Casas Reales

Qué pasa con Tatiana Blatnik, a la que Nicolás de Grecia juró en 2010 lo mismo que hoy va a jurar a Chrysi Vardinoyannis

Tatiana Blatnik y Nicolás de Grecia

En una tarde de agosto de 2010, en la isla griega de Spetses, Tatiana Blatnik se convirtió en princesa de Grecia y Dinamarca. El sol de verano se filtraba entre los olivos, y las aguas del Egeo parecían teñidas de oro mientras Nicolás de Grecia, tercer hijo del último rey heleno, le juraba amor eterno. Ella, en su vestido blanco de líneas clásicas, parecía una heroína sacada de un poema homérico. Catorce años después, aquella promesa, grabada en la memoria de quienes asistieron al enlace, se ha desvanecido. Este viernes, Nicolás volverá a jurar lo mismo, esta vez a Chrysi Vardinoyannis, y Tatiana, la mujer que lo acompañó en los años más importantes de su vida, queda relegada a un lugar incierto en el paisaje nobiliario.

Tatiana Blatnik, venezolana de ascendencia eslava, llegó a Grecia como un aire exótico del mosaico internacional. En 2010, el matrimonio con Nicolás no solo le otorgó un título, sino que también la instaló en el corazón de una familia marcada por la historia: la monarquía griega, abolida oficialmente en 1974 pero aún viva en los símbolos y en los gestos de sus miembros. Tatiana se convirtió en princesa por matrimonio, un título que, en la teoría, estaba destinado a ser eterno. Ahora, sin embargo, la boda de Nicolás con Chrysi Vardinoyannis plantea una pregunta inevitable: ¿qué ocurrirá con el título de Tatiana?

En silencio, la el primo carnal de Felipe VI y toda la familia Real Griega (y danesa) ha dejado que la incógnita flote, como un asunto que nadie quiere resolver del todo. En los ejemplos de otras monarquías europeas se encuentran pistas posibles: Alexandra Manley, ex esposa del príncipe Joaquín de Dinamarca, conservó su título hasta que volvió a casarse. Jaime de Marichalar, en España, perdió su tratamiento de duque consorte de Lugo al firmar el divorcio con la infanta Elena, prima de Nicolás. ¿Será el caso de Tatiana un episodio más en esta tradición de despojos simbólicos?

El comunicado oficial del divorcio, emitido por la casa real griega en abril de 2024, hablaba de "profundo aprecio" y de una "relación de amistad profunda y sincera". En el papel, todo parecía tan pacífico como un mar en calma. Sin embargo, ¿qué ocurre cuando las palabras diplomáticas intentan cubrir las fisuras de una relación que terminó? Tatiana y Nicolás fueron los primeros miembros de la familia real en asentarse de nuevo en Grecia, una decisión cargada de simbolismo para un linaje desterrado tras la caída de la monarquía. Juntos, reconstruyeron una vida en el país que alguna vez gobernaron los ancestros de Nicolás. Él, con su porte sereno y discreto; ella, con un carisma que mezclaba la sofisticación internacional con la calidez de una anfitriona griega. Durante catorce años, compartieron no solo un matrimonio, sino un proyecto común: en sus apariciones públicas, representaban el rostro moderno de una monarquía que aún palpita en los márgenes de la República. Sin embargo, los matrimonios, como las mareas, tienen ciclos que no siempre se pueden controlar. El final llegó en silencio, sin grandes dramas ni titulares escandalosos, pero con la inevitable carga de melancolía que acompaña a toda despedida.

Tatiana sigue viviendo en Grecia

Tras el divorcio, Tatiana sigue viviendo en Grecia, un país que adoptó como su hogar. Aunque no se sabe si ha rehecho su vida sentimental, su presencia sigue siendo notable en los círculos sociales y en iniciativas filantrópicas. Pero la pregunta que flota en el aire no es solo sobre su título, sino sobre su identidad. ¿Qué significa ser una princesa sin príncipe? Para Tatiana, la respuesta parece ser un equilibrio entre la tradición que la moldeó y la independencia que siempre mostró. En entrevistas previas, habló de su amor por la cultura griega y de los valores que compartió con Nicolás durante su matrimonio. Ahora, esos valores parecen haberla acompañado en esta nueva etapa, aunque la sombra de su exmarido y su inminente nueva boda inevitablemente la rodeen.

Mientras tanto, Nicolás de Grecia avanza hacia un nuevo capítulo junto a Chrysi Vardinoyannis, una mujer que comparte su mundo de élites y tradiciones, pero que también trae consigo su propia historia. Hija de un magnate griego, Chrysi no es ajena a los círculos de poder, aunque su relación con Nicolás se dio a conocer apenas este año. La boda entre Nicolás y Chrysi marca no solo un nuevo inicio para el príncipe, sino también una ruptura definitiva con el pasado. En este sentido, Tatiana, a quien Nicolás prometió lo mismo hace catorce años, queda en una posición que mezcla lo simbólico y lo tangible.

En el laberinto de las monarquías modernas, los títulos son más que un ornamento. Representan no solo el estatus, sino también la pertenencia a una narrativa histórica. Para Tatiana, el título de princesa fue parte de su identidad durante catorce años. Si lo pierde, ¿qué queda? Por ahora, la casa real griega guarda silencio, un silencio que deja espacio para la especulación y para las comparaciones inevitables con otras historias similares en Europa. ¿Seguirá Tatiana siendo princesa hasta que rehaga su vida? ¿O se le concederá el título de cortesía que marca el final de su vínculo oficial con la familia real? Cuando Nicolás le juró amor eterno a Tatiana en 2010, lo hizo bajo la mirada de testigos que creyeron en la eternidad de aquel compromiso. Ahora, ese juramento se repite, con las mismas palabras, pero dirigido a otra mujer. Para Tatiana, lo que queda es el eco de aquel momento, y la reconstrucción de una vida que, aunque marcada por el título de princesa, siempre estuvo definida por su propio carácter. Mientras Nicolás y Chrysi se preparan para el altar, Tatiana sigue siendo una figura que encarna la dignidad de quien acepta los cambios inevitables de la vida con serenidad. En el telón de fondo de este drama discreto, el Egeo sigue brillando, indiferente a las promesas rotas y a los juramentos renovados.

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