Opinión

Entrampados en la deuda empresarial

    El peso de la deuda, muy diferente para las familias y las empresas por la falta de ayudas directas

    José María Gay de Liébana

    En abril de 2021 la financiación a los hogares españoles sumaba 693.671 millones de euros, con freno de mano puesto en préstamos de vivienda y consumo, en tanto que la financiación a las sociedades no financieras 954.051 millones. En total, entre empresas y familias la deuda privada ascendía a 1.647.722 millones de euros que sobre el PIB de 2020 suponía el 146,8%. Si a ese importe le agregamos la deuda pública según el protocolo de déficit excesivo, que en marzo ascendía a 1.392.696 millones de euros – más del 124% del PIB -, el monto total de deuda entre privada y pública se eleva a 3.040.418 millones de euros, equivalente al 271% del PIB de 2020. Por consiguiente, que España es un país fuertemente endeudado, con énfasis especial en los derroteros que va tomando nuestra deuda pública, es innegable.

    Sin embargo, conviene matizar al respecto de la calidad y evolución de la deuda española. Mientras la deuda pública, insistimos la que computa a efectos del protocolo de déficit excesivo, se ha disparado de diciembre de 2019 a marzo de 2021 en 203.876 millones de euros, recibiendo la inestimable asistencia del Banco Central Europeo proveyendo de metálico, la deuda de las familias, en el mismo período, se ha recortado en 10.335 millones y la de las sociedades no financieras ha aumentado en 58.616 millones. El esfuerzo de unos, los hogares, junto con la contención de otros, las empresas, de poco sirven en el monto global de la deuda si la pública se encarama a alturas excelsas.

    Si en 2019, antes de la pandemia, la deuda total del sector privado ascendía a 1.599.441 millones de euros, 128,4% del PIB, los flagelos de 2020 la han disparado hasta el indicado 146,8%. Con todo, conviene subrayar el ejemplar y prudente comportamiento de nuestras familias durante este último año en el que no solo han sido capaces de aminorar sus débitos, sino que, además, forzosamente o no, han sabido ahorrar casi el 15% de su renta disponible. La proeza de la ciudadanía es digna de encomio a tenor de las vicisitudes sufridas.

    En cuanto a nuestras sociedades no financieras es evidente que si por parte de nuestras autoridades se hubiera optado por una vía de ayudas directas y no por la de la liquidez a través de créditos bancarios con el aval del ICO, los pasivos no habrían aumentado de tal manera y, de ese modo, nuestras empresas dispondrían de más energía en pos de una recuperación económica más sólida y rápida, tal cual ocurre en otros países avanzados que han proporcionado auxilio a su tejido productivo.

    Para una gran cantidad de nuestras empresas se está cruzando un umbral inquietante. Porque toda esa deuda, que se acerca al billón de euros, habrá que liquidarla por más que se alarguen los plazos de devolución y se otorguen moratorias que se vayan improvisando para orillar o posponer descalabros.

    Eso entraña una desventaja competitiva de enorme calibre en comparación con otras empresas europeas y estadounidenses, cuyos gobiernos decidieron inyectar ayudas directas a sus empresas sin que las mismas sean objeto de devolución. Es decir, que en bastantes casos el dinero percibido del Estado no incrementa los niveles de deuda, al equipararse a subvenciones, equilibra, al menos en parte, cuentas de pérdidas y ganancias capadas de ingresos y no daña el patrimonio neto.

    Por ende, buena parte de nuestro tejido empresarial tendrá que apechugar con un doble mazazo: satisfacer los intereses devengados por tal endeudamiento y tener que liquidar el principal de la deuda a un plazo más o menos largo, lo que en cualquier caso se traduce en salidas de dinero en el futuro que otras empresas del resto de Europa no tendrán que desembolsar, amén de ver castigadas sus cuentas de explotación y tener que recurrir, como sucede en varios sectores, a desinversiones de activos fijos que permitan generar liquidez para atender pagos y procurar cuadrar cuentas de resultados desaliñadas a través de ganancias atípicas.

    De lo dicho se desprende que los balances de nuestras empresas están experimentando un deterioro: los recursos propios se achican mientras las deudas se agrandan. Y las cuentas de resultados denotan en 2020 y probablemente en 2021 un claro menoscabo al contraerse los ingresos y tener que soportar los gastos fijos. Y, claro, si los malabarismos en el cine siempre son factibles, mordiendo el polvo de la realidad económica son más bien utópicos.