Internacional
El Brexit cumple tres años de caos institucional y con una crisis por llegar
- Reino Unido debería haber salido de la UE en marzo
- La atención se centra en el relevo de Theresa May
Eva M. Millán
El tercer aniversario del referéndum que elevó el Brexit a la categoría de protagonista hegemónico de la realidad política, económica y social del continente encuentra este fin de semana a Reino Unido sumido en el epítome de la incertidumbre.
Todavía inmerso en el bloque que debería haber abandonado el 29 de marzo, sin saber quién será el próximo primer ministro y con todas las incógnitas por despejar acerca de qué significa verdaderamente el divorcio, el devenir de los más de mil días transcurridos al norte del Canal de la Mancha desde aquel lluvioso 23 de junio de 2016 constituye el más trágico factor de disuasión al alcance de la Unión Europea para desincentivar el temido efecto contagio.
El Brexit pasará a la Historia como ejemplo de cómo no gestionar una crisis institucional
La decisión de la segunda economía continental de romper un matrimonio de conveniencia sellado con reticencias en 1973 había disparado las alarmas en Bruselas, donde la creciente oleada de populismo inquietaba antes incluso de que David Cameron se la jugase con un plebiscito que no solo terminó reventando su meteórica carrera política, sino que ha desestabilizado, quizá irreparablemente, los cimientos de la democracia decana de Europa.
El funesto destino de un mandatario que cometió la temeridad de creerse invulnerable a la tendencia constatada en los países de su entorno ha quedado como la desafortunada moraleja para cualquier tentación posterior de sucumbir al delirio demagógico. El tiempo ha demostrado que el peor error del por entonces premier no fue no concebir la posibilidad de la derrota, sino no prepararse para ella. Tal era su convencimiento de que el ardid ideado para apagar el fuego generado por Europa en la derecha británica surtiría efecto, que no había previsto ni una sola medida de contingencia.
Como consecuencia, permitió que las realidades paralelas y las promesas infundadas del frente anti-UE cristalizasen durante la campaña en el imaginario de un electorado que, cuando vio la oportunidad de castigar un sistema que consideraba que lo había abandonado hacía tiempo, asestó un golpe capaz de derrumbar las estructuras tradicionales del bipartidismo que había dictado la alternancia política de Reino Unido en tiempos modernos.
Consumada la conmoción, lo que vino después pasará a los manuales de Historia como ejemplo de cómo no gestionar una crisis institucional. La descarada falta de preparación de ambos bandos, uno por creer que tenía la consulta ganada y el otro, por considerar la victoria inalcanzable, provocó una desbandada que dejó al país huérfano de liderazgo cuando más lo necesitaba.
Caída de la libra
Una vez completado el escrutinio, la libra se derrumbó y el gobernador del Banco de Inglaterra tuvo que comparecer de urgencia para garantizar la estabilidad, una intervención temprana considerada actualmente crucial para evitar un infortunio mayor y que prueba, una vez más, las profundas diferencias en materia de contingencia por parte de las instituciones de referencia, especialmente dada la flagrante falta de cautela en Downing Street.
La sensación de caos que siguió a las horas posteriores al veredicto del 51,9% a favor de la ruptura ha dejado en la memoria colectiva una impronta que perdura hasta este tercer aniversario en el que, como una maldición, Reino Unido aparece otra vez condenado a una nueva transición inminente en el Número 10, a la fractura de la oposición laborista por divergencias internas con Jeremy Corbyn y a la perpetuación de los enigmas sobre cómo será el futuro en solitario.
La economía no ha sufrido recesión y el bajo desempleo está en niveles récord
El único consuelo que le queda a Londres, aunque sea temporal, es que los devastadores pronósticos tanto del Gobierno como del Banco de Inglaterra en caso de Brexit no se han materializado, al menos, no con la aceleración anticipada. El frente pro-UE había basado su campaña en la amenaza que la salida supondría para la prosperidad, ganándose el aciago apelativo de 'Proyecto Miedo', que continúa hasta hoy.
