La grieta exterior y el retorno del 'zapaterismo'
José María Triper
Mientras las ministras económicas juegan al 'zapaterismo' siguiendo las instrucciones del todopoderoso Ivan Redondo, derrochando un dinero que no tienen y procurando hablar lo menos posible de la economía, los números, que como el algodón no engañan, nos han confirmado la última semana lo que todos, menos Sánchez y sus propagandistas presagiábamos: una desaceleración en el crecimiento del PIB a solo el 2,6% en 2018, el peor resultado desde 2014; un déficit público que se dispara respecto a las previsiones hasta el 2,6%, el peor dato desde el rescate bancario; y una reducción casi a la mitad del superávit de la balanza corriente que cae un 47,4%, lastrada por un incremento significativo del desequilibrio comercial.
Un dato este último especialmente preocupante si observamos como en el caso de la exportación la caída del 1,3% del pasado enero, últimos resultados oficiales, si confirman la tendencia negativa de nuestras ventas exteriores al ser el tercer mes consecutivo de descensos tras las bajadas del 0,3% en noviembre y del 3,7% de diciembre.
Una variación que los principales servicios de estudios empiezan a calificar ya de "alarmante" teniendo en cuenta que ha sido el superávit exterior el que como resaltan los responsables de Economía de la CEOE ha sido decisivo para "permitir la contención del déficit público y la reducción de la tasa de paro", además de convertirse en el paradigma del cambio de un sistema productivo sostenido hasta la crisis por los pies de barro de la construcción.
La secuencia de la aportación de la industria de la construcción al PIB español muestra un desplome prácticamente ininterrumpido desde el 10,4% en 2017. Es decir una caída de casi cinco puntos porcentuales que habían ido íntegramente a la exportación de bienes y servicios, apuntando a la consolidación de un sistema más sólido y sostenible, sustentado no sólo en el precio sino en la calidad, la tecnología y el servicio. Un cambio necesario que ahora empieza a revertirse como revelan los datos del conjunto de 2018 con un descenso del 60% en las exportaciones, al crecer sólo un 2,9% frente al 8,9% del ejercicio precedente, mientras el peso de la construcción en el PIB aumentaba el último año en seis décimas hasta el 6,25.
La ralentización del comercio internacional, el Brexit y la desaceleración económica de nuestros principales clientes, Francia y Alemania o la recesión de Italia, son las razones que argumentan desde el Gobierno para explicar este cambio de signo exportador. Y algo tienen que ver, pero si observamos como en ese mes de enero la caída de las ventas exteriores españolas contrasta con la subidas del 2,4% para el conjunto de la zona euro, del 52% en Francia, el 2,9% en Italia o el 1,7% en Alemania, podemos deducir que son los factores internos y las decisiones de política económica las que más daño están haciendo a nuestro sector exportador.
"Son los factores internos y las decisiones de política económica las que más daño están haciendo a nuestro sector exportador"
Decisiones políticas que están provocando el deterioro de la competitividad de nuestras empresas y productos consecuencia de las subidas fiscales, además de por la falta de disciplina presupuestaria, el abandono de las reformas estructurales, la inestabilidad política o la ruptura de la unidad de mercado.
Si a todo esto sumamos la posible caída en las entradas e ingresos del turismo que anuncian las principales empresas y asociaciones del sector, no es aventurado avanzar que nos encontramos en la antesala de una desaceleración que puede ser más grave de la que anuncian los expertos mientras Sánchez y sus cheerleaders miran a otro lado para no perjudicar su interés electoral que para ellos prima sobre el interés de España y de los españoles.