Ni el desembarco de Chanel en Turín los días previos a Eurovisión despertó tanta expectación, rumores, falsos avisos y locura mediática como el regreso del Emérito. El festival de Juan Carlos I en España comienza con una simple regata en Sanxenxo pero no parece que todo el mundo vaya a darle al ex monarca sus 12 puntos porque no ha puesto letra a su canción: se exigen explicaciones y el padre de Felipe VI, en lugar de comparecer para darlas, llega para divertirse.
El debate que se ha abierto ante este viaje a España, tierra que no pisa Su Majestad desde hace casi dos años, implica a la Corona, obligada a preservar la imagen de la institución por encima de todo. Zarzuela ha hecho encaje de bolillos para encajar todo lo relacionado con este visita, no sabemos si deseada, pero sí vigilada y para muchos incómoda.
El viaje de Juan Carlos I también ha separado al Gobierno, dividido entre quienes censuran al Emérito por su conducta y exigen disculpas públicas y quienes le tachan de corrupto y piden directamente la desaparición de la monarquía.
La oposición a la derecha del Ejecutivo hace como si el Rey no hubiera hecho nada malo, a pesar de haber tenido que regularizar sus cuentas con Hacienda, haberse librado por prescripción de otras condenas y de haber eludido la acción de la Justicia porque la ley le otorgaba la inviolabilidad como jefe de Estado.
Esa actitud negacionista ignora por ejemplo que su propio hijo le retiró la asignación, le dio un rapapolvo público, renunció a su herencia envenenada, y le enseñó el camino del destierro. Pero la verdad es que don Juan Carlos mantiene su residencia en Abu Dabi a instancias de la Casa del Rey.
Y es porque su imagen no es buena dado que no hay ya razón legal o jurídica que impida al rey viajar a España. Los decretos de archivo que hizo públicos la Fiscalía del Tribunal Supremo en marzo significaban el final de la vía judicial iniciada contra él, excepción hecha de contencioso que Corinna mantiene ante un tribunal de Londres.
Pero más allá de los mantras que cada formación política quiera repetir, todo el mundo sabe dentro y fuera de España que los comportamientos de Juan Carlos I abochornan cuando no bordean la legalidad. La inviolabilidad que le asigna la Constitución, la prescripción de los delitos y la regularización tardía de su situación fiscal no impidieron que en los decretos de archivo quedaran expuestas conductas incompatibles con la ejemplaridad que el propio don Juan Carlos exigía a su yerno Iñaki Urdangarin y en docenas de mensajes durante casi 40 años al frente de la jefatura del Estado.
Pedro Sánchez ha impuesto a Felipe VI que eche a su padre de Zarzuela y el Rey recibirá a su padre pero no le dejará quedarse a dormir en palacio. Así se lo adelantó el monarca al emérito por teléfono el domingo, cuando le recordó que el recinto no solo es la residencia privada del Rey y de su familia, sino la sede de la Jefatura del Estado y de una Casa cuyo jefe ha proclamado la exigencia de "una conducta íntegra, honesta y transparente" desde su mismo discurso de proclamación en 2014.
Juan Carlos I acata la decisión de su hijo pero de momento parece que no pedirá perdón por los pecados cometidos como hizo ante las cámaras que realizó tras su accidente en el safari de Botsuana en 2012, y eso que son mucho peores los hechos conocidos después de su abdicación, con la salida a la luz de decenas de millones de euros regalados a novias y amantes, las fundaciones, los testaferros, las cuentas en Suiza o Panamá u otros paraísos fiscales y las regularizaciones fiscales que se vio obligado a hacer gracias a préstamos de generosas y poderosas amistades.
Y en lugar de comparecer cara a cara ante quienes fueron sus súbditos, se va a las regatas de Sanxenxo. Flaco favor hace a su hijo y la institución, y a sí mismo, porque deteriora aún más su imagen pública. Tras el archivo de las investigaciones de la Fiscalía, el rey emérito anunció a su hijo que en sus viajes a España residirá "en ámbitos de carácter privado para continuar disfrutando de la mayor privacidad posible". Así lo va a hacer y su amugo Pedro Campos nos ha contado que se queda en su casa. Eso no impide que el Estado tenga que desplegar un impresionante dispositivo de seguridad por culpa del viaje-capricho del Emérito.
La ética de su conducta decepciona de nuevo a una parte importante de la población, que no perdona a quien dilapidó dinero público con impunidad, usó a los Servicios Secretos para protegerle de los escándalos de sus amantes, y menos después de haber sido glorificado por su labor como timonel de la Transición.
Aquel héroe de la Democracia es hoy un bon vivant arrogante, soberbio, alejado de la realidad y refugiado como un paria de lujo en los palacios de las teocracias, bajo la protección de los emires que le garantizan cualquier lujo pero no pueden impedir que el mundo sepa algo terrible: que el gran artífice del cambio de régimen en España ha engañado a sus súbditos y a su propio hijo, igual que hizo hace muchos años cuando engañó a su mujer y a su padre. Al menos también engañó a Franco. Eso debemos agradecérselo.
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