El proyecto imposible de conectar Madrid con el mar a través del Manzanares
- En el siglo XVII era la mejor forma para que las mercancías de América llegaran directamente a la capital
- Felipe II fue el primero en encargar una conexión por Lisboa a través del Tajo
- La llegada del ferrocarril en el siglo XIX puso fin a las ambiciones marítimas de la ciudad
Javier Calvo, Remo Vicario
Madrid,
A lo largo de los siglos, han sido muchos los reyes y dirigentes que han tenido la ambición de conectar Madrid con el mar. Una vez que la ciudad fue designada como la capital del país, se desarrollaron varios proyectos que tenían como objetivo llegar en barco hasta las puertas de la urbe. Aunque el interés llegó a ser muy alto, las condiciones económicas, las dificultades sociopolíticas y las carencias tecnológicas impidieron completar con éxito la misión.
Fue en 1581 cuando el rey Felipe II decidió establecer la corte en Madrid, una ciudad que hasta entonces era una más en el reino. Detrás de esta medida había varias motivaciones. La principal, y la más evidente, era la centralidad geográfica en la península. También hay razones políticas, como el hecho de que no hubiera obispo, ya que religiosamente dependía de Toledo; y tampoco tenía familias de gran nobleza, que pudiesen ser una amenaza para el poder del rey.
Y, aunque parezcan motivos más frívolos, también influyó en la decisión que había abundantes y ricas zonas de caza, una práctica que encantaba a Felipe II, que se podía pasar largas jornadas de montería. El buen clima y el agua limpia, gracias al Manzanares y numerosos pozos, apuntalaron el movimiento.
Solo había dos problemas: que estaba lejos del resto de núcleos económicos de la península, y que no tenía acceso al mar. Dos retos que incluso hicieron plantear el establecimiento de la corte real en otras ciudades como Barcelona, Lisboa o Sevilla.
En un momento en el que el imperio español vivía su máximo apogeo, parecía muy ventajoso que la capital tuviera acceso al mar. Sobre todo, porque permitiría a los barcos que llegaban de América entregar el oro y las riquezas directamente en Madrid. Hay que tener en cuenta que en ese momento, llevar las mercancías desde Cádiz, a donde llegaban, hasta Madrid, era caro y complicado, pues era un proceso largo, por caminos en mal estado, y numerosos peligros y amenazas.
Y ahí surge la idea: ¿y si comunicamos Madrid con el mar? No era la primera vez que se proponía, pero sí la primera que se tomaba en serio. A mediados del siglo XVII, contratan al ingeniero italiano Juan Bautista Antonelli para desarrollar la propuesta. Hay que tener en cuenta que, en aquel momento, los ríos eran más caudalosos, lo que los hacía más fáciles de navegar, y además no había presas, embalses ni pantanos que impidiesen la circulación de barcos.
El ensanche del Manzanares, el Jarama y el Tajo
El plan de Antonelli pasaba por ensanchar los ríos Manzanares, Jarama y Tajo, para hacerlos navegables, y permitir la circulación fluvial entre Lisboa y Madrid. Además, incluía un sistema de canales y compuertas, que permitiesen salvar los 650 metros de desnivel entre ambas ciudades. El plan, decía el ingeniero, era posible. Para completar este recorrido de más de 600 kilómetros solo hacía falta dinero, mucho dinero. Y Felipe II estaba dispuesto a gastarlo.
Hubo varios problemas que impidieron llevar el proyecto a buen puerto, nunca mejor dicho. Por un lado, la muerte de Antonelli, el impulsor. También se suma que, técnicamente, era una empresa más complicada de lo que parecía en un principio. Y, por último, pero no menos importante, se encuentran las dificultades económicas, tras la inmensa inversión necesaria para crear la 'Armada invencible', y de las varias bancarrotas a las que se enfrentó el Estado en aquellos tiempos. Finalmente, con la muerte de Felipe II en 1598, el plan fue abandonado.
Pero eso no quiere decir que quedara olvidado. Tan solo unas décadas después, el Conde Duque de Olivares le propone a Felipe IV retomar el proyecto. Contactan con Luis Carduchi, un afamado matemático, que además es pintor, topógrafo, ingeniero y arquitecto, para que estudie la viabilidad.
Tras explorar el terreno, llega a la conclusión de que es perfectamente posible, y de que además se pueden aprovechar las zonas trabajadas anteriormente por Antonelli. E introduce una idea novedosa: utilizar dinamita en las zonas en las que más difícil es domar al río.
A la corona le urgía un poco, porque Portugal había iniciado la guerra de independencia para separarse de España, y les parecía una opción muy útil para transportar a las tropas y los enseres necesarios hasta las zonas de batallas. Sin embargo, en 1668 reconocía la independencia de Portugal, y el proyecto ni siquiera llegaba a ponerse en marcha.