Frente a las infaustas previsiones, la economía no ha sufrido recesión y el bajo desempleo permanece en niveles récord. En los últimos tres años, el crecimiento ha sido del 1,5%, no excesivamente boyante, pero al menos, en positivo, desafiando los augurios oficiales, y los sueldos mantienen una modesta, aunque certera mejora. Uno de los factores que sostienen una evolución relativamente libre de sobresaltos es que, en términos prácticos, nada ha cambiado.
Impacto del divorcio
Los análisis más pesimistas partían de la base de que el Brexit se activaría de inmediato, pero el Artículo 50 no entró en vigor hasta nueve meses después del referéndum y, transcurridos tres años, Reino Unido sigue siendo miembro de pleno derecho de la Unión Europea, con acceso libre a un mercado de 500 millones de personas. Con todo, resulta innegable que el plebiscito se ha dejado notar en la ralentización de la bonanza económica: el PIB es un 1,2% inferior de lo esperado en 2016, la inversión empresarial se ha derrumbado, la actividad industrial se halla severamente afectada y, según el Banco de Inglaterra, los indicadores irán a peor a medida que avance el año.
Boris Johnson, favorito a mudarse a Downing Street a finales de julio, insiste en que la salida tendrá lugar, como está prevista, el 31 de octubre, con o sin acuerdo, pero dada la manifiesta falta de preparación tanto del aparato público, como del músculo privado, es difícil imaginar que un primer ministro británico se lance a un suicidio económico de tal alcance, o que el Parlamento lo permita. No en vano, la economía ofrece en la actualidad indicios de una deriva alarmante, tras una abrupta contracción en abril del 0,4%.
En el primer trimestre, el PIB se había beneficiado de la preparación de las empresas ante un potencial Brexit no pactado el 29 de marzo, pero una vez garantizada la extensión de la permanencia por seis meses, las medidas de contingencia han perdido valor y no hay apetito por reeditar la previsión, dados los costes que apareja y la incertidumbre acerca de si será necesaria. Como consecuencia, la economía revela la cruda realidad de un país en el que las incógnitas sobre su futuro están afectando tanto al aparato privado, como a los hábitos de consumo, un factor especialmente preocupante, dada la descompensada dependencia que Reino Unido sigue manteniendo del sector servicios, el 80%.
Johnson coquetea con la salida sin acuerdo, pero con el trance que esto podría suponer.
Que tres años después los interrogantes que habían dominado la campaña permanezcan revela las dimensiones del desnortamiento de una clase política atrapada en su propia trampa. Si, como anticipan todas las quinielas, Johnson releva el mes que viene a una Theresa May que fracasó en el intento de discernir qué significa Brexit, el ex alcalde de Londres justificará la maniobra estratégica completada en febrero de 2016, cuando se había decantado a favor de la salida como un medio para materializar su ambición de ser primer ministro, más que por insatisfacción con la UE. La realidad, con todo, podría convertir su sueño del Número 10 en una pesadilla, ya que todos los obstáculos que hicieron caer a su predecesora continúan.
Consciente de su posición como favorito, en las últimas semanas ha tenido la astucia de mantener un perfil bajo, desafiando su querencia por supuestas salidas de tono que, en realidad, están más medidas de lo que pretende aparentar. Su irreverencia verbal, que limita con la ofensa, y su laxitud con la contrastación de datos se han convertido en su sello particular, pero está por ver que sus peculiares extravagancias tengan cabida en la residencia oficial, sobre todo, cuando está llamado a resolver un bloqueo que él mismo contribuyó a erigir.
Por ahora, mantiene en secreto sus cartas para el Brexit, pero como May aprendió dolorosamente, la ambigüedad es un atributo escasamente recomendable para un líder político. Johnson coquetea con la salida sin acuerdo, pero con el trance que esto podría suponer.