El robo a un banco que dio origen al síndrome de Estocolmo
- Un ladrón y un presidiario retuvieron durante 6 días a 4 rehenes en la bóveda
- Se creó una extraña relación de complicidad entre todos, por terror y necesidad
- Es un mecanismo de supervivencia que se da en muchos ámbitos de la vida
Javier Calvo, Remo Vicario
Madrid,
Las historias de robos de bancos llevan atrapando la atención del público casi desde el momento en el que se crearon los bancos y se empezaron a robar. Emoción, misterio, personajes intrigantes, crímenes, acción, justicia, desafío a la autoridad... tienen todos los elementos para convertirse en grandes relatos.
Son muchos los asaltos a entidades bancarias que a lo largo de los años se han hecho famosos en todo el mundo, que se han conocido gracias a que los han contado los medios de comunicación, han protagonizado películas... o les han dedicado podcast. Hay casos que se hecho famosos por la cantidad robada, el método utilizado, lo brillante del planteamiento, lo carismático de sus protagonistas o lo brutal y sanguinario del propio robo.
Pero el asalto más famoso de la historia no lo es por ninguno de esos motivos, sino por las consecuencias, que acabaron creando un fenómeno psicológico: el síndrome de Estocolmo, que recibe este nombre por un incidente ocurrido en la ciudad de Estocolmo en 1973, hace 50 años.
Un atracador, un presidiario y 4 empleados convivieron durante 6 días en la bóveda de seguridad de un banco, y los rehenes entablaron una relación de complicidad con sus secuestradores que acabó dando nombre a un término psicológico de uso común en todo el mundo.
"Tiraos al suelo, ahora empieza la fiesta"
El 23 de agosto de 1973, Janne Olsson entró encapuchado, drogado, armado con una metralleta y con explosivos, en la sucursal de Kreditbank, en la céntrica plaza de Norrmalmstorg. "Tiraos al suelo, ahora empieza la fiesta", gritó en inglés, porque lo había visto en una película y le gustaba como sonaba. Después disparó al techo y tomó a tres empleadas como rehenes, liberando al resto.
Con la entidad rodeada rápidamente por la policía, y sin que diera muestras de que había una gran planificación detrás del golpe, puso una serie de condiciones a los agentes: quería 3 millones de coronas suecas, que equivalen a unos 250.000 euros, un coche y vía libre para salir de Suecia. Además, pedía la liberación y traslado al banco de Clark Olofsson, uno de los criminales más conocidos del país, con el que había coincidido en la cárcel.
Los agentes trataron de entrar por la fuerza al banco, pero fueron repelidos por el ladrón, que llegó a herir a un policía. Así que las autoridades se replantearon su estrategia, y aceptaron cumplir algunas de las exigencias de Olsson, como la de entregarle el dinero que pedía, y llevar a Olofsson a la sucursal. Este, nada más llegar, decidió desatar a las tres mujeres, a las que trataba con mucha más amabilidad y respeto. Mientras Olsson les causaba auténtico terror, Olofsson era visto como un compañero. Además, encontraron escondido a otro trabajador, que también se unió al grupo de rehenes.
Cuatro días de convivencia
Al final, todos, secuestradores y cautivos, acabaron conviviendo durante 4 días en la bóveda del banco, que aunque era una estancia más pequeña, se sentían a salvo de las autoridades. Allí jugaron a las cartas para pasar el rato, escucharon música y cantaron juntos, y establecieron lazos afectivos, que pronto quedaron de manifiesto.
Por ejemplo, durante ese cautiverio, una de las secuestradas, Kristin Enmark, ejercía de portavoz de los rehenes, y hasta llegó a hablar con el primer ministro Olof Palme. En esas conversaciones dejó claro que prefería a los secuestradores antes que a la policía. "Confío plenamente en ellos", aseguró. Incluso llegó a estar dispuesta a aceptar la propuesta de Olsson de huir en coche con dos rehenes. Fueron las autoridades las que frenaron ese plan.
Otro momento complicado se produjo el segundo día, cuando Olsson, para demostrar a la policía que iba en serio y era peligroso, amenazó con pegarle un tiro a Sven, el chico que habían encontrado escondido. Este se asustó, y el captor le explicó que le dispararía en la pierna, pero evitando el hueso, para evitar hacerle daño. Para tratar de calmar a Sven, Enmark le gritó que "era solo una pierna". Finalmente no hubo ningún disparo, y la relación entre todos mejoró. De hecho, el chico reconoció que tenía que forzarse a recordar que estaban con dos secuestradores violentos y no con dos amigos.
La policía
El cuarto día todo se hizo un poco más difícil, cuando la policía logró taladrar el techo de la bóveda. Asustado, Olsson amenazó con ahorcar a los rehenes, e hirió a un agente de policía de un tiro. Aún así, otra de las secuestradas, Biritta Lundblad confesó que nunca creyó que fueran a dispararles, y que el miedo a morir era por si la situación se descontrolaba por la intervención de la policía.
Se creó una extraña relación de complicidad entre secuestradores y rehenes. Una mezcla de terror y necesidad de convivencia que les empujó a colaborar. Incluso los dos truhanes se sorprendieron por la situación, nunca habían visto nada así.
Al sexto día la policía decide poner fin al secuestro. Rompen la bóveda del banco y lanzan dentro gases lacrimógenos. Olsson y Olofson se rindieron a los pocos minutos. Y reconocieron después que prefirieron no disparar a los rehenes porque se habían convertido en sus amigos. De hecho, antes de entregarse, se despidieron con abrazos.
El efecto psicológico
Nils Bejerot, criminólogo y psiquiatra, colaboró con la policía durante todo el proceso. Y fue el que acuñó el síndrome de Estocolmo, aunque inicialmente se llamó 'síndrome de Normalsmstorg'. "Es un fenómeno paradójico de vinculación afectiva entre los rehenes y sus captores", señaló. Una reacción afectiva fruto del temor y el trauma.
Realmente, lo que hizo es darle nombre a un suceso del que se tenía constancia desde hacía muchas décadas. Pero gracias a poder vivirlo en directo, y a conocer mejor qué estaba ocurriendo, se atrevió a etiquetarlo y definirlo. Popularizado en todo el mundo, refleja que hay una actitud favorable, o incluso atracción, entre las personas secuestradas y sus secuestradores. En un entorno tan estresante, hasta la más pequeña de las bondades se magnifica si la ofrece el atormentador, ya que parece que se convierte en el protector.
Es un mecanismo de supervivencia, que aunque parece ilógico, se da en muchos ámbitos de la vida, como en el trabajo o en el hogar, cuando se producen relaciones tóxicas o de violencia.
Estudio, repercusión y cultura
El síndrome de Estocolmo ha sido estudiado y reconocido como un fenómeno psicológico, aunque con numerosas aristas, que no es universal en todas las situaciones de secuestro. El caso original sirvió de punto de partida para entender mejor la complejidad de las respuestas psicológicas en situaciones de amenaza y reclusión involuntaria.
También ha dejado su huella en la cultura popular, inspirando películas, series y libros, que exploran esta conexión anómala y poco deseada.