¿Vamos de cabeza a una recesión?
Amador G. Ayora
S eguramente habrán leído durante estos días que Pablo Iglesias tiene 112.432 euros en cuenta corriente, lo que le convierte en el candidato con más dinero en efectivo. Aunque la clasificación la encabeza Soraya Sáenz de Santamaría, con algo más de 182.000 euros. Los datos están extraídos de su declaración de patrimonio ante el Congreso.
¿Por qué acumulan tanto dinero en efectivo nuestros políticos? Evidentemente, porque la liquidez hoy es prácticamente la única alternativa a la inversión de riesgo, como la bolsa. Adiós a los depósitos en los que los españoles guardaban la mayoría de sus ahorros, que remuneraban con una tasa de rentabilidad superior a la inflación.
En su lugar, vivimos en un mundo en el que los precios se mantienen prácticamente inalterados, al igual que los salarios o la remuneración de los pensionistas. Una situación aparentemente ideal, pero que preocupa enormemente a los economistas porque puede conducir a la deflación.
Si los consumidores tienen la percepción de que los precios no suben, no tendrán prisa por comprar o lo aplazarán en espera de que lleguen mejores ofertas. Una circunstancia que paraliza la demanda y, por ende, la actividad económica.
La Unión Europea anunció el jueves sus previsiones para este año. El Viejo Continente crecerá el 1,7 por ciento en 2016, una décima más que el pasado; y la inflación se quedara en el 0,5 por ciento de media, ligeramente por encima de 2015. La Comisión advierte de que existen numerosas amenazas, que pueden truncar sus estimaciones.
Ese mismo jueves, el presidente del BCE, Mario Draghi, aprovechó su intervención ante el Bundesbank (generalmente reacio a aplicar nuevas inyecciones monetarias) para insistir en que "existe el riesgo de retrasar las decisiones sobre los estímulos que necesita la eurozona". Draghi se refería, sin mencionarlo, al temor que se ha instalado en buena parte de los economistas de que el mundo desarrollado caiga en una deflación, la tan temida japonización de la economía.
Tres son los elementos que auscultan tanto los economistas como los mercados para intentar adivinar el futuro: el pulso de los países emergentes y, sobre todo, de China; la marcha de los precios del petróleo y de la economía de Estados Unidos.
Hasta ahora se pensaba que la caída del crudo impulsaría el crecimiento, pero cada vez más se ve también como un síntoma de la debilidad de la demanda mundial. Citi bank advertía este viernes, para colmo, que el descenso del oro negro siempre precedió desde los años 70 a las recesiones en EEUU.
La economía americana creó 151.000 empleos en enero, una cifra ligeramente por debajo de las previsiones, pero que muestra que está en buena forma y aleja el peligro de crisis.
En cuanto a los emergentes, representan ya el 60 por ciento del PIB mundial y se teme que arrastren al resto del planeta. Los mercados creen que China devaluará al menos otro 5 por ciento el yuan antes de la próxima cumbre del G-20, en la que el Gobierno de Pekín hará de anfitrión en la ciudad de Hangzhou, a comienzos de septiembre. Este domingo se conocen las reservas de divisas. Una caída más drástica de lo esperado volvería a sembrar el desconcierto.
¿Va el mundo de cabeza hacia una recesión? En estos momentos, no hay datos económicos que avalen esta tesis, pero la persistente debilidad de las cifras que se van conociendo es inquietante. En EEUU se suele decir que no hay nada más miedoso que un millón de dólares. Hasta que no se despejen estas incertidumbres no habrá tranquilidad en el mercado.
En España, todo sigue a la espera del Gobierno. El entorno de Pedro Sánchez asegura en confianza que habrá Gobierno con Podemos y alguien más. La cita de este sábado con el PNV es clave. Sánchez necesita el apoyo de sólo dos diputados en segunda vuelta, además de los de Pablo Iglesias y Alberto Garzón (Izquierda Unida).
Pero no todo es coser y cantar: las bases del PSOE pueden desautorizar el pacto. Según la última encuesta del CIS, más de la mitad de sus votantes jamás depositaría su papeleta para Podemos. La negociación con Ciudadanos era un trámite que había que pasar.
Si los dirigentes de Sánchez son optimistas sobre las posibilidades de gobernar, los de Pablo Iglesias no tienen prisa por aceptar. Confiesan que a ellos les interesa nuevas elecciones. Por eso, la chulería de su líder.
En el otro lado, Rajoy se atrinchera en su consabida fórmula del que "resiste gana". Una actitud tan irresponsable como la de Sánchez. Sea como fuere, hay que desdramatizar. Sánchez reitera que su intención es cumplir con el déficit y pagar la deuda. Eso sí, el ajuste será a costa de un potente alza de impuestos a empresas y empresarios. El espejo en el que mirarse es Portugal. ¡A lo que hemos llegado!