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El lujo de beber Maotai

Dos dependientas junto a una botella gigante de Maotai

Quien quiera ahogar las penas en un bar, no lo conseguirá en el fondo de un vaso de Maotai. A no ser que tenga los 1.540 dólares que puede llegar a costar una botella.

Sin embargo, este licor de lujo de sabor a soja está tan bien considerado en China, el país que le parió, que unas gotas bastarían como elixir quita-penas de quienes sienten que ya no les importa perder nada más. Ilusión que se desvanecerá en cuanto desaparezca el ardor de la borrachera, se opere el milagro de la vuelta a la realidad y de paso acto seguido a la fase de tirarse de los pelos y exclamar ?¡¿Qué he hecho?! ¡¿Cómo he podido tirar mi dinero en un vaso de whisky?!?.

No, amigo, no te engañes. Ojalá hubiera sido un simple vaso de whisky.

Es más, mucho más.

Pero, ¿de verdad vale la pena pagar esa suma por probar un licor? ¿Acaso tiene algo especial, algo que lo hace distinto a los demás? ¿Algo que permitirá al consumidor diferenciarlo cuando la noche ya ha avanzado y cien marcas distintas de alcohol se confunden en su boca?

Efectivamente. De eso no tienen ninguna duda en la región de Maotai, donde la destiladora que produce entre veinte y treinta mil toneladas al año del afamado licor domina el escarpado terreno y extiende su influjo sobre las ciudades vecinas. El hechizo de la crema y nata de sus productos locales procede de las milenarias raíces de sorgo de las que lo extraen, y de la fórmula química que yace en cada gota y que combina la suavidad de la soja con el fuego de un alcohol de alta gradación. Los lugareños no se amilanan a la hora de defender la sangre azul de su brebaje, emparentándolo con las leyendas que arraigan profundamente en el corazón asiático. Según cuentan, cuando los soldados del Ejército Rojo atravesaron Maotai durante la Gran Marcha, usaron el alcohol para curar sus heridas y desintoxicar los alimentos que portaban y que, tras varias jornadas de viaje, ya empezaban a estropearse. Después de su victoria, el ministro chino Zhou Enlai anunció públicamente que el éxito de su huida del ejército de la República China y la posterior supremacía y el arrojo demostrados en el campo de batalla se debían en parte al efecto reanimador del licor de Maotai. Con este sobretítulo de hidromiel asiático se coronó como emperador de la industria de bebidas espirituosas, y terminó por consolidarlo en su cargo la afición que desarrolló el presidente Nixon por dicho licor tras probarlo en una de sus visitas oficiales al país oriental.

El licor es tan caro y valioso que llega un punto en el que sube de nivel en los dichos populares, convirtiéndose en una pieza de museo antes que en una bebida que servirle a los amigos después de invitarlos a una cena. Tal y como reza el proverbio, ?Quienes compran Maotai, no lo beben; y quienes beben Maotai, no lo compran?.

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