Ingredientes ausentes del crecimiento
Michael Spence, Karen Karniol-Tambour
Casi toda la economía global está sometida a unas tendencias económicas positivas: desciende el paro, las brechas de producción se cierran, el crecimiento remonta y, por motivos aún no muy claros, la inflación sigue por debajo de los grandes objetivos de los bancos centrales. Por otro lado, el incremento de la productividad continúa débil, la desigualdad de los ingresos aumenta y cada vez menos trabajadores formados luchan por encontrar oportunidades laborales atractivas.
Tras ocho años de estímulo agresivo, las economías desarrolladas emergen de una fase extendida de desapalancamiento, que suprimió de forma natural el crecimiento del lado de la demanda. Con el cambio del nivel y la composición de la deuda, las presiones del desapalancamiento se han reducido, lo que ha permitido una expansión global sincronizada.
No obstante, el factor decisivo del crecimiento del PIB (y la inclusividad de los patrones del crecimiento) serán las ganancias en productividad. Tal y como están las cosas, hay motivos de sobra para dudar de que la productividad vaya a remontar por sí sola. Existen varios aspectos importantes que faltan en la combinación política y arrojan sombras sobre la materialización tanto del crecimiento de la productividad a gran escala como del cambio a unos patrones más inclusivos de crecimiento.
Primero, el potencial de crecimiento no puede realizarse sin suficiente capital humano. Esta lección es patente en la experiencia de los países en desarrollo pero se aplica también a las economías desarrolladas. Por desgracia, en casi todas las economías las destrezas y capacidades no parecen mantener el ritmo de los rápidos cambios estructurales en los mercados laborales.
Los gobiernos han demostrado ser reticentes o incapaces para actuar agresivamente en cuanto a la reconversión formativa y técnica, o la redistribución de la renta. En países como Estados Unidos, la distribución de las rentas y la riqueza es tan sesgada que los hogares de menos ingresos no pueden permitirse invertir en medidas para adaptarse a las condiciones rápidamente cambiantes del entorno laboral.
Segundo, casi todos los mercados de trabajo presentan una amplia brecha de información que debe cerrarse. Los trabajadores saben que se avecinan cambios pero no cómo evolucionan los requisitos de las capacidades y por eso no pueden basar sus opciones en datos concretos. Los go- biernos, las instituciones académicas y las empresas no se han acercado ni de lejos a ofrecer asesoramiento adecuado en este frente.
Tercero, las empresas y particulares tienden a ir allá donde se amplían las oportunidades, el coste de hacer negocios es bajo, los pronósticos de contratación de trabajadores son buenos y la calidad de vida es alta. Los factores medioambientales y las infraestructuras son críticos para crear estas condiciones dinámicas y competitivas. Las infraestructuras, por ejemplo, reducen el coste y mejoran la calidad de la conectividad.
La mayoría de los argumentos a favor de la inversión en infraestructuras se concentran en lo negativo: puentes hundidos, autovías saturadas, transporte aéreo de segunda, etc., pero los políticos deben mirar más allá de la necesidad de ponerse al día con los retrasos en el mantenimiento. La aspiración debe ser invertir en infraestructuras que generen oportunidades nuevas para la inversión del sector privado y la innovación.
Cuarto, la investigación con fondos públicos en ciencia, tecnología y biomedicina es vital para impulsar la innovación a largo plazo. Al contribuir con el conocimiento público, la investigación básica abre nuevas áreas para la innovación del sector privado. Y allá donde se realiza investigación se produce el efecto derrame en la economía local circundante.
Casi ninguna de estas cuatro consideraciones es un rasgo significativo del marco político que prevalece actualmente en la mayoría de los países desarrollados. En Estados Unidos, por ejemplo, el congreso ha aprobado un paquete de reforma fiscal que podría producir un incremento añadido a la inversión privada pero hará poco para reducir la desigualdad, restaurar y redesplegar el capital humano, mejorar las infraestructuras o expandir el conocimiento científico y tecnológico.
En otras palabras, las medidas ignoran los ingredientes necesarios para sentar las bases de unos patrones de crecimiento futuro equilibrados y sostenibles, caracterizados por unas trayectorias elevadas de productividad económica y social, apoyadas tanto en el lado de la oferta como en el de la demanda (incluida la inversión).
Ray Dalio describe un camino definido por la inversión en el capital humano, las infraestructuras y la base científica de la economía como el sendero A. La alternativa es el sendero B, caracterizado por la falta de inversión en áreas que impulsarán directamente la productividad, como las infraestructuras y la educación.
Aunque las economías favorecen en estos momentos el sendero B, el sendero A es el que producirá un crecimiento mayor, más inclusivo y sostenible, a la vez de mejorar la deuda sostenida pendiente, asociada a una amplia deuda soberana y pasivos no de deuda en áreas como las pensiones, la seguridad social y la atención sanitaria con fondos públicos.
Tal vez sea ilusorio, pero nuestra esperanza para el año que empieza es que los gobiernos hagan un esfuerzo más coordinado para trazar un nuevo camino del sendero B de Dalio al A.