Evasión

'Romería': Carla Simón cierra su trilogía familiar con un emotivo viaje a la memoria colectiva y personal


Lucas del Barco

La cineasta catalana Carla Simón, una de las voces más destacadas del cine español contemporáneo, ha vuelto a poner el foco internacional sobre España con su nueva película, Romería, que compite por la Palma de Oro en el Festival de Cannes. Con esta tercera obra, presentada este miércoles en el certamen, Simón culmina una trilogía profundamente personal.

El debut cinematográfico de Carla Simón, Verano 1993, no solo sorprendió al público y la crítica, sino que también marcó un antes y un después en la forma de concebir, producir y proyectar el cine español. Con su segundo largometraje, Alcarràs, alcanzó un logro histórico al alzarse con el Oso de Oro en la Berlinale, un galardón que llevaba años esquivando a nuestras producciones. Ahora, con Romería, su tercera obra, vuelve a hacer historia al entrar en la competición oficial del prestigioso Festival de Cannes por la codiciada Palma de Oro.

Lo que comenzó con Verano 1993 y siguió con Alcarràs, ambas centradas en su familia materna, en Romería, se enfoca desplaza hacia el linaje paterno, abordando temas como por qué existimos o por qué unos padres conciben una hija. O sea, la memoria, la identidad y la herencia emocional.

Romería es para Carla Simón la consolidación de su lugar como una de las grandes autoras del cine europeo actual. Más allá de los premios, su cine deja huella porque toca lo profundo: la memoria, la familia, el país que fuimos y el que todavía intentamos entender.

La película sigue a Marina, una joven de 18 años —trasunto de la propia directora— que viaja a Vigo en busca del certificado de defunción de su padre, fallecido a causa del sida antes de que ella naciera. Lo que comienza como un trámite burocrático se transforma en un viaje de descubrimiento: Marina conoce a una familia paterna que apenas ha tratado, revive a través de ellos los ecos de los años ochenta y reconstruye, pieza a pieza, una memoria familiar que se creía perdida.

Simón utiliza su característico tono íntimo para explorar la herencia emocional de una generación marcada por el sida, la heroína y una transición democrática llena de contradicciones. A través de las cartas que su madre escribió antes de quedar embarazada y de las imágenes grabadas por la propia Marina con una cámara casera, Romería se convierte en un archivo viviente, tanto familiar como histórico. La cinta evoca una época que España aún no ha sabido contar del todo, llena de silencios y tabúes.

Uno de los aspectos más destacados del filme es su giro estético. Si bien Simón es conocida por su naturalismo, en Romería se adentra en un territorio más onírico, cercano al realismo mágico gallego. La atmósfera espectral de la película —donde vivos y muertos parecen coexistir— está reforzada por la impresionante fotografía de Hélène Louvart, que captura la luz atlántica con una sensibilidad poética. Las referencias visuales recuerdan a Carlos Saura y a Petite Maman de Céline Sciamma, sin perder nunca la identidad propia de Simón.

El reparto combina a veteranos como Tristán Ulloa, Miriam Gallego y Sara Casasnovas, con la debutante Llúcia Gàrcia, descubierta por casualidad en las calles del barrio de Gràcia en Barcelona. Gàrcia interpreta con honestidad a Marina, una joven que, al igual que la directora, sueña con estudiar cine y que, cámara en mano, trata de entender quiénes fueron sus padres y qué país los rodeaba cuando tenían su edad.

Más que una historia sobre el pasado, Romería es un espejo del presente: habla del peso de las decisiones no tomadas, del desencanto que siguió al sueño de libertad tras la dictadura, y de cómo muchas de esas heridas siguen abiertas. La película se mueve con destreza entre lo íntimo y lo político, un sello distintivo en la obra de Simón, que reivindica el poder de la autoficción como herramienta para dialogar con una realidad más amplia.