Una recuperación llena de incertidumbre
Amador G. Ayora
La economía española será la que más crezca de los grandes países europeos en 2017, según los pronósticos del Fondo Monetario Internacional. Este año será el tercero consecutivo que lograremos tasas superiores al 3%. Sin embargo, existen numerosos problemas que acechan sobre nuestro futuro. El desempleo sigue siendo el más alto de Europa, con excepción de Grecia.
El déficit público está por encima del 3% y la deuda roza peligrosamente el cien por cien del PIB. Es decir, que si mañana decidiéramos acaliquidarla por completo, deberíamos destinar todos los ingresos tanto de la actividad pública como privada de un año. Así que no se preocupen, nadie va a pagarla en muchísimo tiempo. Me atrevería a decir que jamás se sufragará.
Los presupuestos generales del Estado para 2017 habían previsto que la deuda en porcentaje del PIB se redujera este año, pero lo hará menos de lo esperado. ¿Por qué?, ¿Cuál es el motivo? Sin ninguna duda, la causa es el déficit de la Seguridad Social. El causante es el coste de las pensiones, que sube todos los años a ritmos superiores al 3%, muy por encima de los ingresos.
En los Presupuestos se previó un déficit del 0,7%, que finalmente se duplicará hasta el 1,5%. Es decir que cada año, se necesita sacar 15.000 millones de los PGE para las pensiones. La cifra se incrementará hasta los 20.000 millones a partir de 2018, en que se agotará el fondo de reserva de la Seguridad Social.
Hay otro elemento tan preocupante como el envejecimiento de la población para la deuda, su coste. ESPAÑA es uno de los paises que más se benefició por la política monetaria del BCE, pero su presidente, Mario Draghi, anunció que comenzará a endurecer esta política a partir de 2018, mientras que Estados Unidos prepara ya una nueva subida del precio de su dinero y Reino Unido lo acaba de hacer. El endeudamiento español pasó de poco más de 300.000 millones antes de la crisis a 1,1 billones en la actualidad. ¿Cómo hemos podido afrontar su coste? Gracias a que éste pasó por término medio desde cerca del 5% a una tasa del 2,7%, casi la mitad. Cada décima que suban los tipos, serán mil millones, y les aseguro que subirán varias décimas
La deuda pública y privada sumó más del 300 por cien en plena crisis, lo que nos situó como uno de los países más endeudados del mundo y en estos momentos ronda el 200 por cien. Un porcentaje no tan elevado, pero preocupante. Estos dos ejemplos constituyen problemas que no se han corregido y representan una severa amenaza para la continuidad del ciclo expansivo.
La economía va bien, sí, pero como ocurre en la industria de la inversión financiera, los resultados del pasado nunca son garantía de lo que pueda ocurrir en el futuro.
Para hacer frente a todos estos nuevos gastos es esencial que la economía siga creciendo a buen ritmo en los próximos años. Hasta ahora nos la prometíamos muy felices porque el turismo y en menor medida las exportaciones han funcionado como motor de la economía.
Hemos acabado con los despilfarros del pasado y eliminado burbujas como la inmobiliaria. Todo eso está muy bien y es lo que está sosteniendo el crecimiento. Pero, desafortunadamente, han aparecido los primeros nubarrones en el horizonte. Desde el verano pasado, los indicadores apuntan a una desaceleración, es decir a un menor crecimiento de la economía. El último dato descorazonador es el precio de la vivienda, que se estancó en octubre.
Por otra parte, la actual situación política dificulta, por no decir impide, avanzar en las reformas estructurales que ESPAÑA necesita para mantener su actividad en tasas elevadas y para aumentar la productividad y, por ende, el crecimiento sostenido. La parálisis reformista es un obstáculo enorme para sostener el crecimiento y la generación de empleo en el medio y largo plazo. En suma, la economía española, su marco institucional, no está preparado para enfrentar un hipotético empeoramiento de las condiciones externas e internas y no parece que vaya a estarlo en un horizonte de corto plazo.
