La abogada filipina Sheila Marie Uriarte-Tan no será canonizada ni venerada en vitrales. Pero quizás, cuando los libros de historia eclesiástica vuelvan a repasarse dentro de cien años, alguien encuentre una nota al pie, un nombre en letra pequeña, y se pregunte quién fue aquella mujer que, sin hacer ruido, guardó los tesoros de la Iglesia como si fueran panes consagrados. En el fondo, el Vaticano siempre ha sido más un teatro de sombras que un ministerio de luz. Sus pasillos, cubiertos de siglos de polvo ceremonial, albergan tanto el perfume del incienso como el aroma frío del dinero. En esa bóveda de mármol que acoge a santos, pecadores y banqueros disfrazados de cardenales, hay una mujer que ha cruzado el umbral con el mismo sigilo con que el viento mueve las cortinas de una sacristía: Sheila Marie Uriarte-Tan, la nueva guardiana del tesoro papal.
Sheila no se parece en nada a los viejos patriarcas que antaño se repartían los secretos del Instituto para las Obras de Religión (IOR), conocido popularmente —y con un inevitable dejo de escándalo— como el banco vaticano. No tiene anillo cardenalicio ni lleva crucifijo de oro al pecho. Lo suyo es más bien la sobriedad de una toga bien cortada, el verbo preciso y una sonrisa que ha aprendido a dosificarse en décadas de juntas de directorio entre las selvas urbanas de Manila y los salones alfombrados de Ginebra.
A ella, nacida en Filipinas y educada en el rigor de los tratados jurídicos y financieros, le ha tocado ahora bailar con ángeles en el parqué más sagrado del planeta. Porque el Papa Francisco, con esa mezcla de pastor jesuita y reformador de concilios, decidió cerrar su legado con un gesto: poner a una mujer al frente del Consejo de Supervisión del IOR, ese rincón otrora oscuro del Vaticano donde se cuecen los 5.400 millones de euros que hoy reposan en bonos de deuda pública y esperan, como el maná, ser distribuidos en obras de caridad, evangelización y, claro, en el mantenimiento de la maquinaria teológica.
Francisco, que aprendió más del alma humana en los suburbios de Buenos Aires que en las aulas pontificias, entendió pronto que la Iglesia no solo debía predicar con la palabra, sino también con los balances. Su obsesión por la transparencia —palabra escurridiza como agua bendita en manos de un escéptico— lo llevó a desmantelar poco a poco las estructuras de poder financiero que durante décadas se manejaron como feudos. El IOR, fundado en 1942 por Pío XII, fue durante años una caja fuerte donde la fe se confundía con la especulación, y donde los pecados de usura se lavaban con indulgencias y transferencias cifradas. Aquel escándalo del Banco Ambrosiano, los rumores de blanqueo, las inversiones en paraísos fiscales… todo eso es ahora historia de archivo. Con la llegada de Mazars Italia como auditor externo, el ingreso al sistema SEPA, y los informes positivos de MONEYVAL, el banco vaticano se ha reinventado en un modelo de ética financiera que haría sonreír a un franciscano.
Sheila, la intrusa necesaria: más de tres décadas en banca fiduciaria
Y en ese tablero de ajedrez eclesiástico, una figura nueva ha irrumpido como una reina blanca: Sheila Marie Uriarte-Tan. Su currículum es una partitura ejecutada en clave mayor: más de tres décadas en banca fiduciaria, dirección legal, gestión de activos y ética corporativa. Pasó por el Banco de las Islas Filipinas, dejó huella en el conglomerado Ayala y siempre se mantuvo fiel a una máxima que bien podría estar inscrita en la puerta de su despacho: "La confianza no se compra, se administra". Pero lo notable no es su competencia —de eso está lleno el mundo de las finanzas—, sino el contexto en que irrumpe. Nunca antes una mujer había alcanzado ese nivel de responsabilidad dentro del IOR. No por falta de talento, sino por un viejo pacto tácito entre sotana y corbata, donde el poder se transmitía con un apretón de manos bajo los frescos de Miguel Ángel.
Uriarte-Tan llega al Vaticano con el respaldo directo de Jean-Baptiste de Franssu, el presidente del Consejo de Supervisión
Uriarte-Tan llega al Vaticano con el respaldo directo de Jean-Baptiste de Franssu, el presidente del Consejo de Supervisión, un financiero con aires de prelado y verbo afilado, que ha sido el artífice de la progresiva profesionalización del órgano desde 2014. Juntos han incorporado, además, a perfiles de peso como Javier Marín Romano, aquel banquero español que supo lo que era estar al frente del Santander, o François Pauly, experto en banca privada con currículo digno de una novela de espías fiscales.
El 99,6% del dinero duerme en bonos soberanos
El modelo de inversión del IOR no está pensado para la especulación ni para la codicia de los mercados. Bajo el nombre casi poético de Faith Consistent Investing, se invierte como quien reza: con cautela, con propósito, con obediencia. El 99,6% del dinero duerme en bonos soberanos. Nada de petróleo, tabaco, armas o farmacéuticas con prácticas dudosas. El resto, una fracción minúscula, se canaliza hacia fondos que respetan los valores de la Doctrina Social de la Iglesia. Ese dinero —más de 5.400 millones de euros— no es solo cifra. Es misa en aldeas sin techo, hospitales improvisados en zonas de guerra, educación en las periferias, pan para los que ya no tienen oración que rezar. En 2023, se destinaron 13,6 millones directamente a obras de caridad. El resto sigue ahí, latiendo en los despachos del IOR como un corazón de reserva espiritual. Y, sin embargo, el milagro no está en los números. Está en que, por primera vez, la gestión de esos fondos recae sobre una mujer que no se arrodilla ante el poder, sino ante la responsabilidad.
El otro cónclave
Pero el Vaticano no es solo una institución; es un teatro en constante representación. Mientras Sheila estudia balances en su oficina y revisa protocolos de ética financiera, en otra ala del palacio apostólico se cocinan intrigas, nombramientos y silencios. Porque cada paso adelante tiene un eco en las criptas. En octubre de 2023, el Papa también renovó la Comisión Cardenalicia de Vigilancia, esa especie de senado teológico que supervisa la actividad general del IOR. A la cabeza, el cardenal Christoph Schönborn, un teólogo con temple de diplomático y nervio de pastor, tomó el relevo de Santos Abril y Castelló. Entre sus miembros, destacan los cardenales Tagle, Krajewski y Petrocchi, figuras de peso que representan las distintas almas de la Iglesia: la misericordia, la ortodoxia y la diplomacia. Sheila se mueve entre ellos como se camina por un claustro: en silencio, con respeto, pero con paso firme. En cada reunión, su presencia es un recordatorio de que la modernidad ha llegado al Vaticano no como un caballo de Troya, sino como un soplo de aire fresco.
Legado de Francisco, testamento sin rúbrica
El Papa Francisco ha logrado lo que muchos pontífices intentaron y pocos consiguieron: limpiar las finanzas vaticanas sin prender fuego al altar. Ha renovado estatutos, limitado mandatos, impuesto auditorías externas, separado poderes, erradicado conflictos de interés. Pero sobre todo, ha dejado sembrado algo más valioso que el oro de las reservas: ha plantado una semilla de confianza. En esa herencia simbólica que deja a su sucesor —el próximo pontífice que saldrá de un cónclave que aún no ha comenzado—, hay varias joyas escondidas: un IOR auditado y estable, una APSA con beneficios sostenibles, y una nueva figura en el tablero: Sheila Marie Uriarte-Tan, abogada, banquera, creyente de perfil bajo y ejecutiva de precisión quirúrgica.