Opinión
Coyuntura económica, estructura y cambio climático
Juan Rubio Martín
Los indicadores coyunturales reflejan que la ralentización no se profundiza, con cierta recuperación en países tan importantes como Japón o Alemania (PIB del tercer trimestre), cuando durante meses había quienes pronosticaban recesión. Tendencia avalada por los crecimientos de la UE y la OCDE del hasta septiembre, que muestran una estabilización (1.5% y 1.6% respectivamente, similares tasas que en segundo trimestre). Algunos indicadores de diciembre mostraron caídas (PMIs de manufacturas), como en Alemania; lo compensan más dinamismo en Servicios.
En España parece asentarse una estabilización en torno al 2%, tasa a la que creció el PIB tanto en el segundo como en tercer trimestre, aún con la incertidumbre propia de un gobierno interino. La tasa interanual es del 1.9% (INE), una décima menos que en la previsión previa. La contribución de la demanda nacional, de 1.8 puntos, es 6 décimas más que en segundo trimestre. Para 2020-21 se espera una desaceleración gradual (1.7 y 1.6%, BdE), si bien algunos organismos son más optimistas en consonancia con los últimos indicadores (consumo eléctrico, afiliaciones, IPI). Así, para Fedea se llegaría al 2.1% en el segundo trimestre de 2020.
Ello no es óbice para reconocer que, aun con datos subyacentes no demasiado preocupantes, en estos momentos, que duran años, donde lo coyuntural deviene en continuos cambios estructurales, tengamos escasas certezas. Son varios los lastres políticos presentes (descontentos sociales, proteccionismo, Brexit, guerra tecnológica…). De forma que los resultados empresariales no parecen estar determinados solo por decisiones y actuaciones de directivos y empleados, sino por actos imprevisibles de ciertos responsables políticos (Trump, B. Johnson, otros…). La incertidumbre está en boca de todos. Hoy se habla de menos riesgo, tanto de un Brexit desordenado como de guerras comerciales a gran escala, pero los pronósticos son más difíciles que antaño, más aún cuando instituciones supranacionales (OMC, ONU, OTAN) pierden influencia merced a acciones de estos nuevos líderes, por llamarles así.
En épocas de cambios los 'impasses' políticas generan graves daños económicos
Acontece con enormes desafíos estructurales que requieren respuestas internacionales coordinadas, como la creciente desigualdad y, tan de actualidad por la celebración de la COP25, el cambio climático, cuyos efectos se manifiestan claramente. Y sabemos que, según cómo se afronte, o se mitiguen sus consecuencias, puede producirse un frenazo o un estímulo al crecimiento. Prácticamente nadie duda que no mitigarlo supondría costes insoportables a largo plazo. Cualquier predicción falla si cambian sus premisas, pero una de las más manejadas, con matices y continuas revisiones, es la del llamado Informe Stern, que estimaba en un 2% del PIB la inversión para mitigar los efectos del cambio climático, mientras el coste de no hacerla podría llegar al 25%.
Hoy hablamos de finanzas sostenibles, bonos verdes, movilizar miles de millones para reducir emisiones de GEI y financiar proyectos de energías limpias. Paulatinamente se perfilan ineludibles cambios reglamentarios a nivel supranacional, como la Propuesta de Ley Climática europea que consagra la neutralidad climática, anunciada en La Cumbre de Madrid por la presidenta de la Comisión como "sin parangón" e "irreversible". Tarde o temprano estaremos ante una transformación estructural y, probablemente, cambios en modos de producir y consumir. Por ello, las principales economías lanzan planes de impulso hacia una economía más verde. La excepción principal es EEUU; Trump desmantela las acciones climáticas antes en proceso. Pero esto es coyuntural. 2020 será crucial en la política de EEUU (impeachment y elecciones) y, en consecuencia, en el devenir internacional, quizás de las próximas décadas, en un mundo en el que el antagonismo entre coyuntura y estructura se difumina.
En medio de ello, España se ha visto sacudida por una gran inestabilidad política que ya parece despejarse, con presupuestos prorrogados 2 años que han impedido cualquier reforma, incluida la estabilidad presupuestaria. Aunque, desde una visión esencialmente coyuntural, al estar su economía basada más en turismo y servicios que en industria -más afectada por la guerra comercial- mantiene crecimientos por encima del promedio europeo, sin perjuicio de la persistencia de desequilibrios a corregir como la deuda, el déficit y el alto desempleo.
En épocas de cambios estructurales los impasses políticos prolongados dañan más tarde o más temprano. Han significado aplazamientos en reglamentaciones y paralización de inversiones generadoras de empleos, por ejemplo, para abordar paulatinamente la inevitable transición ecológica. También en el diseño de incentivos apropiados para que los sectores productivos, incluidos tanto quienes solo les preocupa el día a día como aquellos donde la reducción de emisiones es más costosa, cumplan poco a poco su compromiso con dicha transición. Hacen falta políticas industriales que ponga en marcha, entre otros, la regulación de la instalación masiva de puntos de energías renovables, donde, afortunadamente, apenas son necesarias ayudas públicas como en el pasado. O para impulsar decididamente vehículos y baterías no contaminantes, con sus correspondientes infraestructuras. Por poner ejemplos de tareas a abordar.