La antigüedad de los oleoductos lastra la producción de petróleo en EEUU
elEconomista.es
Tuberías con más de seis décadas de antigüedad, una distribución irregular y las presiones políticas y sociales están evitando que la producción de crudo en Estados Unidos sea aún mayor de lo que viene siendo en los últimos meses. Algo que no sólo perjudica a productoras y consumidores, sino también al objetivo de alcanzar la independencia energética que tiene el país desde los años 70.
Los actuales oleoductos en funcionamiento son muy antiguos. Por poner un ejemplo, la línea Pony Express se construyó como oleoducto en 1954, se reconvirtió a gasoducto en 1997 y volvió a ser oleoducto en 2014.
Por otra parte, las tuberías recorren el país de una forma muy irregular: el Medio Oeste está más que cubierto, mientras que los conductos no llegan a las costas, donde vive la mayor parte de la población de EEUU. La mitad del consumo de crudo en EEUU se ubica en las costas, mientras que la zona central del país produce el 93% del total de petróleo de esquisto.
No se trata de un problema fácil de resolver. La topografía de zonas como las Montañas Rocosas imposibilitan la construcción de tuberías en la Costa Oeste, algo similar a lo que ocurre en la Costa Este, donde además se suma el problema de la alta concentración de núcleos urbanos.
Pero además cobra relevancia la cuestión política. Construir nuevos oleoductos es altamente impopular, con los grupos ecologistas manifestándose y boicoteando los nuevos proyectos y apostando por la inversión en energías renovables, por lo que a los responsables políticos les cuesta dar su aprobación. Como ejemplo destaca el de la productora TransCanadá, que pidió permisos para el Keyline XL en 2008, Obama vetó el proyecto en 2015 y finalmente Trump dio luz verde a las pocas semanas de asumir la presidencia.
Al margen de ello, tampoco los productores tienen demasiados incentivos para proponer nuevas líneas de distribución, que requieren grandes inversiones y tardan años en construirse. La duplicidad de oleoductos en algunos tramos hace que las tuberías no operen a plena capacidad, dificultando la detección automática de fugas. Además, la fuerte caída del precio del crudo en los últimos años no les reportaría tantas ganancias como cuando el coste del barril superaba los 130 dólares.
Precisamente la caída de los precios hace que a muchos compradores no les salga a cuenta comprometerse en un contrato a largo plazo para recibir barriles de crudo que importar los barriles desde Canadá por tren, aunque tengan que pagar entre 2 y 8 dólares más por cada barril.
El caso del Keyline XL
TransCanada ha pasado una odisea para conseguir los permisos para construir la ampliación de su oleoducto Keystone, el Keystone XL. Casi una década y 3.000 millones de dólares invertidos después, cuando prácticamente tiene estos permisos - aún falta el visto bueno de Nebraska -, a la empresa le interesa cada vez menos construir el proyecto.
Aunque la compañía considera que será rentable a largo plazo, pueden pasar años hasta que recuperen los 8.000 millones de dólares en los que está presupuestado el proyecto final, 1.000 millones más que lo estimado inicialmente, para instalar las tuberías a lo largo de 2.700 kilómetros. Eso sí, prácticamente duplicaría el número de barriles que distribuye en la actualidad, ya que el Keystone XL transportaría el equivalente a 830.000 barriles diarios.
Por ello, TransCanada quiere asegurarse que tendrá cubierta la venta de al menos el 90% de la capacidad del Keystone XL. En este caso, la construcción podría comenzar en 2018 y concluir hacia 2020 o 2021. Los accionistas están convencidos de su puesta en marcha a medio plazo, puesto que las acciones de la compañía se cotizan un 50% más caras actualmente que cuando Obama bloqueó el proyecto en noviembre de 2015.
Sin embargo, la empresa tiene otra idea en mente que puede tener más sentido de cara al futuro: abastecer de forma directa a la Costa del Golfo, la costa atlántica sur estadounidense, donde crecerá la demanda de crudo por el menor número de importaciones de Venezuela y México, según apunta el Wall Street Journal citando a fuentes conocedoras de la cuestión.