Se podría decir que el impulso que arrastramos desde la crisis está comenzando a agotarse, de manera que precisamos nuevas reformas para retomar estas inercias.
Voy a ponerle algunos ejemplos. La reforma laboral, uno de los elementos que permitió despegar al empleo, está siendo desmantelada de forma silenciosa por los tribunales; no se producen avances en la unidad de mercados o en la apertura de otros. Díganme qué reforma recuerdan en el último año. La fragilidad política ahoga la iniciativa económica. El futuro no es más alagüeño. No hay Presupuestos para 2018 y no se sabe si el Gobierno logrará el apoyo del PNV para sacarlos adelante. Sin presupuestos, Rajoy está abocado a convocar elecciones en 2018 o a lo más tardar en 2019, haciéndolas coincidir con las municipales y autonómicas previstas para ese año. ¿Algún ministro se atreverá a mover un papel de aquí a esas fechas? No lo creo.
No quiero ser gafe, pero aquí no se acaban los problemas. El Gobierno prometió una reforma de la financiación autonómica para calmar a los catalanes, que forzosamente pasa por destinar mayores recursos a las autonomías. ¿De dónde los va a sacar? Eso contando con que haya Presupuestos en 2018, porque si Rajoy adelanta las elecciones, cualquier promesa de dinero adicional para las autonomías quedará en papel mojado.
Pero aún hay más, el petróleo, un aliado esencial durante estos años para reducir los costes de producción y dinamizar las exportaciones, vuelve a la senda alcista, al superar los 60 dólares por barril. Si estos niveles se confirman, el año que viene habrá que mermar unas décimas más el crecimiento. Y quiero recordarles, que si la crisis catalana no se resuelve, puede bajar del 2%.
El conflicto catalán lo complica todo y puede dar la puntilla al brillante periodo de expansión de la economía. Tanto el Banco de ESPAÑA como la Autoridad Fiscal Independiente, AIReF, advierten de que si la situación de incertidumbre se prolonga, el crecimiento español podría reducirse el 1,2% y Cataluña entrar en recesión. Y, seamos sinceros, después de la detención de medio Govern y la huida del resto a Bruselas, no se vislumbra una solución a corto. Y les aseguro que hablo con conocimiento de causa. Este lunes tuve un almuerzo empresarial en Cataluña en el que los asistentes dibujaban un panorama desolador (caída de pedidos, falta de seguridad jurídica, arbitrariedades e incertidumbres de todo tipo). No se vislumbra una solución a corto o medio plazo. Lo más lógico es que el independentismo gane los comicios del 21-D y volvamos a las amenazas y los desafíos.
Es una pena porque la economía catalana era de las más dinámicas, como puede verse en los gráficos. El BdE llega a decir en el informe de la semana pasada que pueden llegarse a revivir las tensiones de la crisis del euro.
Recordemos que en aquella ocasión la prima de riesgo se fue a 600 puntos y la financiación se encareció de manera extraordinaria. En las últimas semanas, hemos vuelto a los 120 puntos, aún lejos de aquellos momentos, gracias a las compras del BCE. Pero qué pasará cuando éste las reduzca.
Casualmente, la reducción en la compras de deuda puede coincidir en el tiempo con el conflicto catalán.
Desde mi punto de vista, en estos años hemos perdido una oportunidad de oro para atajar el gasto público, que sigue en torno al 43% del PIB; eliminar empresas públicas deficitarias y recortar el número de funcionarios, que está volviendo a crecer. Como ven, vivimos una recuperación llena de incertidumbre. La deuda, la falta de reformas o el conflicto catalán nos llevan a pensar que podemos haber visto ya los mejores momentos. En 2018 comenzará el declive que puede llevarnos a crecimientos planos a partir de 2020. Se esfumó el milagro español.