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Por qué el euro digital podría precipitarse: el desplome del dinero efectivo y las stablecoins tienen la respuesta

  • No hay fecha oficial, pero el BCE podría adelantar el gran lanzamiento
  • Lane (BCE): "Es imperativo que el BCE introduzca un euro digital"
  • El BCE teme que el control sobra la política monetaria se deteriore

Vicente Nieves

Sospechas, suspicacias, rumores, bulos... rodean al lanzamiento del euro digital. El nacimiento de esta suerte de efectivo digital no va a ser tarea sencilla. El Banco Central Europeo (BCE) parece estar más convencido que nunca de la necesidad de su lanzamiento, pero cuanto más convencido está y más avanza el proyecto, mayor rechazo genera en ciertos sectores de la población que ven a esta nueva forma de dinero como una amenaza directa para el efectivo (billetes y monedas) y su libertad frente a las 'garras estatales'. Sin embargo, el BCE no se cansa de asegurar que el efectivo no va a desaparecer y que el euro digital, precisamente, lo que busca es contrarrestar la caída del uso del dinero (el descenso de la demanda de billetes y monedas). Lo cierto es que nadie sabe cuándo va a empezar a circular el euro digital (no hay una fecha oficial, pero se rumoreaba que podía ser entre 2026 y 2027), aunque los últimos movimientos y declaraciones del BCE parecen ir en la misma dirección: podría haber cierta necesidad o prisa por adelantar su lanzamiento en un intento por impedir que las stablecoins y el creciente uso de dinero 'privado' debilite el poder de la política monetaria y su transmisión. Así lo ha revelado Philip Lane, economista jefe del BCE, en un largo discurso pronunciado esta misma semana.

El economista jefe del BCE, Philip R. Lane fue rotundo: "Es imperativo que el BCE introduzca un euro digital" porque la estabilidad del sistema monetario está en juego. La preocupación no es menor: el uso del dinero en efectivo está cayendo de forma sostenida (aquí tienen un ejemplo reciente en Bélgica), y con él, la capacidad de los bancos centrales para anclar la confianza en la moneda. A esto se suma el auge de las stablecoins, las criptomonedas y el riesgo de perder soberanía frente a monedas digitales extranjeras (CBDC) o sistemas de pago dominados por grandes plataformas tecnológicas.

Una de las principales advertencias de Lane es que, en un contexto donde los pagos digitales y los monederos electrónicos crecen a doble dígito, "la menor posibilidad de pagar con billetes en un mundo digitalizado plantea interrogantes profundos sobre el papel del dinero del banco central y la estabilidad del sistema monetario". El euro en efectivo ha actuado históricamente como 'el pegamento' que mantiene la equivalencia entre el dinero de los bancos comerciales (depósitos) y el dinero del banco central (billetes y reservas bancarias), asegurando la confianza del público en la convertibilidad y la solidez del sistema. Si el efectivo desaparece, esa ancla se debilita. "Sin una demanda positiva de dinero del banco central, el vínculo entre política monetaria y condiciones económicas podría desaparecer", alerta Lane. No obstante, el economista jefe del banco central deja claro que incluso con una demanda de efectivo cero, el BCE aún tendría cierta capacidad de controlar la política monetaria a través de los tipos que establece sobre las reservas bancarias (el dinero que los bancos comerciales mantienen en el banco central).

Pese a todo, la preocupación en el BCE por el descenso del uso del dinero en efectivo y auge de otros tipos de dinero y activos es patente. Desde ING coinciden con este punto de vista y destacan en un informe de febrero que "la disminución del uso del efectivo en la economía está generando preocupación entre los reguladores nacionales. En la actualidad, los pagos digitales (ya sean en línea o presenciales) solo pueden realizarse a través del uso de 'dinero privado', es decir, aquel creado por bancos comerciales y otros proveedores de servicios de pago. Dado que el dinero del banco central (en su forma actual de billetes y monedas) no puede utilizarse en pagos digitales, su utilización se reduce automáticamente".

Esta combinación de una caída global en el uso del efectivo (que todavía es el método favorito de pago en muchas economías) y un aumento vertiginoso de los sistemas de pago digitales plantea dudas sobre el papel del dinero del banco central como ancla monetaria. En la eurozona, la confianza de los ciudadanos en el dinero privado se basa en su convertibilidad uno a uno con el dinero del banco central, cuyo valor nominal es el único intrínsecamente garantizado. Si se perdiera esa convertibilidad a la par, una situación de tensión en el sistema financiero podría desembocar en una pérdida de confianza tanto en las monedas digitales privadas como, en última instancia, en los propios bancos centrales. Tras años de monopolio en la emisión de dinero y control de los tipos de interés, ahora se inicia una nueva era en la que la banca central podría tener que enfrentarse a otros activos (o formas de dinero) que pueden competir y debilitar su soberanía.

"Ante este panorama, abandonar el actual sistema monetario de dos capas —con el dinero del banco central en la primera y el dinero privado en la segunda— podría debilitar los mecanismos de transmisión de la política monetaria y reducir la capacidad de los bancos centrales para garantizar la estabilidad financiera. Por ello, los reguladores de todo el mundo están explorando nuevas vías para salvaguardar el papel del dinero público, incluyendo la creación de monedas digitales de bancos centrales como el euro digital", aseguran los expertos de ING.

