La diplomacia de la amenaza económica: ¿el fin del multilateralismo?
- Trump espera que ningún país sea obstáculo para situar a EEUU en la mejor posición
Carlos Floriano Corrales
Las intervenciones públicas del presidente Donald Trump se caracterizan por una estrategia recurrente basada en la amenaza. Esta puede manifestarse en el ámbito económico, mediante la imposición de aranceles que ya se han aplicado a países como Canadá, México y China; en el terreno militar, a través del expansionismo territorial; o en la esfera migratoria, dificultando el acceso a visados y promoviendo deportaciones. En esencia, busca la confrontación con el objetivo de alcanzar acuerdos comerciales favorables para Estados Unidos y, de este modo, cumplir con sus promesas electorales.
Su análisis económico es aparentemente simple. Estados Unidos ha perdido su hegemonía mundial debido a las políticas climáticas y fiscales de la administración Biden, las cuales, además, han empobrecido a la clase media americana mientras han beneficiado a minorías raciales y de género. Para resolver esta situación decadente propone, como ha reiterado en la Cumbre de Davos, impulsar la inversión en innovación, destinando 500.000 millones de dólares a la IA, reducir impuestos, recortar el gasto público, desregular los mercados y abandonar las políticas contra el cambio climático; aumentar la producción de gas, autorizar el fracking y, como medida de protección frente a lo que considera agresiones exteriores, imponer aranceles y adoptar una nueva política migratoria basada en la expulsión de extranjeros.
Aunque algunas de estas decisiones de política económica estén lejos de resolver la inflación, el déficit y la deuda, que son los problemas más graves de la economía americana, lo cierto es que estos elementos de la narrativa del presidente Trump han conectado con amplias capas de la sociedad americana. Lo mismo ocurre con su "American First", que enlaza con un sentimiento extendido entre los estadounidenses de que la globalización, la promoción de la democracia, de los derechos humanos, del libre comercio, de la seguridad mundial o del multilateralismo es algo que a ellos no les reporta ningún beneficio.
Tras su victoria, ambos elementos de esta narrativa han traído dos consecuencias íntimamente relacionadas. Por un lado, ha hecho saltar por los aires el maltrecho orden mundial vigente después de la Segunda Guerra Mundial y que perduró durante la Guerra Fría. Por otro, ha sembrado serias dudas sobre la arquitectura institucional que se mantuvo incluso después de la caída del Muro de Berlín. Así, el cuestionamiento del futuro de la Organización de las Naciones Unidas, de la Organización Mundial de Comercio o del Fondo Monetario Internacional, ya no es solo parte de una retórica propia de los emergentes, sino que puede escucharse en el relato del presidente de EEUU que fue, junto a los aliados occidentales, el país que más hizo por su puesta en marcha.
Estamos a un paso de enterrar el multilateralismo, sustituyéndolo por un nuevo sistema de relación uno a uno, donde el más fuerte le dice al más débil lo que espera que haga. Interesan los resultados a corto plazo, no existen alianzas, ni objetivos a largo. Tampoco serán relevantes los principios o los valores que se compartan, o que se forme parte de una misma organización, lo importante en las relaciones internacionales es lo que el más poderoso espera obtener y, hoy por hoy, lo que espera el presidente norteamericano es que ningún país sea un obstáculo para situar en la mejor posición económica a los EEUU y poder cumplir sus compromisos electorales, aunque eso signifique refutar principios tradicionales del derecho internacional.
Pero el cuadro que trato de dibujar quedaría incompleto si no subrayamos la influencia que parecen jugar las grandes compañías tecnológicas norteamericanas en todo esto. El papel que aparentemente juega Elon Musk es un ejemplo paradigmático de lo que digo: no solo tiene el encargo de reducir la carga burocrática en la administración, sino que se proyecta como un actor político global. Su presencia en Europa firmando acuerdos para su empresa con la primera ministra italiana, su intento de influir en las elecciones alemanas en favor de la extrema derecha o sus movimientos para desestabilizar al gobierno de Keir Starmer en el Reino Unido, lo sitúan en una clara posición de poder de objetivos confusos. ¿Defiende los intereses de Estados Unidos o los de sus propias empresas? ¿Y si ambos coincidieran?
Queda por ver si la política de la amenaza es sostenible a medio plazo. Las elecciones legislativas de mitad de mandato serán un termómetro clave para medir su aceptación dentro de Estados Unidos. Sin embargo, más allá del ciclo electoral, la gran incógnita es si esta nueva ley del más fuerte puede perdurar sin socavar los propios intereses estadounidenses. De momento, ni siquiera en la Cumbre de Davos 2025 celebrada bajo el lema "Colaboración para la Era Inteligente" se había intuido la irrupción de una empresa como DeepSeek, que nos recuerda que puede que la IA no sea algo liderado exclusivamente por las corporaciones norteamericanas y que China puede competir aún sin disponer de los chips más avanzados. Mientras tanto, Europa se centra en regular lo que otros crean, en lugar de intentar liderar la innovación. El Viejo Continente, atrapado en su burocracia, cada vez tiene menos tiempo para despertar, sino quiere quedarse como un mero espectador en esta nueva era geopolítica, tecnológica y diplomática.