Evan Spiegel, padre de Snapchat, acelera su conquista del Nasdaq
- El multimillonario ultima el estreno bursátil de su díscola red social
- La valoración de la 'compañía del fantasma' rondará los 23.000 millones
Carlos Bueno
A Evan Spiegel se le puede presentar de muchas maneras distintas. Como el fundador de Snapchat en 2010, la aplicación que invita a compartir fotos y vídeos que se autodestruyen en menos de diez segundos y que hace furor entre los adolescentes. | Editorial: ¿Hacia la creación de un nuevo Zuckerberg?
Como el futuro marido de la modelo australiana Miranda Kerr, con quien comparte mansión en Los Ángeles, un ambiente muy distinto, bastante más glamouroso, al que se respira en Silicon Valley. También se le puede conocer como el milmillonario más joven en la lista Forbes con 26 años, con una fortuna actual valorada en 1.890 millones de euros... O como el emprendedor pipiolo que se atrevió, cuando no había soplado aún las 23 velas, a rechazar una más que tentadora oferta de Mark Zuckerberg de 2.750 millones de euros para comprar su criatura.
Esa App, que tiene a un fantasmita como icono y para la que ya trabajan más de 350 empleados, defiende el derecho al olvido en la Red de una forma contundente. Tanto es así que los contenidos compartidos se autodestruyen nada más verlos, al más puro estilo de las películas de agentes secretos. Esa fugacidad, entre uno y diez segundos de vida, es lo que da alas a una plataforma que defiende precisamente la espontaneidad, el derecho a no dejar rastro, a acabar con ese tópico -tan real- de que todo lo que colgamos en las redes sociales e Internet sobrevivirá para siempre... Y esa es también la clave de su éxito entre los usuarios. Conscientes de ello, pueden mostrarse tal cual son.
Spiegel prepara ahora la salida a bolsa de su criatura, que tendrá una valoración estimada de 23.220 millones de euros. La compañía ya ha presentado el folleto de la OPV (oferta pública de venta), según informó este martes Reuters, de cara a dar el salto al parqué el próximo mes de marzo. Spiegel pertenece a ese nutrido grupo de emprendedores puntocom que no tienen ningún reparo en reconocer que abandonaron antes de tiempo las aulas -en su caso, la prestigiosa Universidad de Stanford- para sacar adelante su proyecto. Curiosamente, cuando este año le invitaron a dar un discurso en un acto de las mismas características de otra institución educativa, en Marshall, reconoció que participó en la suya, pese a no haber obtenido la graduación, por no sentirse fuera del grupo, por no diferenciarse. En esta última ocasión, aprovechó para lanzar algunos mensajes: "En una democracia, las voces discrepantes son claves para promover pensamientos individuales", dijo. También alentó a la audiencia a perseguir los sueños: "Crea algo que no quieras vender".
El también guaperas capaz de comprometerse con una de las top models del momento ha ido demostrando en su aún corta existencia que va sobrado de muchas cosas. En sus esporádicos y contadísimos encuentros con colegas periodistas, no tiene reparo en dar respuestas airadas. Aún más cuando le hacen la típica pregunta de cómo se imagina Snapchat dentro de cinco años. Entonces, le falta poco para reírse de su interlocutor, convencido de que esa fugacidad que tan bien conoce, y que promueve a través de su App, es la reina en el panorama tecnológico.
Cuando en 2013 rechazó la oferta de Zuckerberg, nadie podía creérselo. Decirle no a Mr. Facebook, rechazar 2.750 millones de euros... Fue entonces cuando Spiegel se presentá al mundo con uno de sus argumentos más repetidos: "En la vida hay que encontrar algo que te guste. Si tuve la suerte de encontrarlo y ahora me desprendo de ello, ¿qué gano?" Y sí, reconocía que de haber aceptado la oferta, podría tirarse el resto de su vida en un barco, pero prefirió seguir llevando el timón de la App del fantasmita. También es de la opinión de que "se haga lo que se haga, la gente va a opinar una cosa u otra y la van a criticar".
Así que parece abonado a hacer siempre lo que más le satisface y, como suele decirse, "a mí, plin". Quizá porque él no se considera el mismo que cuando estaba en la universidad, se niega a admitir que tengamos que seguir conviviendo con aquello que dijimos o hicimos en el pasado. Es un dardo certero dirigido a las otras redes sociales. En 2014, fue víctima de la publicación de unos emails comprometidos de sus años en Stanford. Poco después, incluso eliminó todo lo que había publicado hasta entonces en otra red social, esta vez Twitter.
Sin embargo, quien conociera mejor la trayectoria y la vida que había llevado Spiegel antes de la suculenta oferta de Zuckerberg quizá entendiera mejor su reacción. Y es que el dinero nunca ha sido un problema para este hijo de abogados, que ganaban un promedio de 3 millones de dólares al año. El mayor de tres hermanos se recorrió media Europa con la familia, iba a esquiar en helicóptero a Canadá, recibía una paga mensual de 1.800 euros... Podemos decir que le salía más caro renunciar a su juguetito, que valoraba mucho más su libertad.
Ser un hijo de papá y haber aprendido a conducir en un Cadillac no le impidió curtirse trabajando en verano sin cobrar para la marca de bebidas Red Bull. A juzgar por sus declaraciones, debe de divertirse tanto con Snapchat, tratando de generar ingresos, que su concepto de trabajo dista bastante del habitual. Y es que, una vez conseguido el crecimiento exponencial de usuarios que le ha dado tanto valor en el mercado, faltaba encontrar el modelo de negocio. Ahí, sus propuestas pasan por una publicidad que tampoco deja rastro, que se elimina al instante. Entre otras fórmulas para captar recursos, desde 2014 también admite la posibilidad de compartir algo más tangible que fotos y vídeos con dibujitos sobre ellos: dinero real. Su progresión es deslumbrante: de los 2,7 millones de euros ingresados en 2014 se pasó a 81 millones en 2015.
Lejos de la ebullición de Silicon Valley, desde sus oficinas en Venice Beach, en Los Ángeles, Spiegel sigue dando forma a su sueño. En las paredes de ladrillo visto del edificio cuelga un retrato de otro visionario tecnológico, Steve Jobs, icono que vigila -o quién sabe si también guía- sus pasos.