Opinión

'Brexit': asumible en el corto plazo pero de efecto futuro impredecible


    elEconomista.es

    El Ibex, tras sufrir ayer la peor caída de su historia, ofrece oportunidades para los inversores con liquidez para comprar.

    El órdago que David Cameron lanzó el año pasado, como medida de emergencia para adelantar a los laboristas en las encuestas y ganar las elecciones, ha terminado atrapando al primer ministro en una paradoja perfecta. La promesa de celebrar un referéndum sobre la pertenencia de Reino Unido a la UE le granjeó a Cameron la primera mayoría absoluta tory en más de 20 años; pero la celebración de esa consulta, y la victoria que han cosechado los partidarios de la segregación (tras una participación masiva), obligará al premier a abandonar Downing Street en cuanto termine el verano. Es un desenlace que muchos descartaban, incluyendo sin duda al propio jefe de Gobierno, de cuyo carácter sorpresivo los mercados dieron un claro testimonio. No en vano, tras una semana optimista en las que las alzas fueron protagonistas, ayer se produjo una debacle en los mercados europeos, causante de que el Ibex sufriera la mayor caída de su historia, un 12,35 por ciento, hasta los 7.787,7 puntos. Por su parte, la libra esterlina se depreció hasta niveles no vistos desde los años 80.

    Sin duda, el primer golpe ha sido contundente, pero, pasado el vértigo inicial, conviene volver a escuchar al consenso de los economistas, el cual niega que el Brexit, pese a su indudable impacto en sectores como el financiero o el turístico, tenga que conducir a una nueva recesión mundial o a una tercera contracción en la eurozona. Es más, los analistas señalan que las caídas bursátiles han situado a muchos valores de empresas de primer nivel en mínimos históricos y los inversores que dispongan de liquidez deberían plantearse la opción de comprar. En este contexto, son también comprensibles las llamadas que hicieron tanto el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, como su homólogo del Consejo Europeo, Donald Tusk, a que se respeten las reglas que Cameron se autoimpuso y que el proceso de salida del Reino Unido se desarrolle con la máxima celeridad posible.

    Con todo, la adopción de una posición sosegada, que evite todo catastrofismo, no debe impedir reconocer que los británicos, y con ellos la UE, se adentran en un terreno desconocido, cuyas consecuencias en el largo plazo son completamente impredecibles. Por un lado, en lo que respecta al Reino Unido, todo apunta a que su economía entrará en recesión el año que viene, al compás que marcarán la huida de inversiones, el perjuicio para su comercio exterior de una libra débil y la previsible reducción de su importancia como centro financiero. Por si fuera poco, el referéndum fracturó el país, abriendo una brecha entre las áreas abiertamente euroescépticas (Gales e Inglaterra) frente a las partidarias de permanecer: la propia Londres, Irlanda del Norte y Escocia. No en vano en este último territorio se avivan los anhelos independentistas que Cameron intentó aplacar con el referéndum de 2014. En cuanto al resto de Europa, la mejor demostración de que la Unión Europea es un proyecto con marcha atrás llega en el peor momento. El auge del populismo antieuropeísta constituye toda una realidad, como han demostrado las elecciones austriacas y las italianas. Y saca músculo cuando se avecinan comicios en países clave: mañana en España y, el año que viene, en Francia y en Alemania. En estas circunstancias, la mejor fórmula de evitar más daños a la integración europea pasa por sentar las bases para que el entedimiento sea la tónica en la negociación sobre la salida del Reino Unido (y su nuevo estatus respecto a la UE), de modo que la separación resulte lo menos traumática posible.