Opinión
Una intrahistoria de la gran renuncia
Fernando Castelló Sirvent
Reflexionamos hoy siguiendo una secuencia-guía de la intrahistoria que contribuye a explicar la Gran Renuncia, un interesante fenómeno surgido en el mercado laboral anglosajón tras la pandemia y cuya extensión posterior al Viejo Continente ya deja desgarradores surcos en nuestro país.
Se oye en reuniones y pasillos, siempre en boca de jefecillos y jefecillas: "Les damos contrato estable, somos una empresa que crece, y no hay manera, se quieren ir. El problema es su bajo nivel de compromiso. Con lo que esta empresa hace por ellos, y no lo valoran…"
Cuando el líder no llega a serlo, no pasa de jefe. Tiene entonces mimbres de chusquero que le otorgan un inmenso potencial anti-talento. Fuga de capitales, huida del capital humano.
Desde los años 40 del siglo pasado, no sin sarcasmo, se apunta en consultoría: "Si pagas cacahuetes, tienes monos", aunque somos muchos quienes preferimos su réplica mordaz: "…y si pagas diamantes, tienes amebas incompetentes". Los palmeros pelotas, sin dignidad, son las amebas incompetentes que lastran la ilusión de los trabajadores con talento.
Además, si os fijáis bien, a vuestro alrededor se ocultan jefes-jetas que se creen líderes, muchos de ellos y ellas en staffs medios o dirigiendo delegaciones territoriales; en algunas ocasiones, con el desconocimiento de la alta dirección de la compañía, y en otras con su permisividad y refuerzo velado, por acción o por omisión; se trata de mediocres engreídos, imbuidos en un halo de falsa modestia. Dan asco, pena y provocan carcajadas siempre contenidas a su alrededor. Aunque únicamente utilizó el género masculino para representar al jefe -y a su ameba-, The Office no hizo suficiente justicia a este perfil. Porque los hay hombres y mujeres que, en su día a día, medran en sus áreas de poder y mantienen sus puestos porque cumplen algunas máximas introducidas por Maquiavelo en El Príncipe, y controlan tóxica y férreamente la zona con su mando en plaza.
Existe material nacional de notable caricatura, no es necesario acudir a otros países ni compañías multinacionales. Esta casuística no distingue entre sectores, aunque son especialmente lacerantes los casos que se dan entre empresas de la llamada economía del conocimiento, que suelen autoproyectarse bajo una pátina de marketing washing que les vuelva respetables para mejorar su reputación en el mercado. Pero la procesión va por dentro y los implicados saben que no es oro todo lo que reluce.
Las mayoría de las veces estos jefecillos son casposos ochenteros, machistas que viven dentro de clichés estereotipados, que hacen chistes sin gracia y están rodeados de palmeros con rodilleras, siempre riendo y aplaudiendo. Contribuyen tibiamente a sus compañías desplegando juegos de trilero de los KPIs, haciendo las veces de tahúres con cartas marcadas que, vistos con perspectiva, provocan la vergüenza ajena. Campan a sus anchas, la mayoría de las veces son psicópatas corporativos, faltos de empatía, unos incompetentes con poder y pocos escrúpulos, maestros de la impostura con falsas medallas e ínfulas de intelectual.
Patetismo de salón de unos pretendidos Underwood que se deshilachan fuera de su propia pantalla. Y la alta dirección de la compañía, la oficina corporativa central, mira hacia otro lado: en ese punto, en la impunidad que transmiten con su inacción, comienzan el resto de los males. Desde la oficina central les mantienen en sus puestos para que cumplan y hagan cumplir objetivos (económicos), y crean una importante disonancia cognitiva entre estrategia y cultura empresarial.
Se acostumbran a encargar trabajos de consultoría que sólo sirven para justificar a posteriori objetivos dibujados a priori en una presentación de PowerPoint. Si, por ejemplo, se realiza una medición del clima laboral sin ofrecer garantías realistas de anonimato en las respuestas, el estudio termina evidenciando todo lo que se esperaba mostrar. Y así, paso a paso, se despliega el plan estratégico y sigue girando la rueda, mientras como decía con acierto Peter F. Druker, "la cultura empresarial come estrategia para desayunar."
Con el tiempo, el espíritu crítico de muchos trabajadores con talento hace que sean purgados: arrinconados, primero; infravalorados, después. En el cruce entre la maldad y el mobbing que provocan estos jefes y jefas narcisistas surge la perspectiva del adiós, de la gran renuncia, apostando por latitudes donde realmente se reconozca y valore a las personas.
Aunque las compañías e instituciones sobrevivan a estos jefecillos y jefecillas mediocres y a sus amebas palmeras, para entonces gran parte del talento ya ha huido. Y aún se oye a lo lejos corear aquel épico aserto de Lola Flores, en tan señalada y cañí escena patria:
"Si me queréis, irse".