El Pacto de Toledo 2050: El futuro no espera
Tomás Arrieta
Para tomar las decisiones adecuadas sobre las pensiones hay que conocer el pasado, comprender el presente y anticiparse al futuro. Pero, sobre todo, tener en consideración las circunstancias del entorno socioeconómico en el que nos encontramos: envejecimiento de la población, natalidad, globalización, menores tasas de crecimiento económico, incesantes cambios tecnológicos y la estructura productiva de nuestro país. Dado que vamos a vivir más años, la solución girará en torno a trabajar más años o vivir con pensiones menores o una combinación de ambas; ninguna de estas opciones es atractiva y mucho menos popular.
La generación de los llamados babyboomers en España, los nacidos entre 1957 y 1977, representa actualmente un tercio de la población. Sin duda ha sido la generación que más ha aportado al sistema y la más generosa y solidaria con cualquier otra. Ahora que se ve cercano el inicio de la jubilación de los babyboomers, en 2022, se encuentran con la incertidumbre creciente sobre la viabilidad del sistema.
La duda razonable es la cuantía de las mismas. Para superar cualquier duda se requiere un análisis de los problemas estructurales del sistema desde el lado de los ingresos y los gastos. Asimismo, es necesario reflexionar acerca de las principales reformas que deberán acometerse en el corto, medio y largo plazo. La reforma tiene que ser sencilla, transparente y comprensible por todos y permitiendo revisar periódicamente los principales parámetros.
Conviene remarcar que los jóvenes con una buena formación no son sustitutivos de los empleados de mayor edad y experiencia, sino complementarios. Y cada sector tendrá que analizar y encontrar su adecuado equilibrio intergeneracional. En las actuales circunstancias no es improbable que un "flautista de Hamelín" induzca a nuestros jóvenes a la insurrección intergeneracional contra el modelo que conocen en la actualidad. Los jóvenes tienen que interesarse y conocer la evolución previsible del sistema de pensiones al que acogerán en el futuro. Esa evolución se debería llamar cuentas individuales.
Se propone explorar que el factor de sostenibilidad, que solo tiene de bonito el nombre y que no ha sido explicado a los ciudadanos, evolucione hacia hacer posible trabajar más tiempo y no a cobrar menos por el resto de la vida, si así se desea. Desde el punto de vista de las personas, la decisión debe depender del individuo, no de algo ajeno al mismo como es la esperanza de vida.
Igualmente, si se explicara claramente el efecto del índice de revalorización de las pensiones, muchos futuros pensionistas optarían por trabajar más tiempo. Nuevamente es necesario conocer que su efecto reductor sobre el poder adquisitivo de las pensiones lo es para el resto de la vida de los pensionistas en las próximas décadas.
En todos los aspectos de la vida la información modifica el comportamiento. Una nueva aritmética vital, alejada de los estereotipos del pasado, nos debe empujar a interiorizar que la edad ya no es lo que era y las posibilidades de seguir laboralmente activo tampoco. Es igualmente posible pensar hoy día en la edad ordinaria de jubilación de 67 años en 2022 para los bayboomers y, progresivamente, el horizonte de 70 años para nuestros jóvenes en 2050.
La aplicación de estas propuestas formaría parte del cambio en la percepción social de la edad tan necesario en el siglo XXI. Es la Comisión del Pacto de Toledo, mediante el consenso, la que debe proponer al Gobierno la profundidad, gradualidad y el momento adecuado de las reformas, garantizando la viabilidad presente y futura del sistema de pensiones a todas las generaciones Es hora de realidades a corto plazo y señales fiables a largo, por ello se pide al Pacto de Toledo: visión 2050, sentido común, sentido de Estado.