Opinión
Los cisnes negros que auguran la crisis
Amador G. Ayora
En economía se denomina cisne negro al evento imprevisto, capaz de provocar un cambio radical en el curso de los acontecimientos. Los cisnes son de un blanco inmaculado y cualquiera con una tonalidad oscura es considerado un patito feo.
Desde hace meses , los mercados financieros, los organismos internacionales y los economistas, en general, daban por hecho que China y Estados Unidos llegarían a un acuerdo que permitiera salvar sus diferencias comerciales antes del verano.
Sin embargo, Trump sorprendió al mundo con un tuit el sábado, 2 de mayo, en el que anunciaba un incremento del 10 por ciento al 25 por ciento de las tarifas sobre productos chinos por 200.000 millones.
Al principio se creyó que se trataba de una de sus tácticas para ejercer presión sobre las negociaciones. La proximidad de las elecciones legislativas de 2020 o la aparición de rivales en la carrera electoral como el demócrata Joe Biden, número dos de Obama, le obligan a reaccionar.
Al candidato Trump, en opinión de muchos analistas, le interesaría mantener el conflicto abierto hasta las elecciones. Las prácticas comerciales chinas son muy impopulares entre sus votantes. El gigante asiático interrumpió la compra de productos agrícolas estadounidenses, sobre todo maíz y soja, lo que provocó un hundimiento de los precios y graves pérdidas para sus productores, uno de los colectivos seguidores de Trump.
Aparte de las maniobras electorales, en China las tornas han cambiado. Los analistas aseguran que se vuelve a imponer la línea dura del Partido Comunista, partidario de no hacer concesiones a los americanos. La tendencia se vio en una reciente convención de infraestructuras, en la que China exhibió su gran musculatura financiera sobre una cuarentena de países del área del Pacifico.
Pekín anunció media docena de planes de reforma en el último año, basados en una relajación de las condiciones monetarias a pequeñas y medianas empresas, así como a los gobiernos regionales, muy endeudados, combinada con un incremento de la inversión en infraestructuras para sostener su crecimiento por encima del 6 por ciento anual. Los últimos datos apuntan a una mejora del PIB y del consumo, así como de las exportaciones en el primer trimestre, aunque éstas volvieron a desplomarse en abril.
Los graves desequilibrios permanecen. El banco central tuvo que relajar las condiciones para dar liquidez al sistema financiero, en varias ocasiones, pero los economistas locales consideran que las medidas comenzarán a surtir efecto en el segundo trimestre de este año, es decir, en los próximos meses.
Quizá fue ese optimismo incipiente en el que se apoyaron los dirigentes chinos para dar marcha atrás sobre algunos compromisos contraídos. Los americanos se lamentan de que los negociadores se retractaron de sus promesas. Sobre todo, en un aspecto clave, facilitar el libre acceso de las inversiones foráneas en reciprocidad. China exige la autorización del Gobierno, lo que impide la toma de control en las sociedades mixtas creadas junto a los occidentales. El politburó chino cree que una modificación de las normas de inversión es una intromisión en su soberanía.
El otro gran punto de fricción es el tecnológico. Trump considera que las alianzas con firmas americanas o su adquisición se hace para apropiarse de su tecnología. Esto está permitiendo a China dar un salto de gran envergadura, que pone en aprietos a sus competidores occidentales.
Un campo de batalla, en este aspecto, es el 5G. La china Huawei es acusada de espionaje a través de sus redes, extendidas por medio mundo, aunque Washington no logró aportar pruebas para sostener su acusación. Estados Unidos, Canadá, Australia o Japón han restringido su actividad, Europa aún se resiste a seguir sus pasos, porque Huawei trabaja a precios mucho más bajos que competidores directos como Ericsson ó Nokia.
Todos los pronósticos apuntan a que China superará a Estados Unidos como la primera economía mundial de aquí a 2050. Es obvio que Trump quiere frenar esta carrera. Se resiste, sobre todo, a que su espectacular desarrollo se realice a costa de los caros procesos de investigación estadounidense.
La presidenta del Fondo Monetario Internacional (FMI), Christine Lagarde, al igual que sus colegas de otros organismos multilaterales, advierten de que la guerra comercial desembocará en la próxima crisis. Un cisne negro que acabará con la década larga de crecimiento ininterrumpido de la actividad económica.
Trump está imprimiendo en la conciencia colectiva de los americanos que China se aprovecha de los adelantos del resto del mundo, roba su tecnología y supone una amenaza para el bienestar occidental.
La robustez de los últimos datos de la economía americana le permiten sostener el pulso, por lo menos, hasta los comicios de 2020. La tasa de paro está por debajo del 4 por ciento, por primera vez en medio siglo, y el crecimiento se disparó por encima del 3 por ciento en el último trimestre, un punto más que las previsiones.
Sin embargo, los informes advierten de que Estados Unidos será el más perjudicado, junto al sector del automóvil europeo, por su apertura al mercado. En cuanto se apaguen los efluvios de la agresiva bajada de impuestos y el gasto en obra pública, la economía americana caerá en picado. Si persiste el conflicto comercial con China, volverá la volatilidad a los mercados y provocará que la economía se resienta.
La suspensión del tratado de no proliferación de armas nucleares con Rusia, aliada de Pekín y de Irán, el apoyo al recién proclamado presidente Juan Guaidó en Venezuela, frente a un Nicolás Maduro respaldado por los países de la órbita comunista o la activación de la Ley Helms-Burton contra Cuba auguran un resurgimiento de las tensiones geoestratégicas y la reaparición de dos bloques, en lo económico y en lo político.
La mayoría de los analistas considera que Estados Unidos y China están condenados a entenderse, la pregunta es cuándo. Trump y su colega chino, Xi Jinping, necesitan espantar los cisnes negros que auguran los malos tiempos si quieren aplazar la llegada de la próxima recesión.
PD.- El presidente de la Fundación La Caixa, Isidro Fainé, corroboró ante la Audiencia Nacional las presiones que sufrió el mundo financiero para apoyar la salida a bolsa de Bankia. Fainé desmintió nada menos que al ex subgobernador del Banco de España, Javier Aríztegui, la mano derechos del e gobernador Miguel Ángel Fernández Ordóñez, quien había asegurado ante el magistrado que jamás se realizaron llamadas al poder económico. Fainé reconoció que La Caixa, que entonces presidía, arriesgó, por culpa de estas presiones, cien millones en acciones del grupo financiero, de los que solo recuperó la mitad.
El testimonio de Fainé prueba la vergonzosa intromisión del Banco de España en apoyo de la salida a bolsa de Bankia, pese a que varios inspectores del banco central habían advertido de que era un zombie, que requería miles de millones para su saneamiento, antes de debutar en los mercados.
El exgobernador Miguel Ángel Fernández Ordóñez actuó en coordinación con la entonces vicepresidenta del Gobierno, Elena Salgado. Ambos presionaron al expresidente de la entidad, Rodrigo Rato, otro político metido a directivo improvisado, sin los conocimientos suficientes. Un cóctel molotov que provocó graves pérdidas al patrimonio de miles de pequeños accionistas. Un capítulo de la historia económica de España que no debería volver a repetirse y del que deberían tomar nota políticos como Pablo Iglesias o el reciente ganador de la presidencia de la Cámara de Barcelona, Joan Canadell, ambos empeñados en revitalizar una banca pública.