Casas Reales

Los viajes de Froilán: cuánto cuesta llevar una vida como la del nieto mayor del rey Juan Carlos y cómo se las arregla

Froilán de Todos los Santos de Marichalar y Borbón, aristócrata junior, aventurero sin brújula y miembro de los expatriados no a la fuerza, ha vuelto a Madrid. Como quien se deja caer por su pueblo en Semana Santa, el nieto mayor de Juan Carlos I no ha esperado a esas vacaciones y aterrizó una vez más desde Abu Dabi, esa especie de destierro dorado donde se le ha encomendado la misión de hacer como que trabaja, escapar de los paparazzi, reducir el número de escándalos y estar cerca del abuelo, otro expatriado no-a-la-fuerza.

Lo encontraron este domingo en la terraza del Richelieu, un bar de Chamberí donde solemos ver al novio de Susanna Griso, se sirve buen vino, se habla de política sin temblar y se especula sobre los asuntos de la corona o del fútbol con la desenvoltura de quien juega al mus. Ahí le vimos a él, con dos amigas, en un intento de normalidad aristocrática. Froilán, que a sus 26 años ya ha sido todo: estudiante prometedor, fiestero empedernido, víctima de su linaje y ahora trabajador de una multinacional en Oriente Medio. Lo suyo es una epopeya moderna, a la altura de los cuentos de hadas en los que el príncipe no acaba de encontrar su destino y se pasa la vida en aeropuertos.

Este nietísimo no tiene un cargo real (cuarto en la línea de sucesión al Trono) pero sí un tren de vida que podría confundir a cualquiera. La prensa lo ha pillado en afters de mala muerte y en cacerías con duques de renombre, en toros benéficos y en discotecas con reservados de cristal ahumado. Sin embargo, se dice que ha cambiado. La última versión de Froilán, que según sus allegados es más responsable y pausado, se dedica a la logística y el marketing en una empresa donde no podemos probar que el apellido o las amistades de su familia influyeran a sus empleadores a la hora de escoger el currículum tanto como cualquier máster a distancia.

Claro que la cuestión aquí no es su trabajo sino su ritmo de vida, ese ir y venir que haría palidecer a un eurodiputado con los viajes que les pagamos los contribuyentes (pero que al fin y al cabo son elegidos). Se traslada entre Abu Dabi y Madrid con la ligereza de quien usa el metro, aunque en su caso la línea roja la traza no siempre en un jet privado como su abuelo o como se llegó a decir pero da igual.

En diciembre se le vio en los toros con su madre y su hermana, en noviembre había estado para el cumpleaños de doña Elena y tal vez venga en mayo al Día de la Madre. El 7 de abril su padre cumple 62 y luego vienen la semana santa, los puentes de mayo, el verano o el cumple de su hermana en septiembre. Motivos para viajar no le faltan. Da igual que se case el alcalde, que sea Navidad o que le apetezca darse una vuelta. Todo un presupuesto. Y los viajes no son más que la punta del iceberg de un tren de vida que no podemos imaginar. Porque en Abu Dabi es delito fotografiarle y no hace falta que se le retrate con las cámaras de seguridad de un centro comercial, como le ha ocurrido a su prima Leonor en Chile.

¿Quién se lo paga?

Hace unos meses se le vio en El Doble, otro de esos bares deliciosos donde la nobleza de barrio se mezcla con la nobleza de sangre azul. El coste de este trajín aéreo no es un dato que interese demasiado a su entorno. Se da por hecho que Froilán no tiene que preocuparse por tarifas de avión ni por el precio de los gin-tonics en Chamberí. Su abuelo, exiliado de facto pero con una hospitalidad emiratí que ya querrían muchos, no se ha caracterizado nunca por la austeridad. Si el Rey emérito puede seguir moviéndose como un jeque retirado, su nieto puede permitirse una agenda de vuelos que desafía cualquier lógica de ahorro.

Eso sí, en Abu Dabi, Froilán ha aprendido a ser discreto. O eso parece: no hay fotos. Retratarle es jugarse la cárcel en un país con una monarquía absoluta donde no se andan con chiquitas si hay que descuartizar a un periodista en una embajada. Por cierto que a esa teocracia no solo no se le imponen aranceles a los países que le compramos petróleo sino que es la sede de las conversaciones de paz donde en realidad Rusia y EEUU se están repartiendo los recursos de Ucrania.

Froilán ha pasado tres Ramadanes en ese país donde los Derechos Humanos son tan respetados para colectivos como los LGTBI como la pulcritud democrática en Venezuela.

Froilán, eso sí, ha pasado allí el ramadán, quizás, evitando abrir el tupper en horario de ayuno por respeto a sus compañeros. Un gesto noble en un chico que no siempre ha sido famoso por su sentido de la oportunidad. Es más, cuentan que hasta ha domesticado su carácter, antaño irascible y problemático, hasta convertirse en un tipo afable y relajado. El milagro de la distancia, dirían algunos. O el milagro de estar fuera del radar de la prensa, que viene a ser lo mismo: no lo vemos, luego no ocurre.

Lo que nadie se explica es cómo se mantiene esa economía de globetrotter sin un sueldo que dé para tanto. ¿O le han puesto un sueldo modelo infanta tipo los que se llevan su madre o su tía Cristina?

Pero esa es una pregunta que en ciertos círculos no se hace. Como el truco de los grandes ilusionistas, el arte no está en la explicación, sino en el efecto final. Y Froilán, sin ser mago ni economista, logra siempre que las cuentas cuadren de alguna manera misteriosa.

Así, la tarde del domingo en el Richelieu transcurrió sin sobresaltos. El nieto del Rey se asomaba al preciado bien escaso llamado sol, tal vez reflexionando sobre su destino, o tal vez solo disfrutando del tinto. Miraba alrededor con ese aire de quien sabe que lo reconocen, pero tampoco le molesta demasiado. Dos paseantes cuchicheaban, y Froilán, con la misma calma con la que sube a un avión privado de esos que gasta su abuelo, dejó que el viento se llevara las palabras.

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