En la vasta geografía de los gestos públicos, las felicitaciones navideñas son pequeños, pero elocuentes, espejos de quienes las envían. En la monarquía británica, donde todo movimiento es analizado con lupa, la elección de una postal navideña nunca es un asunto menor. Este año, el rey Carlos III y la reina Camila han optado por una imagen que, en su afán de transmitir cercanía, termina resultando perturbadoramente anodina, una austeridad que se siente casi como una omisión del alma.
La fotografía en cuestión, tomada en abril por Millie Pilkington, los muestra abrazados en los jardines de Buckingham Palace. Las flores brillan en el fondo, pero sus protagonistas parecen haber sido capturados en una especie de limbo emocional. Carlos, con un traje gris de sobriedad quirúrgica, y Camila, en un vestido azul que pretende ser optimista, sonríen con una moderación casi burocrática. El mensaje que acompaña la imagen no se atreve a despegarse de la fórmula más protocolaria: "Les deseamos una muy feliz Navidad y Año Nuevo". Es un chrisma que ni desafina ni encanta, sino que se desliza en la neutralidad, como un villancico recitado sin emoción.
No es que la imagen carezca de mérito técnico. Pilkington, una fotógrafa conocida por su habilidad para capturar la humanidad de sus sujetos, ha hecho su trabajo con maestría. Pero aquí radica el problema: el intento de proyectar humanidad se siente calculado, una paradoja inquietante para una pareja real que busca, aparentemente, acercarse a su pueblo. En contraste con la ostentación del año pasado, cuando el retrato de la coronación sirvió como felicitación navideña, esta elección pretende señalar una vuelta a la sencillez. Sin embargo, ¿es realmente una elección o una obligación? Este ha sido un año difícil para los Windsor, marcado por los diagnósticos de cáncer tanto del propio Carlos como de la princesa de Gales, Kate Middleton. La sobriedad parece menos una decisión estética y más una consecuencia del peso acumulado de los meses.
Entre tradición y distancia
Las comparaciones son inevitables. Las postales navideñas de los Príncipes de Gales suele respirar vitalidad incluso en epocas complicadas como las que han vivido. Guillermo y Kate aparecen rodeados de sus hijos, caminando juntos o proyectando una calidez que, aunque estudiada, resulta convincente. Frente a eso, la imagen de Carlos y Camila se siente distante, como si pertenecieran a un álbum de protocolo antes que a una familia. El contraste con otros royals europeos también resulta revelador. Los Reyes Felipe y Letizia de España, por ejemplo, han apostado por imágenes más familiares en años recientes, mientras que los monarcas escandinavos suelen elegir ilustraciones o fotografías que celebran la conexión con su país y su cultura. Carlos, de 76 años, y Camila, de 77, en cambio, parecen haberse refugiado en un jardín que, aunque espléndido, se siente como un escenario vacío.
¿Qué revela la ausencia de alegría?
El simbolismo de la Navidad, con su énfasis en la esperanza y la renovación, choca aquí con un mensaje que no logra inspirar. Es imposible ignorar que esta es la primera Navidad de Carlos como monarca, un momento que podría haber sido aprovechado para ofrecer una visión más expansiva, más audaz. En cambio, la postal parece encerrada en una melancolía que no se atreve a decir su nombre. Tal vez, en esta sobriedad, los reyes estén enviando un mensaje más profundo. Quizás la fotografía es un reflejo involuntario de una familia real que navega entre las expectativas de modernidad y la carga de su propia mortalidad. Tal vez, el rey Carlos, consciente de su edad y de los límites de su tiempo, esté ofreciendo un retrato no de esperanza, sino de aceptación: un recordatorio de que la Navidad no siempre puede ser alegre. La postal será enviada a más de 2.700 destinatarios, desde líderes mundiales hasta organizaciones benéficas, y servirá como la imagen oficial de los monarcas en esta temporada. Su elección, entonces, adquiere una dimensión pública que trasciende lo privado. ¿Era esta realmente la mejor representación para el momento? En un mundo que anhela gestos cargados de significado, la sobriedad de Carlos y Camila podría haber sido poderosa si hubiera sido acompañada de un mensaje más personal o conmovedor. En cambio, lo que queda es una sensación de oportunidad perdida, un silencio demasiado sonoro.
Es difícil no preguntarse si este chrisma será recordado como un reflejo fiel del reinado de Carlos: competente, sí, pero falto de ese brillo que transforma lo mundano en memorable. Mientras tanto, la Navidad sigue su curso, indiferente a los jardines de Buckingham y a las elecciones de sus habitantes. Al final, las flores seguirán floreciendo, pero la postal quedará archivada en la historia, como un gesto que prometía más de lo que entregó.