¿Trasvases? sí
Joaquín Leguina
Amando de Miguel nos lo ha recordado hace bien poco. En la época de la dictadura de Miguel Primo de Rivera y de la II República, el ingeniero Lorenzo Pardo diseñó un detallado plan de embalses. Su idea era trasvasar el agua de la cuenca del Ebro a la del Tajo, y de este al Segura. Era un proyecto entonces muy costoso y no pudo ejecutarse. En la época franquista sólo se pudo realizar la parte menos onerosa: el trasvase del Tajo al Segura (años 70 del pasado siglo). Son evidentes las limitaciones que ha tenido esa obra por la falta de caudal suficiente. Al final, todos han quedado insatisfechos, tanto los regantes como los castellano-manchegos.
En palabras del citado Amando de Miguel,
"Hay que completar el trasvase de la cuenca del Ebro a la cabecera del Tajo (el gran embalse de Entrepeñas). El agua trasvasada debe llegar hasta Almería. Hay que dar agua a lo que se ha llamado "la huerta de Europa". La técnica actual permite abrir túneles con facilidad. Además, debe establecerse un plan de trasvases entre todas las otras cuencas, de norte a sur. Al mismo tiempo, se precisa una red de pequeñas presas y balsas de contención para anticiparse a las eventuales inundaciones. Se localizan muy bien en algunos valles del norte y de las ramblas mediterráneas".
Juan Benet se cansó de repetir lo mismo que ahora ha escrito Amando de Miguel.
En tiempos de Rodríguez Zapatero y bajo la vigilancia e imposición de los ecologistas de salón, la ministra Cristina Narbona pensó que la solución de las recurrentes sequías eran las plantas desaladoras. Han sido un múltiple fracaso. El coste energético ha sido disparatado y se producen desechos poco manejables. Las desaladoras sólo sirven para situaciones extremas, por ejemplo, islas. En la España continental las desaladoras carecen de sentido.
Narbona echó por tierra conceptos y políticas vigentes desde larga data que eran producto de las mejores cabezas españolas del pasado. En efecto, los conceptos de cuenca hidrográfica y de trasvase como instrumentos para la buena gestión del agua representaron en su día un avance que tuvo su origen precisamente en España.
Denostado y hundido el Plan Hidrológico Nacional (PHN) de Borrell y también el que quiso montar el PP en tiempos de Aznar, desatado y triunfante el desmadre territorial, no se sabe de dónde salió esa solución mágica de las desaladoras. Una huida hacia adelante que contradice las más ele-mentales reglas de la lógica y de la termodinámica, porque desalar el agua y elevarla por encima del nivel del mar lo hace gratis el sol, pero la voluntad política —ya se ve— se cree capaz de competir con el astro en torno al cual giramos.
Detrás de estas banderas de "El Ebro es nuestro", "El Tajo es nuestro" o "El Guadalquivir es andaluz" se maneja un concepto que en manos de los líderes regionales es elástico y se estira y se encoge a voluntad.
Ya es hora de plantearse un PHN que no haga ni puñetero caso a los ecologistas de salón, que son contrarios a los embalses (quizá porque Franco mandó construir unos cuantos). Y todo ello debe hacerse sobre una realidad jurídica: El agua de los ríos es de todos los españoles. Ni el Ebro es de Aragón ni el Tajo de Castilla-La Mancha.