La llegada de los Borbones
Los Borbones llegan al poder en el siglo XVIII, y profundizan aún más la centralidad del Estado. Este nuevo escenario hace que sea aún más importante la salida de Madrid al mar, por lo que durante todo el siglo escuchan a casi cualquiera que traiga un proyecto de ese tipo, aunque apenas se desarrollan.
Con la llegada de la ilustración, se produce la eclosión de las ciencias aplicadas, y son muchos los intelectuales que presionan para que España deje de gastar tanto dinero en guerras y se centre más en impulsar la vida y la economía de las provincias del interior. Grandes ilustrados de la talla de Jovellanos, Campomanes o Floridablanca, se suman a esta causa.
Toman como referencia el canal de Langueloc, en Francia, para proponer la creación de un conjunto de canales que facilitaran la comunicación interior, con Madrid como epicentro. Siguiendo esta línea, es en esa época en la que se construye el Canal Imperial de Aragón, una de las obras de ingeniería más importantes de Europa, con 110 kilómetros de longitud. Discurre entre Fontellas, en Navarra, y Fuentes de Ebro, en Zaragoza, y no llegó a alcanzar el mar, como se pretendía, pero su navegabilidad, aunque no en todo el recorrido, se mantuvo hasta hace relativamente poco.
También es de esa época el inicio de la construcción del Canal de Castilla, de más de 200 kilómetros, que unía Alar del Rey, en Palencia, con Medina de Rioseco, en Valladolid. Sin llegar a desarrollarse, aprovechando estas obras faraónicas, también se estudia la posibilidad de unir Madrid con el Cantábrico, a través de Reinosa, y de ahí a Santander, un reto casi imposible; o unir el Mediterráneo con el Cantábrico por el Ebro.
Luchando contra el desabastecimiento
Una de las ideas que más lejos llega es la de Simón Pontero, una especie de alcalde de Madrid, que a mediados de siglo se presenta ante los reyes con una propuesta para retomar la vía fluvial, tanto retomando la vía de Lisboa... como con un nuevo plan: unir además el Tajo al Júcar, y así tener salida también al Mediterráneo.
Y su justificación era buena: a mediados de siglo, Madrid se enfrentaba a una grave crisis de suministros, ante la falta de carbón, madera y grano, que se prolongaba ya durante dos años.
Consideraba tan grave la situación que, si no eran capaces de encontrar la forma de abastecerse, podría provocar que la corte abandonara la ciudad, que de esta forma perdería la capitalidad. No veía más solución que encontrar una vía al mar.
Además, el hecho de que la mujer de Fernando VI fuera Bárbara de Braganza, perteneciente a la familia real portuguesa, facilitaba los trámites políticos para unir Madrid con Lisboa, un proceso que en otros momentos de la historia, más belicosos, sería impensable. Sin embargo, con la muerte del monarca, el proyecto se va al traste.
El último intento de Carlos III
El último rey en estudiar seriamente la salida de Madrid al mar ya sería Carlos III, su sucesor. En vez de enfocar el proyecto de forma global, empieza por el principio: hacer navegable el Manzanares hasta el Jarama, y después ya se iría viendo. Los más ambiciosos proponían que, si salía bien, unieran un ramal con el Guadalquivir, para garantizar una salida al Atlántico sin abandonar suelo español. No se llegó a realizar, pero estaba tan bien desarrollado que el diseño se aprovechó ya en el siglo XX para construir el AVE de Madrid a Sevilla.
Volviendo al río madrileño, el puente de Toledo es, como en tantos otros proyectos, el punto elegido para establecer el puerto, y también el punto de inicio. El conocido como Real Canal del Manzanares llegó a contar con una infraestructura navegable de 10 kilómetros, y las obras se mantuvieron vivas durante todo el reinado de Carlos III.
Sus sucesores, tanto Carlos IV como Fernando VII, siguieron apostando por este Real Canal, que en su apogeo llegó a contar con 10 esclusas. Se encargaron de su mantenimiento, y también de prolongarlo hasta las inmediaciones de Vaciamadrid, ya a las puertas del Jarama. Nunca llegó más allá.
La ambición de darle una salida al mar a Madrid se encontró, a lo largo del siglo XIX, con varias dificultades que lo hicieron inviable y que quitó la idea de la cabeza a todos los mandatarios. Por un lado estaban la situación económica, tanto del país como de la ciudad, que impedía ejecutar la inversión necesaria para un proyecto de ingeniería de tal magnitud.
Luego estaban las diferentes guerras que tuvieron lugar en España a lo largo del siglo, tanto la de Independencia como las Carlistas, pusieron el foco en otras prioridades.
Y por último, quizá el motivo más importante, es la llegada del ferrocarril. La inauguración, en 1851, de la línea de tren que unía Madrid con Aranjuez, junto con la mejora del estado de las carreteras, ponen fin a cualquier proyecto vinculado con la navegación del Manzanares. Y es que el ferrocarril solucionaba de forma más eficiente y económica los problemas de comunicación y comercio entre el interior del país y la costa. Ya no tenía sentido darle a Madrid una salida al mar.