Una recesión que (todavía) no parece llegar
Javier Santacruz Cano
Los tiempos posteriores a momentos traumáticos suelen ser erráticos. Es lo que le sucede a la economía global, pero muy en particular a las economías desarrolladas, en el más inmediato corto plazo. La economía mundial se enfrenta en los próximos trimestres a una reducción significativa de sus tasas de crecimiento debido a la unión de dos fuerzas principales: por un lado, la aplicación de políticas monetarias restrictivas en los países desarrollados, con subidas en los tipos de interés con el objetivo de controlar cuanto antes la tasa de inflación. Y, por otro lado, la situación de bajo crecimiento que muestran las economías emergentes, teniendo que ser especialmente prudentes a la hora de aplicar estímulos como es el caso de China.
El análisis económico de los próximos trimestres que estamos haciendo ahora en 2023 se asemeja mucho al que hacíamos por estas mismas fechas del año pasado. Entonces, la mayor parte de los economistas pensábamos que la recesión era inevitable no sólo por las subidas de los tipos de interés que lograrían congelar la demanda interna, sino también por las tensiones internacionales en los precios de las commodities. La única discusión era si la recesión iba a ser 'técnica' (dos o tres trimestres de caída intertrimestral) o si podía ir algo más allá en términos interanuales.
La realidad se ha encargado de desmentir parcialmente esta visión ya que, los trimestres siguientes al verano de 2022, las tasas de crecimiento interanual del PIB en la mayor parte de las regiones han resistido mejor de lo esperado. Por ejemplo, en el caso de España, ha sido gracias a la contribución positiva del sector exterior. Precisamente, en cuanto la contribución del saldo de operaciones corrientes en la tasa intertrimestral del Producto Interior Bruto (PIB) ha empezado a flojear (el caso del segundo trimestre de 2023 se esperaba un +0,6% pero finalmente ha sido un +0,4%) la tasa interanual ha empezado a desinflarse notablemente. En la Eurozona pasa algo parecido con una lectura de +0,1% en el segundo trimestre frente al +0,3% esperado. Aun así, se considera un "logro" estar en el filo de la recesión y no caer en ella.
Sin embargo, lo que en el fondo se ha producido es una traslación del crecimiento de los próximos trimestres hacia 2023. Todo lo más que ha crecido la economía entre finales de 2022 y mitad de 2023 es lo que crecerá de menos en 2024 y, probablemente, en 2025 si no hay un cambio profundo en los fundamentos económicos. Las tasas actuales (que ya de por sí no son elevadas) están muy por encima de la capacidad de crecimiento en el más inmediato futuro. Para la Eurozona, la diferencia entre el crecimiento actual y el crecimiento potencial (el denominado 'output gap') es positiva (+0,3%).
El índice "Leading Economic Index" de The Conference Board lo muestra con claridad. Para la Eurozona, el índice de indicadores adelantados cae un 0.9% en julio (último dato) hasta 103.8 (2016=100) con respecto a junio, habiendo caído la misma tasa en junio con respecto a mayo. En los siete primeros meses de 2023, el índice ha caído un 3.9%. Sin embargo, el índice "Coincident Economic Index" que es un indicador similar al PIB, subió un 0.1% en julio hasta 108.3 y otro 0.1% en junio, acumulando una subida del 0,6% entre enero y julio de este año. Con lo cual, hay una diferencia muy importante entre el crecimiento actual y el crecimiento de los próximos trimestres, ya que el Leading Index tiene una capacidad de predicción de la economía entre 2 y 3 trimestres.
Por tanto, la pregunta que nos hacíamos en septiembre de 2022 vuelve a repetirse en 2023: ¿habrá recesión? Y si la hay, ¿será técnica o permanente? La tendencia económica es clara al respecto, y especialmente preocupante en algunos países como es el caso de Alemania, Francia, Reino Unido e Italia. Incluso Estados Unidos necesita de fuertes inyecciones de dinero público (es el caso, por ejemplo, del mecanismo de ayudas masivas para inversiones en energía verde) para sostener un crecimiento con importantes debilidades estructurales. El incremento de precios del petróleo y el gas natural (el primero por encima de 90 dólares el barril Brent y el segundo por encima de los 30€/MWh) ayuda a sostener el crecimiento americano y de otros principales proveedores de energía.
En cualquier caso, el futuro más inmediato sigue dependiendo de la capacidad de los bancos centrales de controlar la inflación (incluso cuando ésta proviene del lado de la oferta como es el caso de la energía y los alimentos) y sostener durante varios trimestres unos tipos de interés altos que ayuden también a atraer inversiones para llevar a cabo los proyectos de infraestructuras, redes y otros activos fijos que son fundamentales para generar crecimiento potencial futuro. Es especialmente la tarea más acuciante para el Banco Central Europeo (BCE), el cual no debe desviarse del objetivo de aplicar una nueva subida de tipos.