Firmas
El BCE debe admitir hoy que ha fracasado
- El 'QE' sólo tardó 18 meses en dar resultados en EEUU y Reino Unido
Matthew Lynn
Los tipos de interés se adentran cada vez más en territorio negativo. Otra ronda más de flexibilización cuantitativa, ampliación del programa existente, compras de activos más inconvencionales... Solo falta volar literalmente sobre Nápoles o Lisboa en helicóptero y arrojar euros recién acuñados. Cuesta pensar qué más puede hacer Mario Draghi para reavivar la economía de la eurozona cuando se reúna el BCE esta mañana.
Antes de esa reunión, los mercados buscan más políticas extremas del banco y especulan febrilmente sobre los nuevos ardides que podría establecer. Por el contrario, su presidente debería ignorarles y probar algo radical de verdad: admitir que el BCE ha hecho todo lo posible para reavivar la economía de la eurozona y delegar el trabajo a los políticos. En la expresión favorita de los mercados sobre los banqueros centrales, sería un gran bazuca.
Cuando el BCE se reúna, se espera que vuelva a relajar la política una vez más. Según una encuesta de Bloomberg, más del 80% de los economistas esperan que el BCE amplíe su programa actual de flexibilización cuantitativa más allá de la fecha límite de marzo de 2017. La misma cantidad de expertos creen que matizará las normas sobre el tipo de activos que puede comprar y en qué cantidad. Si no lo consiguen, será una gran decepción y podría desencadenar una liquidación brusca en los mercados de capital europeos.
La ampliación de la flexibilización cuantitativa ya se da por hecho. Lo interesante será conocer qué otras medidas puede afrontar el banco para insuflar algo de vida en la economía. Podría empezar experimentando las formas de entregar dinero directamente a las pequeñas empresas o bombearlo en el mercado de la vivienda, imponer tipos negativos más pronunciados, comprar títulos como han hecho los bancos centrales de Japón y Suiza, o incluso dar pasos hacia la abolición del dinero (los teóricos más descabellados de la conspiración detectan señales de ello en el descarte del billete de 500 euros). O, por qué no, ordenar a las empresas que inviertan a punta de pistola o encerrar a quien no saque humo a la tarjeta de crédito en el centro comercial todos los fines de semana... Ya ha probado casi todo lo demás.
Pero ¿qué sentido tiene exactamente? ¿Hay alguien que crea en serio que va a cambiar algo? Ha pasado más de un año desde que el BCE lanzara su programa de flexibilización cuantitativa. El banco empezó a bombear dinero en la economía en marzo de 2015, hace 18 meses. Desde entonces, ha intensificado sus esfuerzos y aumentado el tamaño y alcance de sus compras, convirtiéndose en una de las mayores de la historia. En total, se ha hecho con un billón de activos en su hoja de balance. ¿Los efectos?: casi ninguno.
La inflación por toda la eurozona sigue en apenas un 0,2%, escasamente en territorio positivo pero todavía muy por debajo del objetivo del banco. En España, los precios caen un 0,3% al año, nada mal para una política dirigida específicamente a que los precios vuelvan a subir. Esta semana hemos sabido que el crecimiento en la zona ha sido menor de lo que se pensaba, con solo un 0,3% en el anterior trimestre.
El gasto de inversión está estancado por completo pese a que la flexibilización cuantitativa supuestamente debía conseguir que las empresas volvieran a gastar el nuevo dinero que los bancos les prestarían de repente. Francia e Italia, dos de las tres grandes economías de la eurozona, han vuelto a caer a cero crecimiento pese a una economía global en crecimiento general. No hay atisbos de la expansión de crédito y el sistema bancario no hace más que meterse en problemas. Solo hay que ver la presión del precio de las acciones de Deutsche Bank para creerlo.
Ni siquiera el euro se ha debilitado más. A 1,12 frente al dólar, apenas se ha movido desde que se lanzó la flexibilización. Cualquier esperanza de que la zona pueda salir del atolladero a base de exportación devaluando la moneda se habrá evaporado a estas alturas. Mientras tanto, el desempleo sigue tan mal como siempre y, aparte de España, no hay evidencias de recuperación en los países periféricos. Si hay una política que pueda describirse como completamente inefectiva, sin duda sería esta.
Tiene que haber algo más que se pueda hacer. Cuando la Reserva Federal y el Banco de Inglaterra lanzaron sus primeras rondas de flexibilización, cosecharon resultados tras 18 meses. Las economías no se arreglaron pero tampoco cayeron en deflación ni se debilitaron. Sin embargo, el BCE no ha hecho nada que evidencie su esfuerzo. Ya casi no tiene sentido seguir pulsando las mismas palancas porque está claro que no funcionan. De hecho, seguir actuando hará más mal que bien porque brinda una excusa para que los líderes políticos del continente se queden de brazos cruzados.
Lo que la eurozona tiene que hacer no entraña ningún misterio. En primer lugar, debe convertirse en una unión política y económica hecha y derecha, con transferencias fiscales de las regiones más ricas a las más pobres. Después, requiere un estímulo fiscal masivo que la saque de lo que ya puede considerarse una depresión. Es una locura que Alemania presente un excedente comercial del 9% del PIB y este año prevea un excedente presupuestario también. Debería pedir prestado y gastar más para aumentar la demanda en toda la zona, al igual que el resto de los países excedentarios.
Otra ráfaga de flexibilización, el cambio a tipos negativos aun más bajos o incluso un truco como comprar títulos son formas sofisticadas de esconder la cabeza en la arena. Draghi debería reconocer simplemente que el banco ha hecho todo lo posible para restaurar la economía de la zona y que ahora les toca a los líderes políticos nacionales hacer el resto. Tal vez no funcione, pero propinaría la clase de golpe que el sistema necesita en estos momentos.