Alfombras e impuestos, las claves del nuevo Gobierno andaluz
Víctor Arribas
Los ecos de la sesión de investidura de Andalucía aún no se han apagado y ya empieza la tarea de gobernar para el nuevo presidente. Desde hoy tendrá que demostrar sin pausa pero sin atropellos que la decisión de los andaluces al otorgar una mayoría novedosa y alternativa al socialismo no ha sido errónea, una tarea que se antoja complicada por el clima interno que hay en el grupo de tres partidos que van a apoyar a su Gobierno. Moreno Bonilla ya ha probado la medicina que le espera en estos próximos meses y años: convulsión social en las calles, arengas antifranquistas, deslegitimación de su derecho a gobernar y asociación de las políticas que llevará a cabo con la ultraderecha.
Hasta en Estrasburgo se han escuchado los lamentos al respecto, pronunciados por un presidente del Gobierno crecido en su precaria posición y ante un auditorio de apenas un puñado de europarlamentarios. Pedro Sánchez cree que ha ganado en Andalucía porque queda descabalgada su antagonista Susana Díaz y a la vez encuentra un argumentario muy lucido, el de combatir la derecha extrema, para sus ataques constantes a la oposición constitucionalista. Lo aconsejable sería que el presidente Sánchez se entendiera desde hoy sin perder más tiempo con el presidente Moreno y alcanzaran acuerdos para mejorar la vida de los andaluces, pero eso está por ver y es mucho vaticinar.
En el discurso de su investidura el nuevo líder de la comunidad autónoma más poblada de España ha avanzado cuales serán sus principales compromisos. Que se reducen a dos sobre todo, por mucho que se trate de hacer ver que derogará leyes en vigor y quebrará derechos y libertades individuales especialmente para las mujeres. Esos dos mega objetivos por sí mismos justificarían, en caso de que acaben con éxito, una alternancia como la que acaba de producirse en Andalucía: en primer lugar una auditoría sobre el estado de la administración regional y hasta donde ha carcomido la corrupción socialista sus estructuras, y en segundo lugar una política fiscal que permita a los ciudadanos aflojar un poco el nudo que tienen atado a sus cuellos y que asfixia sus economías en forma de impuestos imposibles de justificar. Moreno va a seguir el camino de Madrid, la comunidad donde más baja es la fiscalidad y donde el dinero fluye más desde el bolsillo de los contribuyentes y no en las cajas fuertes de los administradores. Con que haya una sola familia andaluza que no se vea obligada a renunciar a una herencia familiar por no poder pagar el confiscatorio impuesto de sucesiones, la tarea merecerá la pena.
Respecto a las alfombras que el Ejecutivo bipartito se dispone a levantar, merece la pena ponerse cómodo en el sillón para asistir al espectáculo. Si se hace como aconseja la razón y como los votantes han dicho que se haga, pueden salir reptiles tamaño caimán del lodazal de la Junta, 40 años en las mismas manos y con procedimientos viciados como ocurrió en la Comunidad de Madrid tras dos décadas de Gobiernos 'populares'.