Opinión

Desempleado de más de 50 años, carne de paro

  • Hay que fomentar las políticas activas de empleo con calidad de forma  orientada e íntegra

Juan Carlos Higueras

Sabemos que el gran problema endémico de nuestra economía es la elevada tasa de paro estructural que mantenemos y que nadie consigue rebajar, a menos que se eliminen las rigideces y cargas del mercado, por mucho que se cambien las leyes laborales para maquillar la precariedad y temporalidad. A eso hay que sumarle la iniciativa de reducir la jornada laboral que es una carga más para el empresario y que le obliga, sobre todo al pequeño, a tener que prescindir de parte de su personal, en especial los de mayor edad.

Por si no bastase con eso, el mercado de trabajo padece un tumor que es el paro de larga duración, cuya persistencia conlleva profundas implicaciones en el tejido económico y social y que se convierte en metástasis laboral cuando el individuo afectado tiene más de 50 años.

Un parado de larga duración es esa persona que lleva más de un año buscando activamente empleo sin éxito, un fenómeno que en España ha sido una constante durante mucho tiempo, especialmente desde la crisis económica de 2008. Según los datos del INE, hay 1,1 millones de personas en esta situación, es decir, el 40% del total de parados, de los que el 64% llevan más de dos años y de ellos, la mitad, son mayores de 50 años.

No es que tengamos unos pésimos datos de desempleo en cantidad sino también en calidad, porque si fuesen jóvenes y hubiese dinamismo en el mercado, aunque fuesen contratos precarios, el problema sería menor, pero es que una gran parte de los afectados son mayores y no encuentran empleo, ni lo van a encontrar pues ni les llaman para entrevistas de trabajo, lo que es muy grave para nuestra sociedad.

El principal problema es que las políticas en materia de empleo no impulsan la creación de empresas sino que pasan por lastrar la capacidad económica de éstas con regulaciones, aumentos del SMI, reducciones de la jornada laboral, aumento de costes sociales, reducción de deducciones fiscales, un suma y sigue donde cualquier aparente mejora acaba generando mayores dificultades para los trabajadores a la hora de encontrar empleo junto al sobrecoste para las empresas que son como una granja de vacas famélicas a las que, cada vez, se les extrae mas leche de unas ubres que cuelgan flácidas porque no se les da de comer y ellas tienen que buscar el pasto donde puedan.

Entre las principales causas de esta enfermedad de nuestro modelo productivo, aparte de las rigideces y elevados impuestos al trabajo, se pueden destacar algunas como la dualidad de nuestro mercado donde coexisten contratos fijos y temporales (aunque sean indefinidos), que llevan a elevados niveles de precariedad y alta rotación que impide acumular la experiencia necesaria para mejorar la empleabilidad, de modo que en momentos de cambio de ciclo económico, son los principales candidatos a perder el empleo. Por otro lado, algo que ya estamos viendo asomar por la puerta con la IA, el desajuste de competencias por la digitalización y la rápida evolución de la tecnología que exige perfiles especializados con competencias que no coinciden con las que tienen los desempleados de larga duración. Si añadimos el problema de edadismo de nuestro país, donde los trabajadores de mayor edad tienen dificultades adicionales para encontrar empleo, tras ser despedidos, tenemos el cocktail perfecto para crear esa masa de parados de larga duración.

Ni hace falta mencionar la ineficacia e insuficiencia de las políticas activas de empleo donde los programas públicos de formación, ahora se les llama reeskilling normalmente no se ajustan a las necesidades del mercado de trabajo.

Y las consecuencias son graves para nuestra economía, pues agudiza el proceso de descapitalización de la fuerza de trabajo al reducirse la competitividad de los afectados en el mercado mientras, simultáneamente, se reduce la capacidad productiva de la economía al mantener inactiva a una parte significativa de la población lo que, a su vez, limita el potencial de crecimiento a largo plazo. Además, el paro de larga duración conlleva un aumento del gasto público por subsidios y asistencia social, lo que presiona las costuras de las arcas públicas al reducir los ingresos y aumentar los gastos, agravando los problemas de déficit y deuda.

Desde el punto de vista social, el paro prolongado tiene un impacto devastador en los ingresos de las familias conduciendo a situaciones de pobreza y vulnerabilidad, junto a problemas de salud mental por la desesperanza derivada de la incapacidad de encontrar empleo. Todo ello, lleva a generar un sentimiento de desencanto y, por tanto, desconfianza en nuestras instituciones, ya que los ciudadanos perciben la incapacidad de las políticas públicas para mejorar la situación.

El paro de larga duración es uno de los grandes retos del mercado laboral español donde se produce una histéresis laboral, por la que dicho paro tiende a perpetuarse, incluso cuando la economía mejora. Combatirlo requiere una combinación de políticas activas de empleo más eficaces, una mejor adaptación del sistema educativo a las demandas del mercado y un entorno laboral más flexible que permita a los trabajadores adaptarse a los cambios tecnológicos. Las soluciones deberían ser integrales, orientadas tanto a mejorar la empleabilidad de los trabajadores como a fomentar la creación de empleo de calidad. Sin una acción decisiva, el paro de larga duración seguirá siendo una trampa para millones de personas y un obstáculo para el desarrollo económico del país.

El drama para este colectivo es que, una vez agotada la prestación por desempleo, sólo les queda una serie de ayudas y subsidios que les hace más dependientes del Estado y que, a falta de trabajo, lo único que consiguen es perpetuar la situación de pobreza. Los parados buscan un empleo digno, no quieren limosnas mientras deambulan por la sociedad sabiendo que son carne de paro hasta su jubilación.