Política

Juego de tronos en el PP: ¿a qué reino representa cada uno de los aspirantes al trono de hierro?

    Santamaría, Casado y Cospedal en la bancada popular. Foto: Efe

    Borja Ventura

    Todavía hay conmoción en las tierras de Poniente. El Rey, un hombre tranquilo y respetado, ha caído. Todo ha sucedido de forma inesperada, mientras desarrollaba tranquilamente sus quehaceres monárquicos. Poco antes de su caída acababa de cerrar uno de los asuntos más espinosos de su mandato, y lo había hecho con éxito. Pero, de pronto, todo se había complicado.

    Más o menos así empezaba la adaptación televisiva de la exitosa saga literaria de George R.R. Martin, con un otrora combativo rey fallecido en lo que parecía un accidente de caza pero escondía mucho más. Y así arrancaba hace unas semanas uno de los últimos capítulos de esta historia trepidante en la que se ha convertido nuestra política: si Robert Baratheon acababa de conseguir que su aliado Eddard Stark se convirtiera en su segundo al mando, Mariano Rajoy acababa de lograr la aprobación de los Presupuestos, que en teoría le aseguraban un plácido mandato político hasta el final de la legislatura. Pero ambos protagonistas, que hasta comparten frondosa barba, vieron precipitado su final: uno fue embestido por un jabalí salvaje, el otro por una arrolladora sentencia judicial que hizo que la oposición se alineara en su contra. El rey Baratheon murió bebiendo, y quizá también el rey Rajoy, atrincherado en un restaurante para no presenciar en directo la votación que ponía fin a su carrera política.

    De no haber podido elegir nunca nada porque los líderes siempre han sido designados,Génova pasa a tener hasta seis candidatos que compiten por el poder

    A partir de ahí, guerra. La mujer del rey caído, que en realidad era una hábil líder política que le había tenido engañado durante todo su reinado, acaudilla el trono colocando a sus hijos al frente y, ante su caída en desgracia, asumiéndolo ella misma. Fuera, otros candidatos luchan en todo el territorio por distintas cuotas de poder: la descendiente del monarca anterior por un lado, los aliados del rey caído por otro, y hasta algún outsider inesperado que se cruza en el camino movido por intereses propios o por ánimos de revancha. Algo así se vive también en Génova, que se enfrenta a una contienda nunca vista: de no haber podido elegir nunca nada porque los líderes siempre han sido designados, a que hasta seis candidatos distintos compitan por hacerse con el control del partido.

    Los paralelismos con la ficción televisiva continúan también ahí. De hecho, dos mujeres pelean como candidatas mejor colocadas a la sucesión. El problema es que ambas han estado cerca del trono, una al lado del rey caído, otra durante muchos tramos de su reinado hasta que se fraguó el ascenso de su ahora principal rival. La candidata palaciega, por así decirlo, sería la exvicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría. Representa la opción 'lógica': experiencia, discreción, solvencia y un absoluto control de los resortes del partido. Es una Cercei Lannister en lo político, aunque quizá con menor dosis de maquiavelismo y manipulación.

    Enfrente su rival, María Dolores de Cospedal, que cuenta con cierto apoyo de base por su pasado palaciego. Ella ha sido la secretaria general del PP y brazo ejecutor dentro del partido, donde ascendió desde que Esperanza Aguirre la fichara para su Gobierno en la Comunidad de Madrid. Fue también ministra tardía de Defensa, aunque su pasado de poder quedara eclipsado por Sáenz de Santamaría. Pretende hacerse con el trono gracias al apoyo que le prestan sus huestes en Castilla-La Mancha y, fundamentalmente, por las enemistades que despierta su rival. Carece del carisma y del discurso revolucionario de Daenerys Targaryen, pero la imagen de su travesía en el desierto aupada por los afiliados de la meseta castellana tiene su aquél. Si hay algo que Rajoy valoraba de ella era precisamente su capacidad de trabajo y su leal disciplina para ganar votos puerta a puerta, y el apoyo rural siempre ha sido el motor del engranaje 'popular'. 

    Ambas candidatas compiten por el electorado mayoritario de su partido, y ambas tienen los mismos valores y problemas: por un lado tienen experiencia, son relativamente jóvenes y son mujeres contrastadas, pero por otro llevan tiempo junto al rey caído y su gestión también les salpica y condiciona. Por eso quizá decidió dar un paso al frente Pablo Casado, el heredero 'natural' de la facción aznarista del PP, la casa Baratheon de toda la vida. Liberal, conservador, 'chico bien' y fotogénico. Un candidato breado además en los platós televisivos y fogueado en un alto cargo de partido, pero no de Gobierno -con lo bueno que eso conlleva-. Eso sí, sobre él pende una espada de Damocles que amenaza con atravesarle: las irregularidades alrededor de la obtención de su titulación superior acabarán en los tribunales, y es justo ese tipo de desenlaces los que el PP necesita erradicar a toda costa. Nótese que en la ficción televisiva un fantasma sombrío es invocado para erradicar a uno de los herederos naturales del trono por la casa Baratheon, justo cuando más felices se las prometía.

    Un cuarto candidato de renombre es el exministro José Manuel García-Margallo, el perfil que mejor coincidiría con un candidato clásico del PP: un hombre experimentado, con dilatada experiencia de gestión, que ha pasado por el Gobierno y que no tiene miedo de afrontar los problemas de frente. De hecho, fue defenestrado del Gobierno por su enemistad manifiesta con la entonces vicepresidenta y se ganó unas cuantas críticas cuando accedió a debatir públicamente con Oriol Junqueras por el tema catalán. Siendo ministro de Exteriores el simbolismo quizá no fuera el más conveniente para los intereses de su partido, aunque resulta encomiable que al menos alguien antepusiera el debate a la confrontación.

    García-Margallo es un outsider y debe saber que en realidad tiene pocas opciones de conseguir la victoria. Es más, posiblemente ni siquiera le interese: en realidad él sólo quiere visibilizar sus propuestas y hacer oposición a su enemiga declarada. No sería, por tanto, un rey al uso, aunque sí podría ser un poderoso aliado para alguna otra candidata con la que comparta filias (y, sobre todo, fobias). Algo así como un Stark, a quien no le interesa el trono de hierro sino que más bien ofrece apoyo a otros para derrotar a un enemigo común y acabar conservando su cuota de poder: unos en el norte, otros no se sabe bien dónde.

    Hay más candidatos, apenas conocidos y seguramente irrelevantes para la contienda final. Personajes secundarios que aparecen para facilitar o entorpecer según qué tramas de la gran guerra, como Elio Cabanes o José Ramón García Hernández. A falta de saber cómo acabará todo, por lo menos ya hay dos importantes revelaciones en esta temporada. La primera, que los Ejércitos son menos numerosos de lo que siempre presumió, porque apenas 60.000 militantes se han registrado para votar cuando siempre hablaron de casi un millón de afiliados. La segunda, que mientras unos y otros disputan esta guerra civil interna, hay unos caminantes que se aproximan a sus fronteras y amenazan con devorarlos a todos. Lo que pasa es que en esta historia los caminantes no son blancos, sino naranjas. Por suerte para saber el desenlace de esta contienda no habrá que esperar un año más, como sucede con la ficción televisiva, sino apenas unas semanas.