Empleo

La búsqueda del primer empleo cae un 18% en 2024: España desanima a sus nuevos trabajadores

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Javier Esteban

Unos 250.500 parados españoles, un 9,7% del total, buscaban su primer empleo a cierre de 2024. Suponen un 18,3% menos que hace un año y anotan la cifra más baja para un cuarto trimestre desde 2007, coincidiendo con el 'pinchazo' de la burbuja inmobiliaria. Pero lo que podría parecer un dato positivo apunta a un serio problema de la economía española: su falta de capacidad para aprovechar la mano de obra disponible. Y es que algo falla si las personas sin experiencia que buscan trabajo caen en un contexto de crecimiento económico y nuevas oportunidades laborales.

En términos de empleo, España se ha convertido en el país de las paradojas. Registra la mayor tasa de paro de la Unión Europea pese a ser uno de los que más empleo ha creado en los últimos años, y anota la tasa de vacantes más baja de la zona euro mientras cada vez más empresas denuncian la falta de mano de obra.

Una de las claves estadísticas de estas contradicciones está en las nuevas entradas en la población activa. Es decir, la personas que se incorporan 'de nuevas' al mercado laboral, supuestamente animadas por una mejora de las expectativas para encontrar un trabajo. Esta falta de experiencia les dificulta encontrar empleo y por eso durante los primeros meses de búsqueda cuentan como parados (la EPA no desglosa cuántos ocupados están en su primer empleo). Por ello hay voces que apuntan que, si no fuera por ellas, el descenso del paro de los últimos años, por ejemplo, sería mayor. Pero este argumento parece tener muchs más de mito que de realidad cuando vemos que, en realidad, las cifras están descendiendo.

Lo cierto es que, si analizamos la serie histórica de la Encuesta de Población Activa, que alcanza a 2002, se aprecia que los nuevos buscadores de empleo no repuntan por la mejora de las condiciones, sino más bien al contrario. En un contexto de amplio dinamismo del mercado laboral, como en los momentos previos al 'pinchazo' de la burbuja inmobiliaria y al estallido de la crisis financiera, menos inactivos se animan a dar el paso de buscar empleo. Es cuando las cosas se complican cuando se ponen a ello.

Pero las dificultades de encontrar empleo durante una crisis provocan que estas personas se incorporen a las listas del paro y no a la de los ocupados. Una situación que penalizaría especialmente a los menores de 25 años, que son los que tiene la tasa de paro más alta y hoy suponen el 63,2% de los parados sin experiencia laboral.

El porcentaje es muy inferior al de los años de la crisis financiera (llegó a máximos del 67,8% a cierre de 2013), un descenso que se puede achacar al envejecimiento demográfico, pero que no explica la intensidad con la que se produce. En el último año, los parados sin experiencia sufrieron un importante descenso, pasando de 181.600 a 158.400.

Pero el dato es aún más extraño si nos remontamos más atrás en la serie histórica. A priori es lógico que las nuevas entradas sean las de personas de menor edad y que se hayan reducido por el retraso del abandono de la etapa educativa. Pero entre 2002 y 2004 apenas llegaban al 53% del total. Diez puntos menos que hoy.

La evolución parece contradecir una de las ideas más habituales sobre las personas que empiezan a buscar empleo: los jóvenes retrasan la finalización de su etapa educativa ante la falta de oportunidades laborales. En ese sentido, durante la crisis deberían haber reducido y aumentar en un momento como el actual.

Una cuestión de género

Aquí entra en juego un factor clave: el género de estos desempleados. Igual que hay más mujeres que hombres en paro, ellas lideran la búsqueda del primer empleo. Ahora bien, la brecha se redujo con fuerza tras la crisis financiera (a pesar de un repunte en 2020 y 2021, vinculado a la pandemia).

Esto apunta al peso de la incorporación de la mujer al mercado laboral, no solo de las estudiantes, sino de aquellas que habían renunciado por cuidar de sus familias. Un proceso que explica el incremento de la población activa en España en los últimos lustros pero que en los últimos tiempos ha perdido efecto, paradójicamente porque las mujeres cada vez se 'autoexcluyen' menos del empleo y su comportamiento es más similar al de los hombres (otra cosa es que sus oportunidades sean iguales).

Hasta aquí, los datos permiten, siendo optimistas, interpretar que un mejor entorno económico, los parados que buscan un primer empleo descienden porque hay más oportunidades para encontrarlo (con lo cual no pasan por el paro). Y esto beneficia a jóvenes y a mujeres. Pero esta conclusión contradice los problemas de falta de mano de obra denunciados por las empresas. ¿Qué está ocurriendo?

Promesas defraudadas

Entre 2002 y 2008 (los años de la burbuja inmobiliaria) la situación era muy diferente a la actual: el sector que más tiraba del empleo era la construcción, alentada por el 'boom' inmobiliario", y no destacaba por brindar muchas oportunidades al empleo femenino, lo que explica que muchas cayeran en el paro. Pero, por otro lado, atrajo a muchos estudiantes (sobre todo hombres) que dejaron las aulas atraídos por promesas de empleos directos y altos salarios.

Pero hoy el peso del empleo recae más en los servicios, donde la mujer tiene más presencia y más oportunidades de empleo. Sin embargo, se concentran en actividades de bajo valor añadido cuyos sueldos son más bajos que los del ladrillo durante la burbuja, lo que hace que muchos estudiantes no se vean 'tentados' y prefieren formarse mejor. Esto se traduce en que las personas que buscan su primer empleo tienen un nivel educativo más alto: hace 10 años, el 52% no superaba la educación primaria, ahora este porcentaje ha caído al 40%.

Dicho de otra forma, si en 2007 había un encaje más adecuado entre puestos de trabajo y potenciales trabajadores, ahora ocurre lo contrario: los candidatos no quieren esos puestos y prefieren prepararse mejor y esperar mejores oportunidades. Y la incorporación de la mujer al mercado laboral hace que ese 'stock' de posible mano de obra sea cada vez más reducido.

Aun así, las personas que se animan a buscar empleo por primera vez son solo una parte pequeña del mercado laboral. La mayoría de los inactivos en edad de trabajar tienen experiencia laboral y son víctimas de la volatilidad del empleo con la misma intensidad que ocupados y desempleados.

Según los datos de la Estadística de Flujos de la Población Activa, en el último trimestre del pasado año la cifra de ocupados que saltaron directamente a la inactividad desde un empleo (749.800) superaron a las que lo hicieron al desempleo (607.800). En dirección opuesta, de los que encontraron trabajo, 768.900 eran parados y 627.800 eran inactivos.

Por último, 688.100 parados provenían de la inactividad (es decir, empezaron a buscar empleo de forma activa), mientras 607.800 tenían un trabajo en el trimestre anterior. Estas cifras pueden dar idea del profundo impacto de los inactivos en el mercado laboral. No son 'animados' que la estadística aflora(de hecho, tal y como hemos contado en elEconomista.es los inactivos que componen la categoría de los 'desanimados' se mantiene relativamente estables y superan el millón de personas), sino trabajadores atrapados en la rotación del empleo.

Así las cosas, los 'recién llegados' son relativamente muy pocos comparados con las víctimas de la precariedad. En este contexto, el crecimiento del empleo camina con pies de barro.