
Sería el sueño de todo lilliputiense: una mansión de cuatro plantas en pleno centro de la ciudad. Pero para el resto, es una muestra de llevar al límite la tendencia de aprovechar todo el espacio disponible o un síndrome de la crisis inmobiliaria, que está obligando a más de uno en apuros económicos a meterse en cualquier parte.
En un callejón de Varsovia, apretándose en los 122 centímetros que separan un complejo de apartamentos y un edificio residencial, nacerá a finales del 2012 la casa más estrecha del mundo. Un apartamento para soltero en toda regla; ya que, aunque puedes desplazarte tranquilamente sin gatear y sin miedo a golpearte la cabeza con el techo, los problemas aparecerán en cuanto se crucen dos personas en el pasillo.
Este plato prohibido para claustrofóbicos cuenta con un salón, un dormitorio, una cocina y un baño superpuestos en cuatro pisos que se recorren en dos zancadas y que alcanzan en algunas zonas 72 centímetros. El agua corriente es un circuito de cañerías comprimidas a imitación del sistema de drenaje de los barcos que aprovecha todos los centímetros y juega con la disposición espacial para ahorrar espacio.
Quien ha de anotarse el mérito de destronar a la que hasta ahora era la casa más angosta del mundo, situada en Escocia, es Jakub Szczesny, el arquitecto que diseñó este estudio artístico que es una obra de arte urbano en sí mismo. Sin embargo, el proyecto no habría terminado de ver la luz -o mejor dicho, los tejados salientes de las casas vecinas- de no ser por los abogados Sarmen Beglarian y Sylwia Szymaniak, quienes regatearon los requerimientos mínimos que el Código Urbano de Varsovia determina que ha de tener una vivienda, presentando la idea de Szczesny bajo el sobrenombre de "instalación artística".
¿Fue el mal acusado de "la soledad de los genios" lo que le empujó a construir este retiro para la inspiración o un deseo ferviente de figurar en el Libro Guiness de los récords? Ni lo uno ni lo otro. Simplemente, como bien expresó Szczesny, "vi el hueco y automáticamente pensé que tenía que llenarlo".
Esta microvivienda es una respuesta a las almas bohemias que no pueden vivir alejadas de la vida social y cultural de la ciudad, que no quieren renunciar a reunirse con gremios artísticos o con sus amigos de toda la vida, pero que tropiezan con la dificultad de encontrar un refugio de paz y silencio en las siempre bulliciosas arterias de la urbe.
Al fijarnos en los andamios que llenan el espacio, el esqueleto de la casa estrecha, e imaginarnos en ella, nos invade la imagen de un maletín encajado entre la mesa y la estantería, un papel suelto incrustado a presión entre dos tomos de la librería. Instintivamente, pensamos en tomar aire y meter la barriga para deslizarnos sin problemas por las paredes. Una sensación de claustrofobia y opresión que, paradójicamente, pretende liberar el ingenio creativo de su huesped.
Posiblemente, los bibliófilos teman que para poder meter todos sus libros en su habitación primero tendrán que salir ellos por la ventana. Pero en realidad esta "vivienda para uno", la casa en la que sus visitantes tienen que avanzar en fila india por los pasillos, albergará más libros de los que imaginamos. Todo un laberinto de puertas abiertas a mundos desconocidos y aventuras trepidantes encerrado en la cabeza del escritor israelí Etgar Keret, su primer inquilino, al que seguirán un surtido de exposiciones itinerantes traídas por el genio creativo de los artistas que busquen algo de intimidad y soledad para desatar su arte. Un apartamento donde convivir con su musa concebido como una ermita para vivir y trabajar, lo que ya la ha apodado entre sus creadores como "Ermitage". Su autor piensa ponerlo a disposición de un gran número de jóvenes creadores e intelectualistas internacionales que, a falta de espacio, exploten su vertiente creativa en una habitación aislada que invite a la reflexión, a la inspiración y a la detonación artística.
Eso sí, que pidan turno a la entrada para pasar de uno en uno, porque todos a la vez no caben.