Opinión

Europa: un gigante con pies de barro

  • La realidad nos golpea con una contundencia que desmonta el idílico estado de bienestar
  • Las regulaciones desproporcionadas nos están aislando de la posibilidad de liderar el mundo

Juan Carlos Higueras

En Europa, a muchos se les llena la boca con el estado del bienestar a pesar de que la cruda realidad nos golpea con una contundencia que comienza a despertarnos de ese sueño en el que somos el oasis del mundo. Lo cierto es que el modelo económico europeo nos hace perder competitividad, a pasos agigantados, frente a los principales actores de la geopolítica mundial como es EE.UU. y China, tal y como hemos podido comprobar, tras leer el famoso informe de Mario Draghi, mostrando una serie de problemas estructurales, que muchos llevamos tiempo denunciando, y que venimos arrastrando a pesar de que una gran mayoría de los políticos aún se niegan a reconocer.

A todos nos ilusiona la idea de un estado del bienestar de calidad, robusto y que permita ofrecer una fuerte red de seguridad a los europeos, al igual que a todos nos gustaría tener una mansión. El único problema es que, tristemente, no podemos permitirnos ese bienestar, pero en vez de hacer números para ajustar las cuentas públicas y repensar nuestras prioridades, nos desangramos industrialmente.

Uno de los pilares de la desindustrialización es la lucha contra el cambio climático que está llevando a adoptar un enfoque casi fanático imponiéndonos metas y restricciones que no parecen tener en cuenta ni la realidad económica ni la calidad de vida ni los derechos de las personas, sin reconocer que no podemos salvar el planeta a costa de ahogar a los ciudadanos y las empresas mientras señalamos con el dedo a China por sus emisiones, ignorando el hecho de que nuestras propias restricciones no hacen más que elevar los costes de vida, limitan la libertad y nos aleja, cada vez más, de una posición competitiva. Por eso, innovamos en regulaciones tales como que no se suelte el tapón de la botella de plástico o que en 2035 no se puedan fabricar automóviles con motores de combustión o que se delimiten las ZBE en ciudades donde apenas hay polución o que trabajemos menos horas a la semana sin aumentar la productividad por la eco ansiedad.

En EE.UU., la transición energética se está haciendo a un ritmo más racional, con incentivos y no tanto con imposiciones mientras que China va a su propio ritmo, combinando crecimiento económico con una transición más gradual. En Europa, en cambio, seguimos creyendo que ser los "primeros de la clase" en cumplir con los objetivos climáticos nos dará una ventaja competitiva. Pero esa ventaja no se ve por ningún lado, y mientras tanto, nuestros sectores industriales clave están huyendo o menguando.

Todo este espectáculo de luces, no sólo limita gradualmente la libertad de los ciudadanos y de las empresas, sino que aumenta la presión fiscal de los europeos, que no tiene parangón en los otros dos bloques mundiales, donde no se ahoga a las empresas ni a los emprendedores, que son quienes crean la riqueza y el empleo. Cuando la palabra regulación se convierte en sinónimo de prohibición, comienza el efecto expulsión por el que algunas grandes empresas europeas comienzan a plantearse su marcha hacia otras geografías más relajadas fiscal y regulatoriamente.

Mientras tanto, EEUU, con un sistema más flexible y menos cargado de regulaciones, sigue creciendo a un ritmo más dinámico. Y China, con su enfoque pragmático y subvencionador, se ha convertido en la fábrica del mundo y líder en innovación. ¿Y Europa? Pues bien, Europa sigue regulando cada rincón del mercado, asegurándose de que cualquier atisbo de competitividad que surja se extinga rápidamente bajo el peso de nuevas normativas y mayores costes empresariales. Mientras que EE.UU. sigue apostando por la innovación y la creación de riqueza a través de la desregulación y el fomento del emprendimiento, Europa va por el camino contrario, jactándose de ser la primera región del mundo que regula la inteligencia artificial, mientras Draghi señala la falta de inversión en innovaciones y tecnología. Y luego nos preguntamos por qué nuestras empresas tecnológicas no llegan ni de lejos a Silicon Valley o a los grandes monstruos empresariales chinos.

El informe de Draghi lo dice, negro sobre blanco, que la sobrecarga regulatoria en Europa es asfixiante. Normativa tras normativa, a menudo diseñadas para proteger a los ciudadanos o el medio ambiente, terminan por asfixiar a las empresas. Si queremos ser competitivos, necesitamos flexibilidad, innovación y adaptabilidad, no más regulaciones que encorsetan cada movimiento empresarial. Pero parece que, en nuestros políticos en Bruselas, muchos de ellos que ni hemos elegido y que, sí disfrutan del estado del bienestar, que llevan años con prebendas, ganando salarios astronómicos desde su atalaya, desconectados de la realidad económica y social, prefieren un entorno donde los emprendedores pierden más tiempo llenando formularios que creando empleo o desarrollando productos competitivos. Quizás la sobreproducción normativa sea la forma que tienen de justificar su existencia.

Si seguimos por este camino de regulaciones desproporcionadas y un estado de bienestar que no se ajusta a nuestra realidad económica, estaremos renunciando a poder aspirar a liderar la economía mundial y quedaremos atrapados en el sándwich global que están preparando China y EE.UU., que conforme presionen, correremos el riesgo de fragmentarnos y astillarnos, diciendo adiós al sueño europeo y el pretendido bienestar.