Al mercado alcista le queda cuerda para rato
Ken Fisher
Ya era hora de que un mercado alcista muriera de viejo! El actual, que ya dura10 años –el más largo de la historia–, acaba de marcar su mejor registro anual, +30,0%, la mejor de mis previsiones para 2019. Pero todavía aguardan buenas noticias: si bien probablemente sean menores, en 2020 continuarán las ganancias. Muchos disienten, dando por hecho que el largo camino hacia nuevos máximos del año pasado se interrumpirá. Aducen que la incertidumbre política y el tibio crecimiento son factores negativos que se están soslayando. Las elecciones en EEUU también son una incógnita, así que ¿por qué no vendemos, aseguramos beneficios y evitamos los peligros inminentes?
La razón de no hacerlo es que los mercados no funcionan así. Para empezar, un buen ejercicio no supone una condena para el siguiente: la renta variable mundial se ha revalorizado más de un 20% en 15 de los 49 años que han transcurrido desde 1970 –sin contar 2019–. Aunque en porcentajes variables, hasta en 12 ocasiones volvió a avanzar en el año sucesivo y en tres declinó: en 1994 (-3,2%), 1987 y 2000, estos últimos con mercados bajistas.
Las elecciones de EEUU son la mayor fuente de zozobra que existe para este año en las bolsas
Los buenos resultados tampoco han desatado la euforia que suele cegar a los inversores ante las señales negativas. En los dos años anteriores al tope de agosto de 1987, los mercados internacionales se habían disparado un 73,2%, liderados por el japonés (+173,5%). Mientras el frenesí de fusiones por medio de compras apalancadas copaba los titulares, el auge de la negociación electrónica y de la llamada estrategia de protección de carteras hizo pensar a muchos que la debilidad sería limitada. El desplome de principios de octubre desmintió esa creencia, provocando una avalancha de órdenes de venta automáticas que alimentó el crash de 1987.
En el 2000 la locura de las puntocom sedujo hasta a los más tímidos, lanzados en masa a especular sin diversificación con diminutas compañías tecnológicas que no presentaban beneficios y cuya actividad no entendían. Los analistas auguraban que en la nueva economía de internet los resultados no importarían tanto como los clics o los elevados principios con los que estas empresas miraban al futuro. Desapareció el miedo a las caídas justo cuando una estaba en ciernes, al tiempo que pocos se percataban de la inversión de la curva de rendimientos en EEUU. Las ofertas públicas iniciales (OPI) basura levantaron el interés de muchos, hinchando el número de acciones disponibles. Como suelo decir, los mercados alcistas terminan de dos maneras, a saber: cuando sufren un "golpetazo" enorme e imprevisto o, más habitual, ¡cuando cunde la euforia! Como en 1987 y 2000. Entonces el furor inversor ocultó las señales bajistas que teníamos delante.
Hoy no hay muchos indicios de que el mercado haya alcanzado su pico: las OPI no son excesivas, las fusiones y las adquisiciones no están repuntando y el endeudamiento para comprar acciones se ha reducido; entre enero de 2018 y octubre de 2019 la confianza económica en España cayó del 110,3 al 101,2, un nivel inédito desde 2014, en plena crisis de deuda en la eurozona. Nadie afirma que la bonanza haya llegado para quedarse. ¿Euforia? Más bien no.
Los "riesgos" pregonados depararán sorpresas durante 2020. Por ejemplo, si nos fijamos en la banca española, está siendo castigada en la bolsa por las amenazas fiscales del nuevo Gobierno de coalición. La parálisis política, con todo, debería evitar cualquier iniciativa de calado: un acicate para las acciones. Fuera de España la preocupación por la desaceleración es general, pese a que este mercado alcista dura ya diez años. Los parqués oscilan a partir de la diferencia entre expectativas y realidad, conque cuando a la mayoría le inquieta que la ralentización se convierta en recesión, incluso una ligera alza supone una sorpresa positiva. 2019 es un buen ejemplo de ello.
En cuanto a la política, las elecciones en EEUU de otoño también son una fuente de zozobra. Las gestoras de hedge funds alertan sobre las devastadoras consecuencias para las acciones si ganara tal o cual representante demócrata. La profusión de candidaturas en ese bando alienta las dudas, algo que, pese a su recurrencia, lastra la rentabilidad cuando arrancan los años electorales. La situación suele aclararse más adelante, cuando se conocen los nombres de los aspirantes a la Presidencia: un factor alcista. De hecho, desde 1925 los valores estadounidenses han subido el 83% de los años en que se ha votado, con promedios de ganancias del 11%, registrándose el grueso de las mismas a medida que se acercan los comicios. Como demostré en abril, la rentabilidad bursátil de EEUU se vincula estrechamente con la europea y la española: el buen tono en los parqués estadounidenses debería aupar a los europeos.
¿Qué cifra alcanzarán las alzas? Ni idea. Si las perspectivas apuntan a la reelección de Trump, podemos esperar rendimientos por encima de la media. En caso de que se prevea una victoria demócrata, posiblemente el año cierre en un nivel inferior, dado que la campaña "antiempresas" suscita cierto temor. Pese a ello, los primeros años de las legislaturas demócratas tienden a ser magníficas, gracias a que las promesas radicales nunca se cumplen y la desconfianza desaparece. Sea paciente.
2020 ha comenzado con todo el mundo en vilo por el conflicto entre Irán y EEUU. Ignórelo, la dilatada historia del mercado nos enseña que los conflictos en Oriente Próximo no provocan mercados bajistas. ¿Y el petróleo? En mi artículo de julio de 2019 ya expliqué por qué ya no hace tambalear los mercados como antaño. Quizás 2020 no sea un año maravilloso, pero conserve el optimismo, no hay ninguna razón para pensar lo contrario.