El euro digital no es una nueva divisa, ni un criptoactivo, ni siquiera dinero bancario. Aunque para el consumidor de a pie no existe diferencia alguna cuando paga con euros en metálico o con tarjeta, la diferencia es importante a la hora de analizar estos movimientos de millones de consumidores en los agregados monetarios y en los balances de los bancos. El dinero en efectivo forma parte de la base monetaria (el dinero más puro y una de esas capas), mientras que el pago con tarjetas o dinero electrónico es parte de la oferta monetaria, dinero creado por los bancos comerciales (la otra capa del sistema). El euro digital será como el efectivo, un dinero puro, público, creado y, posiblemente, guardado en el banco central, lo que reforzaría el poder de la política monetaria y su transmisión. Si el BCE quisiera enfriar la economía, solo tendría que subir con intensidad el interés que paga (pensando en el futuro) sobre esos euros digitales para que familias y empresas colocasen su ahorro en el banco central, reduciendo su consumo e inversión. No solo eso, el BCE tiene otras preocupaciones.

El BCE observa con inquietud el avance de las stablecoins (criptomonedas respaldadas por activos líquidos como bonos o depósitos bancarios, normalmente en dólares) que podrían ganar tracción como medio de pago generalizado, desplazando a los bancos comerciales y alterando el funcionamiento del crédito en Europa. El riesgo es doble: por un lado, estas monedas no siempre mantienen la paridad prometida y, sin supervisión adecuada, podrían provocar episodios de pánico financiero. Por otro, si las stablecoins referenciadas al dólar ganaran cuota como medio de pago en Europa, la política monetaria del BCE podría volverse irrelevante. "Una creciente prevalencia de stablecoins denominadas en moneda extranjera erosionaría la soberanía monetaria", advierte Lane. En su visión, el euro digital debe servir como "respuesta prudente y con visión de futuro" para preservar los principios fundamentales del sistema: "estabilidad, confianza e inclusión".

La alargada sombra de EEUU

En este sentido también se manifestó a finales de enero Piero Cipollone, miembro de la junta directiva del Banco Central Europeo. Cipollone explicó que los bancos de la eurozona necesitan un euro digital para responder a la iniciativa del presidente estadounidense Donald Trump de promover las stablecoins. En enero, Donald Trump afirmó que "promocionaría el desarrollo y el crecimiento de monedas estables legales y legítimas respaldadas por dólares en todo el mundo" como parte de una estrategia criptográfica más amplia que esbozó en una orden ejecutiva que quedó recogida por la agencia Reuters.

Cipollone añadió que esto ayudaría a atraer aún más clientes de los bancos y reforzaría los argumentos para que el BCE lance su propia moneda digital en respuesta. "Supongo que la palabra clave aquí (en la orden ejecutiva de Trump) es 'mundial'", declaró Cipollone en una conferencia en Frankfurt. "Esta solución, como todos saben, desintermedia aún más a los bancos, ya que pierden comisiones y clientes... Por eso necesitamos un euro digital".

Las stablecoins funcionan de forma similar a los fondos del mercado monetario, ya que ofrecen exposición a los tipos de interés a corto plazo en una moneda oficial, casi siempre el dólar estadounidense. Un euro digital, en cambio, sería esencialmente un monedero electrónico garantizado por el BCE, pero operado por empresas como los bancos. Permitiría a las personas, incluso a quienes no tienen cuenta bancaria, realizar pagos. Las tenencias probablemente estarían limitadas a unos pocos miles de euros y no serían remuneradas (al menos al principio).

De modo que la solución que propone el BCE es introducir esta versión digital del efectivo, accesible al público general y emitida directamente por el banco central. Con ello, se garantizaría que todos los ciudadanos puedan seguir realizando pagos con dinero "insensible a la información" –es decir, que no depende de la solvencia de ningún banco privado–, incluso en un entorno sin billetes. Lane defiende que el euro digital no solo servirá para preservar la eficacia de la política monetaria, sino también para frenar la fragmentación del sistema de pagos en Europa, hoy dominado por plataformas no europeas. "El euro digital actuaría como una alternativa abierta e interoperable frente a ecosistemas cerrados", aseguró.

Por último, el BCE vincula el euro digital con la autonomía estratégica de Europa. En palabras de Lane, "la dependencia de proveedores de pagos extranjeros expone a Europa a presiones económicas y coercitivas" en un mundo geopolíticamente fragmentado. Actualmente, el 65% de los pagos con tarjeta en la eurozona se procesan a través de redes como Visa o Mastercard. A ello se suman Apple Pay, Google Pay o PayPal, que ya concentran una décima parte de los pagos minoristas y crecen con rapidez. En este contexto, el BCE teme que Europa termine "externalizando su infraestructura de pagos" si no actúa con rapidez. De ahí que el euro digital no sea solo un avance técnico, sino una respuesta a "riesgos que aumentarían con cada retraso".

En definitiva, el discurso de Lane marca un punto de inflexión: el euro digital ya no es una opción lejana, sino una necesidad estratégica. Frente a la desaparición del efectivo, el avance de monedas privadas y el dominio de plataformas extranjeras, el BCE quiere mantener las riendas del sistema monetario europeo. Como concluye Lane, "emitir un euro digital no se trata solo de adaptarse al cambio tecnológico, sino de salvaguardar los fundamentos de nuestro sistema monetario en una era de transformación acelerada".