeo difundido en redes sociales lo mostraba sonriente, pilotando una moto acuática frente a las playas de Cabo Negro. Una imagen de vitalidad que contradecía la fragilidad mostrada en eventos oficiales. Este vaivén de apariciones ha alimentado las conjeturas sobre su verdadero estado de salud, especialmente porque Marruecos guarda con celo cualquier información relativa a la vida personal del monarca.
La incertidumbre se amplifica con la creciente presencia del príncipe heredero Moulay Hassan, de apenas 22 años. En los últimos meses, el joven ha tomado protagonismo en eventos diplomáticos y ceremonias oficiales. Fue él quien recibió al presidente chino Xi Jinping en el aeropuerto de Casablanca en noviembre de 2024, representando al rey con una soltura que no pasó desapercibida. Su figura gana peso, lo que algunos interpretan como un claro indicio de que el relevo podría estar más cerca de lo que se admite. Estos días navegaba frente a Ceuta con apoyo logístico de la Guardia Civil española, informada de su llegada a bordo del un mega yate rodeado de seguridad, escoltas y lujos.
El legado de Mohamed VI es complejo. Su padre, Hassan II, fue un autócrata respetado y temido, que dudaba de la capacidad de su hijo para reinar, en parte por su estilo de vida relajado y su pasión por la fiesta. Aun así, al morir en julio de 1999, dejó al joven Mohamed como rey, confiando en que sus aliados, como el presidente francés Jacques Chirac, lo apoyarían en sus primeros pasos. El funeral de Hassan II fue una demostración del peso internacional de la monarquía alauí: asistieron más de cuarenta jefes de Estado, entre ellos Bill y Hillary Clinton, el rey Juan Carlos y el entonces príncipe Felipe.
En aquella ocasión, incluso se vivieron anécdotas reveladoras. Cuando el presidente Clinton quiso usar un chaleco antibalas durante el funeral, la familia real lo consideró un insulto a la seguridad del país. Clinton, finalmente, decidió prescindir del chaleco. Aquel gesto fue interpretado como una muestra de respeto y confianza hacia el nuevo monarca y su entorno.
Hoy, sin embargo, el panorama ha cambiado. Marruecos se encuentra en una encrucijada silenciosa. Por un lado, el país muestra signos claros de avance económico, modernización e integración internacional. Por otro, la falta de transparencia sobre la figura del rey genera incertidumbre dentro y fuera de sus fronteras. Nadie se atreve a confirmar una abdicación, una enfermedad grave o una inminente sucesión, pero el ambiente tiene aroma de "fin de reinado".
El actual Monarca fue algo aperturista cuando por ejemplo cambió el carácter sagrado del jefe del Estado, que se mantuvo hasta su padre Hassan II. Pero en Marruecos la dinastía alauita es descendiente del Profeta, es decir, son aristocracia religiosa. La fortuna de Mohamed VI y su familia es difícil de calcular con rigor pero muchas fuentes consideran que es más rico que el rey de Inglaterra.
Marruecos es un país musulmán. Pero la religión mayoritaria convive con la de minorías judías o cristianas y en ciudades más cosmopolitas como Casablanca hay iglesias o barrios judíos. Eso sí, las mujeres musulmanas en las mezquitas por supuesto rezan aparte y separadas de los hombres. No obstante, en las capitales más turísticas se ven mujeres con atuendo musulmán, incluso tapadas completamente como en los países más radicales, pero también se ven con normalidad mujeres como puedan ir vestidas en París, Madrid o Nueva York. Eso no significa que el machismo de facto sea más exacerbado en Marruecos, si bien las nuevas generaciones asumen que la mujer trabaja de forma independiente y hay mujeres en los servicios de seguridad por ejemplo de los aeropuertos, en los comercios y en puestos que requieren gran cualificación, aunque no en proporciones paritarias.
En la calle, la pseudo democracia magrebí lucha contra la censura de facto pero para occidente Mohammed VI y su régimen son una alternativa mucho menos mala y mucho menos peligrosa que una revolución idlámica u otros movimientos mientas que amenacen la estabilidad geopolítica de una de las principales esquinas mas importantes estratégicas del planeta, el norte de África, el estrecho de Gibraltar, la frontera del primer mundo con la emigración.
En Marruecos, los ciudadanos siguen con su vida, con la sabiduría de quienes han aprendido a convivir con el silencio. "Los marroquíes somos curiosos", dice un comerciante en una zona turística de Marrakech, "pero también sabemos cuándo no hacer preguntas".